jueves, 7 de mayo de 2020

Dios, el padre Ángel y el señor Iglesias.





El Chorrillo, 7 de mayo de 2020

 

A veces me siento tentado a reproducir aquí por entero las conversaciones que suscitan algunos encuentros con amigos cercanos. Los asuntos, casi siempre a flor de piel de lo que sentimos o de los espacios por donde se mueven nuestros intereses personales, unas veces la política, otra Dios o la religión, siempre la montaña presente de alguna manera aunque no la lleguemos a mencionar, son tan apasionantes y dignos de mimo y atención que da pena dejarlos olvidados en las vibraciones que se perderán pasadas unas horas; al menos en la trabazón del recuerdo de un desmemoriado como yo. Y sí, conversaciones en todo momento entre amantes de la montaña, lo que le añade un plus de caso curioso, porque estando en desacuerdo en asuntos tan diferentes, el cemento más sólido que parece unirnos es nuestro indiscutible amor a la montañas.

En una ocasión, mientras hacía el Camino Norte de Santiago, hice una amiga en San Vicente de la Barquera con la que de tanto en tanto mantengo largas conversaciones vía email o guasap. Una amante de la montaña y de los caminos de cara risueña y pómulos rosados de manzana con la que aquella ocasión caminé varias jornadas. En esa larga marcha descubrimos nuestra mutua afición a conversar largo y tendido sobre los temas más diversos. Ahora, de vez en cuando, y pese a que hace ya un puñado de años que no nos vemos, mantenemos candente este deporte de conversar a través del ciberespacio. Días atrás un correo suyo me dio para escribir un post titulado De la belleza interior. En esa ocasión estábamos de acuerdo en todo y celebramos nuestro encuentro en esas verdades que nos acercan al conocimiento de nosotros mismos; pero no fue el mismo caso el de hoy. Habida cuenta de que mi amiga y yo discrepamos en algunos puntos relacionados con la religión y la política, le había enviado un artículo de 20Minutos en el que el padre Ángel, presidente de la ONG Mensajeros de la paz, elogiaba el "trabajo y esfuerzo" del vicepresidente de gobierno en la crisis del Covid-19. Se lo envié con una nota que decía: El día en que gente así sea mayoría entre los que creyentes, me vuelvo a hacer católico :-). Y añadía: Cuando veo estas cosas me acuerdo de ti, yo, un ateo sin remedio que de buena ganas metería en mi corazón a todas las monjitas y gente de la religión que de verdad sigue los pasos del Jesús del Evangelio.

Mi amiga, convencida de que en el fondo de mí mismo yo tendría que creer en Dios, en algún dios, me invitaba a escucharme en soledad y reconsiderar sinceramente mi descreimiento. Cierto que para el caso de que rechazara absolutamente a la Iglesia, rechazo comprensible, añadía, aún así se puede ser un perfecto creyente sin religión. No dan estas breves notas de un diario para averiguar en qué puede quedar ser un creyente sin religión y qué podemos decir con ello, pero me temo que siendo la religión un conjunto de creencias, normas, ceremonias, etcétera “con las que el hombre reconoce una relación con la divinidad”, es difícil aceptar que pueda haber un creyente que no tenga como referente a un dios o que no tenga como soporte de su creencia una religión. Y si en vez de hablar de Dios dirigimos el punto de mira a la verdadera causa del ser religioso, que yo entiendo no es otra que la soberbia del hombre por seguir vivito y coleando tras la muerte, razón última para la que los hombres se han inventado un Dios, ya, lo que aparece ante mi vista es, junto a ese pretendido anhelo no sólo de vivir eternamente, sino hacerlo disfrutando de todos los placeres habidos y por haber que Dios guardará para nosotros nada más y nada menos que por toda la eternidad, es una desmedida ingenuidad que por respeto a los creyentes conviene no calificar. Aparte de que dedicar la vida a Dios y a la religión para encontrar, al fin en la otra vida la suma de todas las felicidades, me parece una aberración que muchos, empezando por Santa Teresa de Jesús, practicaron con la mentalidad del banquero que sopesa las inversiones que pueda hacer a fin de asegurarse unos abundantes dividendos en el futuro; ellos aquí en la tierra, Santa Teresa y sus adeptos en la otra vida. El que Santa Teresa de Jesús, cuyos libros son un manjar para el que gusta de la buena literatura, tuviera mentalidad de banquera con los ojos puestos en los dividendos es algo que se me ha ocurrido en este momento, pero que me parece una acertada idea para retratar a tantos católicos que con sus misas y sus rezos no persiguen otra cosa que los dividendos de una vida eterna en el mejor de los paraísos imaginados.

Como nuestras conversaciones están hechas de pinceladas por aquí y por allá, como dice mi amiga, ella aficionada a pintar marinas frente a la ribera del Cantábrico, la pintura y nuestra conversación terminan pasando de un color a otro sin una aparente ilación. Sólo en apariencia porque inmediatamente después a la existencia o no de Dios, vuelve ya a aparecer Pablo Iglesias cuya ubicuidad es tal de asemejarse a Dios, ya que se encuentra por todas partes. Pablo Iglesias, sí, está en todas partes, sobre todo en Venezuela, lleva años allí por obra y gracia de la derecha española que ha jurado darle pasaporte venezolano para todos los años que le quedan de vida. Está en ABC, en Okdiario y en todos los periódicos de la Caverna cada mañana y cada noche, en todos todos estos medios-caverna no tienen otra cosa en sus bocas que al Coletas. Los sicarios del sistema hacen eso, le convierten en el dios de turno al concederle esa ubicuidad en sus páginas, dios maléfico y perverso, eso sí. Los mismos que tienen un miedo infinito, pánico, a que Pablo Iglesias pueda meter las narices en el Centro Nacional de Inteligencia… Ja, vaya, por cierto vaya usted a saber por qué la derecha, nuestra corrupta derecha, tiene miedo a que se destape esa caja de Pandora que sin ir más lejos sospechan que en un plis plas puede convertirse en la caja de los truenos que meta en Soto del Real a la mitad del PP.

Así que no nos salimos de tema. A mi amiga le cae mal el señor Iglesias, tan mal como me cae/caía a mí (y recuerdo aquí la reflexión que hacía días atrás en este mismo blog y que titulaba “Del señor Iglesias, una oda necesaria”) y, asumida por la vía de la emoción, que no de la razón, según creo, echa mano de su condición de chico de barrio de Vallecas, que ciertamente Iglesias explotó con un sentido del marketing considerable, para echarle encima todo el peso de un chalet en Galapagar y convertirlo en uno de tantos ricos del momento y, voila!, después meterle en el cesto de los hipócritas.

Como en nuestra conversación se cruzan la gravedad de los argumentos con el buen humor, yo le contesto que de tener alguna religión creo que sería politeísta. Hoy, por ejemplo, le digo, que escribí un largo post titulado “Charla con los arroyos”, sería feligrés incondicional de esas aguas cantarinas que tanto me han acercado, como las montañas, a una verdad universal que todos perseguimos. La cosas son de una exquisita relatividad muchas veces, y te leo, le comento, hablar de Iglesias, al que tienes tan atragantado, tan así así que creo que ello te impide ver la realidad con ecuanimidad. Pienso que a veces es necesario quebrar el catálogo de las verdades a que nos agarramos con tanto apego para intentar buscar en el alma de cada cual, incluido el señor Iglesias, esa pepita de oro que sí puede servir al bien general. Releo esto último y no me gusta mucho ese tono en el que parece que el que tiene la verdad se dirige al otro que no la tiene. No me gusta, suena como si estuviera dando lecciones de algo, pero me temo que no sé hacerlo de otra manera. Pienso que, hay que hacer esto y lo otro... puf. Lo que tengo que aprender todavía. Ella seguramente disculpará mi torpeza cuando lea estas líneas.

Ayer recogía una cita de Catherine Destivelle, continuaba yo, de su libro Ascensiones, que decía: sólo no cambian de opinión los imbéciles. Yo ando mucho con ese tipo de enseñanzas a cuestas y me las aplico de tanto en tanto. Así, por ejemplo, días atrás me dediqué a escribir una especie de oda a favor de Iglesias. ¿Quién lo diría, verdad?, le decía. De otro lado tengo que decirte que mis dioses son generalmente de carne y hueso, las cosas celestiales me caen muy lejos y prefiero dioses cercanos a la realidad que vivimos, y todos esos mis dioses, si he de tener alguno, son aquellos que han impelido a sus congéneres con su sabiduría y su dedicación de por vida a tirar adelante y hacer frente a las adversidades; hoy puedo convertirme en un fan de la ministra de trabajo Yolanda Díaz, ayer lo era de Pepe Mujica o Noam Chomsky, mañana, quién sabe, de un inmigrante senegalés, llamado Serigné Mamadou, al que hace días oí en Carne Cruda y que andaba recogiendo fruta en los campos de Barcelona pero que no descuidaba ser portavoz de los inmigrantes, esos seres humanos de clase B a los que los agricultores explotan y ciertos parásitos de la derecha denigran desde sus alcantarillas. Mis deidades son de este mundo, gente ejemplar que trabaja por mejorarlo. Esta es la razón de que no tenga yo ningún interés en las religiones al uso. Esta vida me parece muy suficientemente hermosa como para necesitar de ningún dios adicional.

Por cierto, al asunto este de la divinidad habría que añadir que el Dios de los católicos respira una tal soberbia y un tal narcisismo que rubor, pienso, debería dar a los creyentes someterse a la adoración de tal ególatra. Quien no lo crea así que lea el Genesis y Éxodo; en Las Tablas de la Ley, que recibió Moisés en el monte Sinaí, encontrará un sabroso ejemplo en el primer mandamiento. Ni qué decir tiene que, referido a los creyentes, bienaventurados los buenos de corazón, católicos de toda índole, por sus obras los conoceréis, ya lo dijo Jesús, porque ellos tendrán siempre un lugar preferente en el corazón de este ateo.

Mi amiga, agarrada al estado emocional que le brinda su animadversión hacia el señor Iglesias, así la veo yo, pasa de golpe de Dios y la religión a hablar del supuesto descontento de Podemos ante el hecho de que Sánchez tenga el consentimiento de Arrimadas para prorrogar el estado de alarma (la viñeta de abajo viene a explicar este hecho mejor que cualquier palabra), de lo que deduzco, ajeno al hecho del que me habla, y que considero falso, que mi amiga lee unos periódicos muy distintos a los que leo yo, periódicos que yo nunca creo vaya a frecuentar (imagino, siempre imagino). El bulo y la mentira se han convertido últimamente en el único argumento posible de la derecha, bulos y mentiras que alimentan a una numerosa población que creo vive enquistada en ideas fijas poco abiertas a ver en la sociedad un organismo vivo que cambia, se renueva y necesita de la colaboración de todos para defenderse de la injusticia y procurar un bien común generalizado.

Valga decir, que como tomamos por cierto lo que determinados periódicos dicen, la conclusión es fácil de adivinar: el Coletas y todo lo que huela a comunismo o a sentido común, al infierno con ello. Así las cosas ni siquiera nos alegraremos de que se haya conseguido prolongar el estado de alarma o de que próximamente exista una renta mínima para todos aquellos, incluidos los emigrantes, que lo están pasando mal en este país; y que si se formaliza será con toda seguridad gracias a la presión de UP.  Le hablo a mi amiga de esto último, pero ella erre, que erre, tampoco quiere saber nada de esto: los políticos son un asco…

Me parece que vamos a necesitar un gran angular para acercarnos a la realidad, le digo, utilizas un zoom de tantos aumentos que a lo mejor te pierdes otras muchas bondades que no entran dentro del campo de visión del objetivo que usas. Terminamos metiéndonos de nuevo en el bucle de que todos los políticos, todos, son muy malos, ella defendiendo esto, yo ofreciendo una visión más optimista. Mientras, ha llegado la hora de la película; Victoria, la chica paciente, me está esperando para ver la peli, esta noche La inocencia, y debemos terminar aquí nuestra conversación.







 


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