miércoles, 14 de octubre de 2020

La barbarie invade España




Mala gente que camina y va apestando la tierra…

 

El Chorrillo, 14 de octubre de 2020

 

Leo hasta altas horas de la noche. Sin destino, de Imre Kertesz, la historia de un adolescente húngaro en los campos de concentración nazis. A uno le duele el alma cuando tiene la osadía de enfrascarse en este tipo de relatos. Como siempre, es estremecedor ir pasando página tras página en los libros que tratan de Auschwitz, sabiendo, pensando lo que allí sucedía, conociendo lo que te vas a encontrar. Soy reacio a comenzar libros así o films como el del Resnais, Noche y niebla o La lista de Schildler, de Spielberg, pero termino pensando en que es un deber moral y cívico hacerlo pese al dolor que me pueda producir su lectura. Perder la memoria de la historia es lo peor que puede pasarle a una persona o a un pueblo.

Últimamente me indigno con frecuencia en este diario y utilizo la palabra ignorantes con una frecuencia inusitada. Quizás tenga que ver con los rastros que mis lecturas van dejando en el fondo de mi subsconsciente. Un siglo y medio de la Historia de España reciente mientras caminaba por el Pirineo, otra Historia de España unos meses antes, algunos libros más sobre la realidad de nuestro país han refrescado últimamente mi memoria. Y al final, en los tiempos que corren, tras la corrupción y la mediocridad de los políticos aparece ese trasfondo de una masa idiotizada por un lavado de cerebro, que a duras penas es capaz de interpretar la realidad global que estamos viviendo y que es pasto de la propaganda y de los mercaderes de todo tipo que un día venden banderas, otro son alertados contra los fantasmas rojos que pueblan el país, otros…, una población como en los años recientes a la que le meten en el cerebro la palabra Venezuela como sinónimo de infierno y saltan de lujuria relamiéndose pensando en comerse vivo a un tal Iglesias. Nuevos ricos, chulos de bar, destripaterrones, analfabetos funcionales que aplauden desde sus balcones a la barbarie, que viven en buena parte de la explotación de los inmigrantes pero para los cuales pedirían un lugar en el fondo de las aguas del Mediterráneo.

Esta mañana una amiga vertía en un mensaje de guasap una inquietud creciente que le hacía, acontecimiento tras a acontecimiento, pensar en la posibilidad de que en este país, como alenta la extrema derecha, se produjera una nueva guerra. La desazón que le producen los acontecimientos de la actualidad, a lo que se suma el covid, le había quitado el sueño durante toda la noche. Hablamos un poco. En España huele a podrido, el hedor que se levanta de nuestra hermosa patria, contaminada por la hez de la extrema derecha y por sus aplaudidores es tal de hacer pensar que si no estuviéramos en la Unión Europea, que algo nos protege del acostumbrado vandalismo de cierto estamento militar, cierta policía, cierta justicia corrompida, ciertos émulos del Juan March de turno, lo mismo teníamos otra vez el país en llamas. Gasolina no falta y bestias e hijos de papá dispuestos a echar la primera cerilla tampoco.

Tengo un amigo, Cive Pérez, que defendía días atrás en un post la intolerancia contra los intolerantes con una discreción y una mesura que admiro. Comedido pero incisivo y con un lenguaje brillante e ilustrado somete a esta barbarie de la derecha a un breve análisis que debería bastar para aclarar las ideas a cualquiera que sepa leer, pero que probablemente tropezarían con el entendimiento nublado de cierta población a la que el ejercicio de pensar le es ajeno. Mi amigo trata de levantar barricadas frente a la barbarie y lo hace no perdiendo la compostura ni las formas, como me sucede a mí en no pocas ocasiones cuando la impostura y la necedad alteran mi sistema nervioso.

Como tantas veces cuando leo análisis de la realidad social o política que vivimos en España, con el artículo de Cive me sucede lo mismo, echo de menos una referencia a la gente de a pie. Cierto que los bárbaros sitian las murallas del país, pero esos bárbaros no son máquinas, o acaso sí, esos bárbaros armados de cacerolas y banderitas hasta en la sopa son seres pensantes dotados por la naturaleza para analizar y discernir pero a los que la indolencia de su voluntad ha dejado indefensos al punto de perder toda capacidad para sopesar lo que tienen delante. Obviamente no considero aquí a los otros, a los flautistas, a esa mala hez que va apestando la tierra con sus discursos y su infamia.

Hay que seguir defendiendo que un pueblo medianamente culto sería inmune a los panfletos y a las supercherías de esta gentecilla que, haciendo uso de la flauta, lleva a tantos incautos tras de sí. Hoy la cultura, la información, la posibilidad de aclararse abriendo un libro de Historia, está al alcance de todos, de manera que quién se comporta como un perfecto ignorante tragándose toda la bazofia que le echan encima, es un vago indolente. Resulta relativamente fácil echar la culpa de todos los males del país a los políticos, a los voceros o a aquellos que nos inducen a comprar lo que en absoluto necesitamos, pero raramente encontramos en la prensa la causa de tantos males en una numerosa población incapaz de actuar de acuerdo con unos criterios que sean realmente suyos y no inoculados en su inteligencia por determinados medios o determinada gentecilla sumamente interesada en medrar a costa del prójimo.

Vamos, que una parte sustancial de los males del país no está en los políticos sino en la indolencia y la falta de voluntad como seres pensantes que, desprotegidos por el no ejercicio del pensamiento, se convierten en pasto de los trileros de turno (ah, cuánto te repites, me dice mi chica cuando revisa estas líneas, porque revisar hay que revisarlo; ayer, sin más mi amigo Cive tuvo que darme un toque porque había escrito “ato” por “hato”. A veces la ortografía no es mi fuerte). Eso y la necesidad gregaria de pertenecer a una tribu que proporciona calorcito no sólo a los hooligans de los pateabalones sino también a todos los que con sus banderitas en mascarillas y sobre sus balcones se sienten pertenecientes a una santa hermandad que les acoge.

Alemania años treinta, un pueblo sano, gente corriente, y un líder, unos líderes que, aprovechando las insatisfacciones de la población, canalizan esta insatisfacción hacia los judíos. Estremece ver cómo poco a poco en esos años los alemanes, que vivían pacífica y amistosamente con los judíos, van transformando su mentalidad, bajo la instigación de los nazis, hasta derivarla en lo que sería la masacre del Holocausto. Los expertos estiman entre cinco y seis millones los asesinatos perpetrados por los alemanes. ¿Nadie encuentra símiles entre la persecución de los judíos y gitanos por los alemanes en sus inicios y la persecución que hace la extrema derecha de los inmigrantes o los homosexuales?

 

 

 

 

 

 


2 comentarios:

  1. Leer un articulo como este,lleno de mesura y recto criterio,me llena de satisfaccion y de orgullo al ver que hay gente con sabiduria y cordura,con el que me aineo

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