martes, 12 de enero de 2021

Ese maravilloso juguete...

   





El Chorrillo, 12 de enero de 2021

 

Hoy no hay ducha de agua fría porque las cañerías están heladas, así que me voy directo a buscar la compañía de mi diario. Decirte que hoy nada más despertar y ver aquellos carámbanos de un metro de largo que colgaban por mi ventana junto a mi cama, enseguida me transportaron, como tantas veces, a bonitos momentos del pasado, un día que jugábamos en el pueblo de Navacerrada unos amigos a lanzarnos pelotazos de nieve y en que los carámbanos que bajaban de los tejados formaban una hermosa cortina de hielo sobre las ventanas. Las mañanas imponen su ritmo caprichoso sobre mi voluntad, así que si ayer fue ir a ver amanecer sobre el campo nevado de los alrededores, hoy fueron recuerdos infantiles mientras remoloneaba bajo el edredón.

Tan bien se estaba en la cama que pronto un enanito me llamó desde la lontananza de un viaje en tren que había partido de Almaty al sur de Kazajistán y se dirigía a Urumqui en el extremo noroeste de China. Habíamos atravesado el límite fronterizo entre Kazajistán y China y los aduaneros y policías chinos hacían su exhaustivo trabajo en nuestros teléfonos a la búsqueda de espías occidentales camuflados de viajeros de bajo presupuesto, cuando el tren paró en una pequeña estación. Cinco minutos después una decidida fémina irrumpió en nuestro compartimento, dio los buenos días y de inmediato trepó, como si estuviera haciendo la Este del Pájaro, hasta el desván superior donde fue colocando su abultado equipaje. Alma mía, qué cosa tan bonita, qué ojos, qué sonrisa, guauuuuu. El corazón empezó a palpitarme toc toc toc toc. A un servidor, al que el encuentro con una bonita fémina pone siempre al borde de un ataque de nervios, aquello le parecía el mejor regalo de ese entero viaje que estábamos haciendo alrededor del mundo. Y además, Dios santo, su litera estaba en el tercer piso, el mismísimo que ocuparía un servidor cuando se hiciera de noche.

Para qué contar más. Echen, echen ustedes imaginación y seguro que de allí podrán extraer a las pocas horas, cuando el sol se haya ido al carajo al otro lado del mundo, una jugosa fantasía erótica con la que jugar el resto de la vida. Porque ah, que aunque tantos lo tengan escondidito en el sacrosanto relicario de la intimidad, es bien sabido lo práctico que es atesorar un bonito cuerpo en el fondo de la retina, una sonrisa encantadora o unos pezoncitos diciendo cucú al espectador desde dentro de una blusa, sí, porque aquella señorita le había hecho asco al sostén y sus limoncitos lucían con todo su esplendor tal como resaltara aquel maestro de la luz, Sorolla, en Naranjitas y limones.

Fue terrible cuando llegó la noche, sí, agradecido diario, trepar a la litera y esperar expectante a que la chinita de ojos rasgados y de sonrisa la más bonita del mundo trepara a su vez sobre el andamio del compartimento. Escaló, asomó su rostro de porcelana por el borde de la litera, se detuvo medio segundo con la sonrisa en los labios, inclinó levemente la cabeza a modo de saludo y se tumbó en su litera no sin antes hacer uno de esos gestos femeninos que dejan patidifusos a cualquier varón que se precie: echar la mano al cuello y retirar los cabellos dejando la nuca, tan boticelliana, por unos segundos al descubierto mientras depositaba su pelo sobre la almohada. Dios… El soso de Yahvé no tenía ni puta idea cuando se inventó aquello de la costilla, ni idea de las piruetas que puedan provocar en un cerebro sano de varón la vista de esa hermosa y seductora criatura, ni idea de que había puesto sobre la faz de la Tierra la cosa más bonita que pensarse quiera. Allí quedó en la penumbra de la noche y del tra tra trac del tren sobre el balasto de piedra aquel cuello y la sonrisa que le había acompañado momentos antes como un eco vibrando en la noche. Y allí me quedé yo recordando también otra aventura de tren en Manchuria, noche de inquieta espera a que otra chinita, aquella de las tierras del norte, respondiera a mis requerimientos previos y aceptara compartir conmigo la litera; los pasos en el corredor, la puerta que se abría una rendija, la indecisión de ella, el transcurrir del tiempo y los kilómetros.

Y es que a veces se le llena tanto a uno el alma y el cuerpo de mujer que forzado es despertar a la memoria y a la imaginación para emprender un delicioso viaje por ese fascinante mundo que son los gestos, la sonrisa o el encanto de una fémina. En este mundo de meapilas en donde las cosas más encantadoras quedan atrofiadas en los engranajes de una pazguata moral… Bah, a otra cosa, mariposa.

Fue el caso, los carámbanos estaban ahí como un enorme polo de infancia, como regalo del frío, que sí, que la chinita que viajaba a mi lado en aquel lejano viaje nocturno por Xinjiang, despertó de entre la niebla del tiempo, y lo que era contemplación, desde la ventana, de los carámbanos y la nieve, poco a poco fue haciéndose la noche de un viaje por Asia hasta transformarse plenamente en un furtivo trac trac trac en donde la joven de ojos rasgados despertaba, se volvía y me miraba con la candidez de quien sale de los brazos de un amable sueño. Y mientras ello sucedía un pequeño revuelo se empezaba a producir entre mis piernas. Él solito, sin que nadie le tocara, había abierto sus ojillos y poco a poco empezaba a inflar su pecho como si necesitara tomar aire ante el espectáculo que le estaba empezando a ofrecer mi imaginación. Hay quien dice que quien no tiene imaginación para estas cosas, digamos para despertar al bichito y ponerle en posición conveniente e iniciar un largo juego, debería, como se hace en el gimnasio, entrenar las posibilidades de ésta con la asidua dedicación de quien quiere aprender inglés en una semana y se dedica de pleno a la exploración del medio a despertar. Dicen.

No moverse y con las manos bajo la cabeza jugar a despertar a la dormida clientela de las neuronas, a los sueños eróticos, a los juguetes de toda la vida que surgieron en la lejana adolescencia para acompañarnos entrañablemente a lo largo de toda la vida. Y observar y ver lo que sucede por allí abajo, observar el lento despertar, las pequeñas conmociones a la llamada de una chinita que te sonríe mientras se desviste para ti en un tren nocturno, y sonreír a la vez y… Bendita diversión, Dios, que puede concluir en una traca de gritos y susurros que ningún Bergman habría imaginado tan felices y a la vez amorosamente llenos de un fervor que ojalá nos acomapañara siempre.

Amén. 

 

 

 


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