Puente
de los Poyos-Majada de Quila, Pedriza, 15 de junio de 2020
Me
lo digo muchas veces; es imperdonable que con los años que llevo viniendo a
Y
ya que hablamos de enamorados, eso de cuando nos ponemos románticos y nos
decimos amantes de las montañas, a ver, ¿cuántos de todos esos amantes
pedriceros, o de las montañas en general, seremos capaces, además de conocer
del Pájaro hasta los agarres más mínimos, de
Hoy,
que subí con Santiago Pino a Las Torres, magnífico espectáculo desde lo más
alto el de esta mañana con un cielo variopinto de nubes que pacían en el cielo
como un despreocupado rebaño, y que él, excelente conocedor de todos los picos
de los alrededores, desde arriba me iba recitando todos sin dejarse ni uno,
cuando yo destrepaba de la cumbre y me entretenía con el zoom fotografiando una
flor mínima, enseguida le oía desde detrás de alguna roca decir el ¿qué haces?
Vamos que me veía raro allí arrodillado empeñado en fotografiar un manojillo de
flores mínimas que me había encontrado en la grieta de una roca. Más abajo, en
el bosque, cuando me paraba y le pedía silencio porque estaba cantando un ave y
quería grabarla para después averiguar su nombre en casa, igual. Santiago creo
que es uno de lo mejores conocedores de
Pues
nada, que como yo últimamente he retomado eso de volver a reconocer a todos los
seres vivos que oigo, veo o dejan sus huellas en los caminos que atravieso, voy
a ver si escribiéndolo me conciencio y hago como el amigo Pedro Nicolás que me da
la impresión de que no sale al monte sin echar en el macuto una guía de plantas
y de aves. De momento ya he localizado una app que me graba el canto de las
aves y si hay cobertura me devuelve de inmediato el nombre del pájaro que
alegra mi caminar desde lo alto de un risco o las ramas de un árbol. Gran
descubrimiento el mío el de esta aplicación que me está ayudando a reconocer
las aves que pueblan mi camino y lo llenan de la delicadeza de su canto.
A
la vejez viruelas, dirá alguno, eso de ponerse a conocer la flora y la fauna de
montañas que pisas desde hace medio siglo. Más vale ahora que nunca. Me temo
que la culpa de estas cosas las tiene el tiempo, el tiempo por los años que has
vivido, y también la ralentización que se produce en éste. Bajando de las
Torres hemos coincidido con dos chicos y una chica con cara de llevar prisas;
habían hecho Canto Cochino, las Torres, alto de Matasanos en dos horas y media.
Vamos, la velocidad de la luz. Como para entretenerse en ver flores o escuchar
el canto de los pajaritos… ni pensarlo. Así debíamos de ser nosotros de
jovencitos y por ello han tenido que pasar los años para al fin poder llegar a
la gran sabiduría de la comprensión del no-tiempo (jajaja), vamos, que siendo
eso del tiempo una falacia porque realmente el tiempo no existe (y que no se me
pregunte a mí sobre esas cosas, que es algo que he leído y que tiene que ver
con la física quántica y que no entiendo demasiado pero que me conviene creer
de la misma manera que en la infancia creía que cuando llovía eran lo angelitos
que hacían pipí); recuerdo, que siendo eso del tiempo una falacia, pues eso,
que ni puto caso; ergo: si el tiempo no existe, ¿para qué coño correr? De lo
que se deduce que si ya no hay que correr ya puedo tener tiempo (jeje) de sobra
para fotografiar todas las flores que me encuentre por el camino, para sacar la
guía si es necesario, contar los pétalos, ver la forma de su pistilo, averiguar
al fin su nombre y características. Y subsiguientemente para pararnos cuando
escuchemos al pinzón o al acentor alpino, el ruiseñor o al carbonero para
interrumpir la conversación que traíamos con un amigo y decir, mira ahí está
cantando ya el cuclillo, el ruiseñor o el, y si ya ha anochecido, el ulular del
cárabo o la lechuza.
¿Y
todo esto pa qué? Pa na, para que los minutos que pasamos en
Subí
con Santiago desde
“Casas, huertos y personas se transformaban en sonidos, todos los objetos
parecían haberse transformado en un solo espíritu y una sola ternura. Un dulce
velo de plata y niebla espiritual nadaba en todo y se extendía en todo. El
espíritu del mundo se había abierto y todos los padecimientos, todas las
decepciones humanas, todo lo malo, todo lo doloroso parecía esfumarse para no
volver más”. De un libro titulado Caminar.
Ahora
es el tiempo de mi acostumbrada partida de ajedrez. Últimamente Paco está
poniendo a prueba mi capacidad de concentración que está hecha una lástima, así
que a practicar para no seguir haciendo el ridículo el próximo domingo. Todavía
me sonrojo por el jaque mate que sufrí hace días con la inesperada aparición de
un alfil que ocupaba el final de una diagonal y que a mí me pasó inadvertido.
Pájaros,
flores, ajedrez, soledad y una suave brisa en uno de los rincones más bellos de
Pedriza. No se puede pedir más. Todo mientras llega la noche y el turno de las
estrellas y las constelaciones, que conviene conocer naturalmente, porque
también forman parte de este pequeño mundo encantado que tenemos al norte de
Madrid.










Maravillosa experiencia, estupendamente relatada. Felicidades por cambiar cantidad por calidad. Querer bucear en ella te honra. Es lo que el Universo espera de los que vamos cumpliendo años. Yo estoy en ello.
ResponderEliminarNo, parece que no es una tontería eso de que la edad aporta algo de sabiduríaedad :-)
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