| Wellington, Nueva Zelanda 2016 |
El Chorrillo, 13 de octubre de 2020
Pensé escribir sobre el 12 de octubre que considero que debería ser en relación a
Latinoamérica muestra fiesta nacional de la vergüenza por el expolio y la
explotación a que España sometió aquellas tierras y a sus habitantes, pero
desistí. Me niego a escribir sobre ese circo del 12 de octubre al son de cual
bailaba ayer media España especialmente los de extrema derecha y la plana
permanente del PP. Así que a otra cosa, dejemos el tema del circo para los
amantes del lamentable espectáculo que colmaba ayer la actualidad. En la
película que acabo de ver, Le Week End (Roger Michell, 2013), uno de los
protagonistas, un viejo profesor, apesadumbrado por la mediocridad del mundo en
que vive, echa en falta el que no haya manera de hablar de cosas auténticas.
La vulgaridad, la mediocridad con que se asumen estas cosas sin más,
como el fervor por la bandera y por el protagonismo de España en el mundo, un
historia de vándalos y usurpadores, o cualquier otro asunto de la actualidad en
donde a los ciudadanos se nos toma por disminuidos mentales, que se asume por
una considerable cantidad de ciudadanos ajenos a la historia real de nuestro
país, da la medida de hasta qué punto las cosas importantes quedan siempre fuera
de juego ocultas por una columna de humo o por una falsa y equívoca
interpretación de
La película cuenta la vida de una pareja mayor, él profesor de filosofía
y ella de biología, que celebran con un viaje a París el cuarenta aniversario
de su boda. La destemplanza de ella, esas relaciones cuyas rutinas terminan por
alimentar un escepticismo que poco a poco va cubriendo hasta ahogar, o tal vez
ocultar, la vena de autenticidad que puede unir en el fondo a las parejas cuya
convivencia se prolonga por más de treinta años, que se muestra tan descarnada
pero en cuyo recorrido apunta algún retazo del viejo cariño, la desorientación
de él, sorprendido por una jubilación anticipada no deseada, su afección por su
mujer que se ha convertido a lo largo de los años en su único refugio, componen
el mosaico gris de una pareja la cual parece haber llegado a la sala de espera
de un tiempo de calma chicha en donde no queda otra pasión que llenar abúlicamente los días por venir con lo
que malamente se pueda.
Viendo la película en donde los pequeños arranques de optimismo
atraviesan de vez en cuando la costra de la grisura diaria, tenía la sensación
como si la vida estuviera hecha de sucesivas capas entre las cuales las más
superficiales estuvieran formadas por hechos cotidianos, rutinas, deseos no
satisfechos, la ganga que acompaña a la mena y que hace de ésta un mineral no
válido, hasta el momento en que en algún proceso ésta es liberada de la ganga.
Todas capas que mantienen oculta la parte de autenticidad que pueda estar
vibrando en una frecuencia menos visible pero latente en la relación de dos
personas, y que una vez despertada, agitada por algún acontecimiento, una
situación determinada, puede salir a la superficie para mostrarnos una verdad
que estaba en nuestro interior pero que éramos incapaces de reconocer.
En la pareja de la película es necesario que una sucesión de circunstancias
tense fuertemente la situación emocional para que ella tras las capas de la
historia personal de los últimos años pueda descubrir un amor por su marido que
se había adormecido hasta el punto de creerlo totalmente extinto. Se une a ello
el reconocer la valía de su propio marido en palabras de otro que muestran su
extrema admiración como profesor y como persona.
En este mundo de prisas en el que la hiperabundancia de estímulos de
todo tipo nos tiene cogidos por los mismísimos, donde apenas tenemos tiempo de
conversar un buen rato sin perder el culo o donde la capacidad de reflexionar
ha sido sustituida por las consignas del mercado, los medios, los partidos o
los imperativos de compartir basura a diestro y siniestro en las redes, o
atender la cantidad de los megusta o por la adicción a dejarse los ojos en el
teléfono, resulta fácil entender que lo auténtico se convierte en una costosa
tarea similar a la de buscar una aguja en un pajar.
Lo auténtico subyace en nosotros pero desatendido, si no enterrado, dando
la sensación de que se necesitara un extraordinario esfuerzo para sacarlo a
flote. Lo auténtico, por otra parte, llevado a la consideración de la realidad
global que vivimos, conllevaría para acceder a él la necesidad de conocer la
historia no manipulada, saber de los hechos y sopesar las circunstancias,
condiciones que parecen estar totalmente ausentes en una parte considerable de los
hábitos sociales.
Vamos, que si lo auténtico está ausente porque desconocemos
Por demás hablar de cosas auténticas no está de moda. Mola más agarrarse
a cualquier gilipollez del momento. Nuestra inteligencia ha sido abducida por
todos cuantos quieren aprovecharse de ella, unos lo hacen con las banderitas de
España invitando a la población a entelar el país con ellas como símbolo de
dudosos valores (días atrás El País titulaba una entrevista con Emilio Lledó de
esta manera: “Patria es una palabra hermosa a veces en manos de cerebros
corruptos”), otros mintiendo y falseando la verdad, muchos utilizando
argumentos que escolares de primaria no aceptarían pero que gran cantidad de
adultos asumen como verdades de cajón.
En la pareja de la peli era diferente, en ella, ambos adultos, cultos e
informados, lo auténtico vivía soterrado bajo los ladrillos de las rutinas
diarias, dejado ahí sin un jardinero que lo regara y lo abonara (eso tiene
música… el que tenga un amor que lo cuide, que lo cuide…) el amor de ella terminó
enmoheciéndose al punto de creerlo inexistente. En el caso de las relaciones
personales en general quizás suceda que hablar de lo auténtico simplemente se
haya convertido en algo trasnochado y prefiramos la frivolidad de la distancia
o la repetición de lo que se dice en las redes o en la cabecera de algún periódico
como elemento de comunicación. Esa enorme cantidad de cartelitos compartidos a
trochi mochi en feisbuk y que sustituyen la posibilidad de que los muros se
llenen con un poco de la autenticidad que cada uno llevamos dentro, son con
alguna aproximación la medida en que mostramos nuestra incapacidad para
expresar lo que cada uno pensamos.
DIgamos que es lo que creo, lo que que me parece, que es mi opinión,
sólo eso.

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