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| La conveniencia de charlar con los amigos: Santiago y Laure de charla una vez de las últimas veces que anduvimos por la Pedri |
El Chorrillo, 15 de mayo de 2020
Hola, Marichu. Hoy tenía varios asuntos por delante que
esperan cola, pero poco antes de abrir la prensa diaria para asomarme a la
realidad de la jornada, tropecé con un post de un compañero de montaña que
terminó por aplazar la lectura de los periódicos para más tarde. Te cuento.
Este compañero hablaba en FB de «ese sentimiento de que "nos
pertenece" y por tanto "tenemos derecho a todo", tan común en el
colectivo montañero y escalador, no ayuda nada». Como comprenderás ese “nos
pertenece”, como cabeza de argumentación para a continuación escribir “tenemos
derecho a todo”, me llamó la atención de inmediato. Añadía el compañero que no
nos hemos dado cuenta todavía de que somos nosotros los que pertenecemos a
Obviamente entendí enseguida el
sentido de sus palabras, eso de pertenecer o no o lo de meros visitantes que
somos me sonó enseguida a aquel que quiere encerrar en un par de conceptos destinados
a las multitudes para disuadir al prójimo y dejar el campo despejado y, como
cantaba San Juan de
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
Hablemos de amor, le contesté en
un comentario. Dices que somos visitantes, hablas de quién pertenece a quién.
Puntualizo. “Nos pertenece”, como “nos pertenecemos” es, como en el amor, una
relación de mutua entrega que no merece, aunque sólo sea por cuestión de
estética, que le añadas ese "tenemos derecho a todo" en donde acaso,
para poner un símil, pareciera que quisieras mezclar el amor con la
pornografía.
Cuando se habla de amor,
pertenecer o dejar de pertenecer, son términos que lo asocian a él, auque el
verbo pertenecer como propiedad sea del todo incorrecto; mezclar la filosofía
del amor con la tosca prosa de las normas de protección, tan necesarias, tan
necesarias, repito, se me antoja anacrónico. Yo me encuentro con
Sí me importa, y mucho, las normas
necesarias que “ellos” deban dictar “para los otros” , pese a que “ellos” jamás
comprenderán lo que es el amor y actuarán como los ciegos ante una realidad que
no conocen. Y recuerdo aquí que a veces, a veces, digo, puede no haber peores
vándalos que el administrador y los forestales que obedecen sus órdenes (aquí dejoel link de un post reciente que habla sobre ellos). Lo que no quita para que
aplauda su labor cuando es conforme al sentido común.
Y me temo, déjame que lo repita
una vez más, que lo que esconden tus palabras es precisamente miedo, miedo como
el mío, miedo a que tu enamorada y tú veáis perturbados vuestros actos
amorosos, los arrullos de amor interrumpidos por la presencia de los bárbaros,
los otros a los que en absoluto consideramos amantes sino tan solo virtuales destructores
de los encantos de nuestra Pedriza, aquellos que vendrán a perturbar con el
ruido y la posible suciedad nuestro apacible arrullo.
A estas líneas respondía esta
mañana Daniel diciendo que sí, que los paisajes nos pertenecen en el
sentimiento, en la construcción de nuestra historia personal y en definitiva de
quiénes somos; y, añadiendo a continuación, “que los seres a los que amamos nos
pertenecen en cuanto que forman parte de aquello que seamos”. Sin embargo,
punto y seguido después, escribe letra por letra lo siguiente: “Pero igual que
defendemos la no pertenencia de una persona a otra lo hacemos con los paisajes”.
Es clara la contradicción de ambas afirmaciones. Por ello creo que en
definitiva nuestras posturas no son tan opuestas, creo que son los términos que
utilizamos, la diferencia que hay entre “pertenecer” como posesión y
pertenecer, como dice Daniel, por cuanto forma parte de lo que somos. Afirma más
adelante que tiene miedo porque somos muchos y no estamos educados. Por eso
pienso que reflexionar, dice, sobre estas cosas es importante.
Naturalmente, le contesto a
continuación, que reflexionar sobre estas cosas es importante. Ya te leí hace
días quejarte por la dificultad que algunos que te leen encontraban cuando
hablabas de ciertos temas extensamente. La reflexión requiere atención y ganas
de profundizar en los asuntos. Independientemente de las disquisiciones a que
nos pueda llevar el concepto pertenecer, que no es en el sentido en el que tú
lo utilizabas y ejemplificabas al principio, que más bien se trata de un estado
de mutua simbiosis, esa que yo siento cuando refugiado en una tienda de campaña
de setenta centímetros de ancho en un alto collado de los Alpes cuando la
tormenta tumba mi tienda contra mis narices y no sé si voy a salir vivo esa
noche; independientemente de esas disquisiciones, digo, es obvio que para una
persona habituada a pasarse meses y meses enteros atravesando Alpes o Pirineos,
las sutilezas del lenguaje le vienen estrechas.
Podemos hablar de protección y
podemos hablar de amor, el otro día discutía este mismo tema en FB con Pedro
Nicolás Martínez. Estoy de acuerdo con vosotros. No lo estoy tanto cuando
intentáis mezclar la praxis de la protección con la filosofía de la montaña, o
mejor con la filosofía del amante de la montaña. Al partir de una premisa no
conveniente, esa de la interpretación de pertenencia que hacías tú en la
cabecera de tu post, el diálogo queda invalidado porque no cabe hablar del
derecho o no que podamos tener sobre otros o sobre la naturaleza. No hay
derechos en los estadios del alma.
Cuando yo estoy acurrucado en esa tienda que decía más arriba gastando toda mi
energía en sujetar el techo para que el viento y la tormenta no se la lleven, ¿de
qué derechos voy a hablar yo sobre la tormenta o las montañas con las que yo me
fundo en el mayor acto amoroso que pueda concebirse? Volvemos de nuevo a la
tosquedad del lenguaje y a nuestro inútil esfuerzo por apresar las ideas que se
escurren de nuestras manos como truchas deseosas de huir de nosotros cuanto
antes. Una trucha que, ya en el agua, estaría diciendo, joder con estos tíos,
en el lío que se han metido. A mí, que me dejen en paz, diría también la
montaña o el Yelmo en su inmutable silencio. A lo qué yo respondería:
efectivamente.
Querer hacer filosofía metiendo a
la montaña y lo que sentimos por ella en la camisa de estrechos conceptos de
pertenencia es una tarea cuanto menos equívoca. Me parece. Cuando yo te leo, le
decía a Daniel, lo que escucho bajo tus palabras es algo diferente a lo que
escribes, y que creo compartimos ambos: algo así como: alejemos de nuestras
montañas a todos aquellos que no saben amarla, acariciarla, besar sus noches y
sus estrellas; reestablezcamos el silencio de los arroyos y los pájaros y…
etcétera, etcétera. Y todo para que nuestro rapporto,
como dicen por las Dolomitas, rapporto
amoroso, sea perfecto.
Terminé despidiéndome de Daniel: Me
he extendido un poco y seguramente éste no sea el lugar para este tipo de
conversaciones, pero bueno, la mañana está bonita y no teniendo nada urgente
que hacer, pues eso. Que tengas un buen día.

Genial! suscribo.
ResponderEliminarUn amante más, imagino d.e nuestras montañas. Un saludo.
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