No es el Yeti, es un servidor. A veces salir a las dos de la madrugada a la nieve con la cámara depara bellas sorpresas. |
El Chorrillo, 9 de enero de 2021
Las circunstancias atmosféricas y alguna observación de
alguna amiga de que hoy no necesitaba irme a la sierra para dormir sobre la
nieve, me han hecho que les siga el juego y que esta noche haya armado mi
tienda y la haya colocado en nuestra parcela sobre la nieve para pasar la
noche. Un juego, no más. Así que hoy vuelvo a escribir bajo la tela de mi
tienda en el saco de dormir, una experiencia que se prodiga ya desde el
principio del otoño en distintas cimas de nuestras montañas.
En todos mis años de maestro no hubo un solo día que
nevara que no saliera con mis alumnos al patio a tirarnos bolas de nieve y a
construir muñecos. Tanto en Asturias, donde trabajé en una escuela unitaria en
un pequeño pueblo de la cuenca del río Narcea, como en Madrid, el día que
nevaba era de fiesta obligada. Quizás hoy lo que me esté pasando por el cuerpo
sea el lejano recuerdo de aquellas jornadas entrañables, porque de hecho mi
propia infancia, donde también hubo nieve en algún momento, no registra ahora
mismo este tipo de recuerdos.
El mismo Orión que hace unos días posaba por encima de Siete Picos lo hacía esta noche por encima de mi tienda de campaña en nuestra parcela. |
Mis alumnos me conocían muy bien, con ellos dormí en
Guadarrama y subí a Peñalara y Claveles, al Canielles, una de las montañas
altas de
Un día organicé una salida en bicicleta por los
alrededores de Griñón y un nene se cayó de la bicicleta y se hizo pupa, una
cosa super rarísima, ¿verdad? Pues me la quisieron armar. Un padre parece que
aspiraba a que el maestro debería haber previsto disponer de un helicóptero y
una ambulancia de apoyo a aquella salida escolar. Me tocaron tanto los huevos
con estas cosas que terminé circunscribiendo mis clases a las cuatro paredes
del aula. Una pena. La educación de los niños en la actualidad sufre de un
deterioro tal de echarse las manos a la cabeza. Pobrecitos niños, niños a los
que les hemos robado la calle, niños encerrados en sus casas, niños a los que
hay que mimar y a los que exigirles un esfuerzo no parece razonable, niños que
deben ir de la mano de papá y mamá a todos los lados hasta vete a saber cuando,
para algunos hasta que cumplan treinta años. Se me va la mano de indignación
cuando veo la triste infancia de estos niños abocados al consumo y a una carencia
total de autonomía, eso que debería ser uno de los principales objetivos de la
pedagogía.
Para, para, tío… que te vas del tema, que no te enfades,
hombre…
Ya, ya paro, lo siento.
Treinta y cinco años de maestro a veces compensa por el
simple hecho de que una antigua alumna pueda aparecer hoy por tu muro del FB
para decirte: “Me encanta verte disfrutar como un crío, maestro. Es el mismo
entusiasmo que ponías en aquello que te emocionaba cuando nos dabas clase”.
Tuve años en la escuela tan densos y entusiastas que hoy irme a la cama con
aquellos buenos recuerdos me resarcen de todos los sinsabores que pude tener a
última hora.
¡África!, ¿estás ahí?: ¡Gracias! África me contó una vez que algo tuve que ver yo en su futura vocación de profe. Me encanta verla aparecer por aquí después de cuarenta años para decirme que mi trabajo fue útil.
Después de haber pasado las últimas semanas en la cima de
alguna montaña durmiendo en mi estrecha tienda de campaña y con temperaturas de
muchos grados bajo cero, hoy me siento como en una suite. Ni siquiera tengo que
sumergir mis manos en el saco de dormir para escribir estas líneas. Bueno, ¿y
por qué esta excentricidad de salir a dormir en la nieve a unos pocos metros de
mi cabaña? Pues nada, por juego, porque hoy me tocó hacer de niño pequeño desde
el primer momento en que abrí los ojos y contemplé que la mitad de la ventana
de mi cabaña estaba cubierta por la nieve y que de las tejas colgaban unos
bonitos carámbanos. Ojalá pudiéramos volver más a menudo a la infancia, no a ésta
de hoy día, no por favor, no a ésta. Si hubiera sabido con antelación que mi
madre me iba a parir en un mundo como éste donde un niño no puede ir en metro o
en autobús solo, donde un niño no puede jugar al peón o la pelota en la calle,
donde está prohibido meterse en los charcos o fabricar los propios juguetes,
seguro que me quedaba en su vientre.
Qué necesitados estamos de otra clase de vida, esa para la
que nos empujaban las aventuras de Tom Sawyer, Huckleberry Finn, los libros de
Emilio Salgari, todas esas aventuras que los niños pasaban en los relatos de
Ana María Matute y Miguel Delibes. No es nostalgia, es la constatación del
mundo estúpido que estamos construyendo especialmente en Occidente. Cuando
Victoria y yo paseábamos por las calles de Japón u Oriente en general, ambos
con muchos años de trabajo pedagógico, se nos alegraba el corazón cuando en el
autobús o en la calle veíamos tantos tantos colegiales solos desde los primeros
años de primaria… Aquí no, aquí los papis y mamis son muy especiales.
En la noche pasada en algunos lugares de la parcela cayó
medio metro de nieve. No me importaría que me cayera otro tanto encima esta
noche. Esta tarde me fui a dar una vuelta por los alrededores, hasta un olivar
cercano del que quería sacar algunas fotos, y disfruté abriendo una huella
profunda que me recordaba los primeros inviernos en Gredos o Guadarrama. No hay
cosa mejor que resucitar con fuerza los recuerdos que uno guarda en el
cofrecillo del corazón tan amorosamente. Tiempos en que éramos jóvenes, jóvenes
y fuertes porque la montaña, el frío y el esfuerzo habían hecho tempranamente de
nosotros unos hombres. Pura pedagogía, sí, la de aquellos tempranos años en la
montaña.
Esta tarde, una amiga, evidentemente no del ambiente de
montaña, escribe un comentario tras una entrada en que digo que voy a jugar a dormir
hoy sobre la nieve, que dice: “Como cojas una pulmonía…”. Me temo que este tipo
de observaciones se corresponden con ese clima pedagógico del que vengo echando
pestes, en donde la blandura, el mimo y el proteccionismo forman la médula de
la educación. Todo lo contrario de lo que deberíamos propugnar, es decir, la de
educar niños y jóvenes fuertes habituados al frío, al calor, a las
dificultades, niños responsables. Aquí a los ciudadanos, muchos ciudadanos de a
pie, cuando la temperatura en verano sube de 35 grados o baja de cero grados,
ya las autoridades se tienen que poner a cuidar de ellos diciéndoles: ponte un
gorrito, bebe agua, abrígate, no salgas al recreo si hace frío. La leche. ¡Qué
hombres y mujeres estamos formando! Oiga, que nadie se muere porque haga frío,
que lo único que hay que hacer es abrigarse si hace frío o beber agua o ponerse
un gorrito en la cabeza cuando hace mucho sol. Pedazo de sociedad la que
estamos construyendo. Y todo ello recordando que el ejercicio de la
responsabilidad nada tiene que ver con el frío o el calor sino con la capacidad
que puedan tener o no tener las personas al afrontar determinadas dificultades.
La capacidad que tenemos los hombres y mujeres y la creencia en nuestras
posibilidades, quedan mermadas cuando la alarma social salta ante la aparición
del frío o un calor poco común.
Nerviosito me pongo con estas cosas. Y eso, que haya gente
que no le pase por la cabeza que alguien pueda disfrutar metido en una tienda
en invierno. Quizás porque desconozca que las personas vivimos del combustible
de las sensaciones, de las emociones y que por mucho que se le eche, estas
cosas son difíciles de conseguir repantigado en un sofá con el mando a
distancia en la mano frente al televisor. Sí, sí, ya lo sé que para muchos la
felicidad extrema está ahí, en el sofá con el culo junto al radiador. Pero no
para otros que acaso necesitamos del frío, de un buen cuestón sobre la nieve,
de largas caminatas por los bosques nevados.
* * *
Ba, ba, baaa, demasiado serio para un juego todo esto. Cambio de tercio. Que vamos, que nos pusimos a ver una peli a última hora, 50 primaveras (Blandine Lenoir, 2007), un bello alegato contra lo bajones de la menopausia, y calentito como se estaba en la cabaña me pensé dos veces eso de irme a dormir a la tienda. Pero no habían pasado más que unos minutos cuando se me ocurrió que el rito de salir a sacar fotos nocturnas antes de irme a la cama bien podía continuarlo. Así que ni corto ni perezoso me calcé las botas y las raquetas de nieve, cogí el trípode y la cámara y salí fuera a ver si encontraba la manera de hacer una buena fotografía. Y aquí estoy ahora a las tres de la madrugada después de dos horas y medias de trajinar entre la nieve a la caza de algo bonito e interesante. Y que lo hubo, porque una ligera niebla dispersaba los colores y daba a las tomas un aspecto bello y muy muy atractivo, fue algo realmente muy gratificante. Espero que los aficionados a la fotografía estén también de acuerdo.
Las fotografías nocturnas con sus largas exposiciones
cazan en ocasiones colores y matices que no vemos a simple vista y que
enriquecen con mucho el trabajo del fotógrafo. Ha sido un día redondo. Fuera la
nieve me llegaba más arriba de la rodilla en algún lado y he tenido que andar
de carrera para posar en algunas, pero nada… seguro que “no cojo una pulmonía”,
como adelantaba mi amiga. He tardado una hora más en ajustar algunas de las
fotografías que, modesta aparte, quedan de exposición.
Son las cuatro de la mañana. Me voy a la cama, nada de
saco ni de tienda hoy.
La entrada a El Chorrillo a las tres de la mañana |
Me alegro tanto de haber utilizado una de las fotos de A. Montes Flores para mi última entrada, porque entre otras muchas sensaciones, he descubierto esta entrada y este blog. No puedo estar más de acuerdo con todo lo que escribes. Es esta una sociedad de mantequilla en la que todo resbala y, o estás muy frío y no sientes o te derrites para quedarte en nada. Los niños son reflejo de sus progenitores, no saludan en un ascensor, no dan las gracias ni piden las cosas por favor, no conocen el respeto a ellos mismos, mucho menos a la naturaleza. Horas interminables frente a una consola o con un móvil última generación y aún así, o quizá por todas estas razones, se ahogan en un vaso de agua, son infelices, están cabreados. Ahora todo se soluciona con psicólogos o "couches". Cuando solo necesitan lo que no les damos, tiempo y disfrutar haciéndolo, compartir con ellos un atardecer, mostrarles a diferenciar un abeto de un manzano ( que te aseguro no tienen ni idea) y caminatas con alegría. Cuando mis hijos iban al colegio y tenía las tutorías con sus profesores, siempre comenzaba de la misma manera; "No me importa que mi hijo sea un brillante alumno, quiero que le enseñes a ser una buena persona, educada y que nunca falte al respeto a nadie". Esa es la verdadera educación, los valores te hacen independiente, aprendes a valorar y a caminar por la vida y aunque es duro, dejar caer a un hijo, es maravilloso verlos levantar solos. Qué pena que cabezas huecas que educan niños puedan acabar con una educación tan completa y tan de verdad. Me hubiera encantado que mis hijos hubieran tenido un profesor como tú, que tampoco, debo decir, hay en exceso. Enhorabuena maestro.
ResponderEliminarTambién me alegro de haberte encontrado a través de nuestro excelente amigo Antonio. Vi tu último post y enseguida me dije, con esta gente es con la que quiero compartir y saber de ellos y lo que escriben y piensan.
EliminarEs duro tener que convivir en un ambiente donde señoritos de postín, nuevos ricos y cabezas huecas se disputan la megafonía del entorno social. Es duro, pero alivia encontrar que no estás solo y que es posible también otro modo de ver la vida, otro modo de acercarse a la naturaleza y a las personas. Gracias, gracias. Un caluroso saludo. Me prometo volver a tu blog a darme alguna vuelta.
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