Ayer, después de encontrarme en mi página de FB ese tipo
de entradas que muestran el carácter de las personas sometidas a los mandados
de la caverna mediática, me empeñé en el trabajo inútil de desasirme de algunas
de las bobadas de las redes, razonando por aquí y por allá, pero cuando el
texto estaba ya avanzado llegó la hora de conectar con Hoyos del Espino y me
olvidé de esos sujetos que tan poco me gustan. En Hoyos se celebraba un evento
dentro de la Fiesta
del Piorno que por allí es un acontecimiento en esta época, acontecimiento que
celebra la floración que llena las laderas de Gredos de un magnífico tapiz
amarillo que hace las delicias de los caminantes que recorren sus valles. El
pasado año quise mostrar a mi amiga Nuria alguna ruta de nuestro Gredos en esta
época y no se me ocurrió mejor itinerario para introducirla en ese mundo de mis
primeras andanzas que la garganta de El Pinar como acceso privilegiado al
solitario enclave de Cinco Lagunas.
El programa consistía en un encuentro virtual
de observación astronómica, que habitualmente se hace cada año con telescopio
en el punto de observación estelar de Hoyos del Espino, y que con motivo del
Covid celebraban a través de videoconferencia. Saltar de las bobadas de los
lectores de la caverna a las constelaciones del cielo de Hoyos, y de allí al
mundo de las estrellas, las galaxias, los asteroides o el polvo cósmico
mientras Paco iba hablando de los cientos de miles y de millones de años luz
que nos separan de ese mundo infinito apenas concebible y dentro del cual
nuestra ínfima pequeñez resultaba tan ridículamente diminuta, disponía, junto a
la admiración por la belleza de los conjuntos estelares y la armonía de sus
disposiciones, a cerrar los ojos y a hacer abstracción de las ridículas
pretensiones que nos asedian cuando nos representamos a nosotros mismos como
reyes del universo.
Desde que a raíz de mis primeros
contactos con la montaña y, especialmente cuando comencé a descubrir el
universo estrellado de la noche desde el regazo que eran mis vivacs, y precisamente
los primeros y que recuerdo con más intensidad y cariño fueron en Gredos
durante el invierno, siempre pensé que las cosas de la Astronomía estaban
equivocadamente estudiadas dentro de las disciplinas de la Física, al menos desde el
punto de vista de las sensaciones que germinan en uno cuando, por ejemplo, uno
vivaquea en las cercanías de La
Galana en una noche del mes de enero, cuando el aspecto
lunático de lo que ves a tu alrededor, las cumbres nevadas, la silueta oscura
del Almanzor al fondo del perfil serrado del cuchillar de Ballesteros o los
riscos de los Hermanitos te mandan un saludo mientras asomas la cabeza sobre el
embozo de tu saco de dormir y con los ojos como platos contemplas la estrellada
faz del cielo.
De hecho la Astronomía debía estar
estudiada dentro del campo de la
Filosofía o si me apuran acaso dentro de la Psicología ;-), ya que
las cosas del universo, al menos para un neófito como un servidor, condición a
la cual pertenezco con mucha honra, ya que ello me permite seguir asomándome al
cielo de mis vivacs como niño pequeño que se asombrara permanentemente del
mundo en que vive; ya que las cosas del universo, decía, son asuntos que atañen
y mucho a la condición del alma contemplativa, a las sensaciones y al placer
que la pequeñitud instila en nuestro organismo como bálsamo y almohada en que
recostar la cabeza en nuestro vivac poco antes de que, pasando del ensueño a
los brazos de Morfeo quedemos profundamente dormidos con las estrellas arrebujadas
en los rincones de nuestra retina.
Más, si fuera creyente creo que la Astronomía debería
tener también un amplio espacio dentro de la Teología. Esa obsesión de San
Agustín o de Santo Tomás por demostrar racionalmente la existencia de Dios se
me parece de una cortedad de vista fenomenal; primero por querer encerrar toda
la realidad en las pobres redes de la razón y, segundo, porque esas miradas que
aparentemente iban dirigidas al cielo, ese afán de Doménikos Theotokópoulos de
pintar tan magníficos estrabismos focalizados en el firmamento y que no era
otro que el mirar buscar más allá de sí mismo, en las alturas, en el Universo
en definitiva, la razón de su ser. Esa idea que tenían nuestros místicos del
Universo, probablemente de un infantilismo rayano con lo demencial, asociado al
deseo de no morir para después habitar alguna galaxia donde vivir
beatíficamente junto a su Dios, si acaso hubieran tenido la oportunidad de
contemplar las fotografías del cielo nocturno que hoy nos sirven los mejores
observatorios del mundo, seguro que abrían abierto un enorme boquete de dudas
ante la contemplación de los miles y millones de años luz que median entre
nosotros y otros mundos estelares. No imagino a un teólogo en sus cabales que
contemplando la infinitud del universo con ojos objetivos pueda todavía
mantener en su interior la idea de Dios. Nuestra infimitud, al tener los ojos
cerrados a la distancia y a la magnitud de los mundos que nos rodean, cae en
tan vana esperanza de revivir tras la muerte que no le queda otra cosa que
inventarse quimeras que, bueno, siendo aptas para hombres más primitivos cuyo
conocimiento científico era muy limitado, resultan a la luz de la ciencia poco
menos que sustitutivos ingenuos berrinches para negar la única realidad de que tras
la muerte no hay galaxia, estrella o planeta que pueda acogerlos.
Y ya puestos ¿por qué no incluir
también la Astronomía
como materia esencial de la
Pedagogía? ¿Qué mejor que aprender a través de ella, por
medio de ella, los principios de humildad, de racionalidad, de armonía?
Humildad, enseñar a ser humildes, aprender de nuestra insignificancia, nuestra
pequeñez para así, seres que van a pasar unos pocos días sobre la tierra, poder
gastar nuestro tiempo en las preocupaciones propias de nuestro entorno, en el
cuidado de nuestro jardín, ese de las pequeñas cosas, sabiendo que no hay nada
mejor que vivir en paz con uno mismo y con los demás. Racionalidad, el uso
adecuado de nuestros recursos o de nuestra creatividad, el equilibrio entre el
mundo propio y el de los demás. Y armonía. Esa que se desprendía de la
contemplación de las galaxias que nos mostraban ayer en diapositivas Paco y
Mirian desde Hoyos del Espino y que llaman a nuestra capacidad de apreciar la
belleza y la armonía del firmamento, pero que también clama por la armonía
interior, por la intelección e intersección de los elementos de la compleja realidad en la que hemos venido a
nacer y desarrollarnos.
Probablemente mi amigo Paco, con
quien dentro de un momento voy a echar la partida de ajedrez que parece se está
volviendo ya habitual los domingos, se sonreirá leyendo esta líneas comprobando
hasta donde puedo llevar yo su charla y la de Mirian. Ya sabes, Paco, que no
hay realidades aisladas, que todas viven relacionadas y que unas y otras se dan
la mano de tanto en tanto llevándonos de acá para allá. Esa diversión de hacer
de la realidad un juego, como en el ajedrez, con que alimentar graciosamente
nuestra breve estancia en este rinconcito de la Vía Láctea en que
habitamos.
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