viernes, 15 de mayo de 2020

11. Charlamos sobre la Pedriza. Prosa y poesía.



La conveniencia de charlar con los amigos: Santiago y Laure de charla una vez de las últimas veces que anduvimos por la Pedri


El Chorrillo, 15 de mayo de 2020

 

Hola, Marichu. Hoy tenía varios asuntos por delante que esperan cola, pero poco antes de abrir la prensa diaria para asomarme a la realidad de la jornada, tropecé con un post de un compañero de montaña que terminó por aplazar la lectura de los periódicos para más tarde. Te cuento. Este compañero hablaba en FB de «ese sentimiento de que "nos pertenece" y por tanto "tenemos derecho a todo", tan común en el colectivo montañero y escalador, no ayuda nada». Como comprenderás ese “nos pertenece”, como cabeza de argumentación para a continuación escribir “tenemos derecho a todo”, me llamó la atención de inmediato. Añadía el compañero que no nos hemos dado cuenta todavía de que somos nosotros los que pertenecemos a la Pedriza y la Naturaleza general, que nosotros somos meros y fugaces visitantes. Hombre, me dije yo enseguida, meros visitantes serán algunos, porque un servidor de eso naaada  deee  naaaada. Vamos, que intentar tildar a este amante forjado en la lucha con la amada desde que salió de la adolescencia con de mero visitante eso sí que noooo. Claro, hablaba naturalmente de los peligros de la invasión de los salvajes, esa clase de domingueros que arrasa el paisaje y habla a gritos por donde va. Terminaba diciendo el amigo que miedo le daba el primer día que abrieran las puertas de la Pedriza y llegaran millares de madrileños necesitados de aire.

Obviamente entendí enseguida el sentido de sus palabras, eso de pertenecer o no o lo de meros visitantes que somos me sonó enseguida a aquel que quiere encerrar en un par de conceptos destinados a las multitudes para disuadir al prójimo y dejar el campo despejado y, como cantaba San Juan de la Cruz (habrá que repetirlo las veces que haga falta),

estando ya mi casa sosegada.

A oscuras y segura,

por la secreta escala, disfrazada,

¡oh dichosa ventura!,

a oscuras y en celada,

 encontrarse a solas con mi amada. La Pedri, claro. 

Hablemos de amor, le contesté en un comentario. Dices que somos visitantes, hablas de quién pertenece a quién. Puntualizo. “Nos pertenece”, como “nos pertenecemos” es, como en el amor, una relación de mutua entrega que no merece, aunque sólo sea por cuestión de estética, que le añadas ese "tenemos derecho a todo" en donde acaso, para poner un símil, pareciera que quisieras mezclar el amor con la pornografía.

Cuando se habla de amor, pertenecer o dejar de pertenecer, son términos que lo asocian a él, auque el verbo pertenecer como propiedad sea del todo incorrecto; mezclar la filosofía del amor con la tosca prosa de las normas de protección, tan necesarias, tan necesarias, repito, se me antoja anacrónico. Yo me encuentro con la Pedriza desde hace más de medio siglo y ambos nos pertenecemos, en un sentido espiritual, se entiende. Personalmente me importan un pito las normas que puedan las ordenanzas dictar, me importa un pito porque yo voy a seguir teniendo con La Pedriza la misma relación amorosa que tuve siempre, con normas o sin ellas, so pena de que cada vez que camine por ella me indilguen un forestal a la espalda. Ella es mi amada, yo soy su amado y entre nosotros nadie puede dictar normas de como debe ser nuestra relación amorosa. Obviamente esto que digo aquí debería ser como esos mensajes que aparecen en algunas pelis que una vez leídos deben ser quemados para que nadie llegue al conocimiento de lo que se trata en ellos. La Pedriza es una alcoba para mí donde las rocas, los árboles y las nubes nos susurramos canciones de amor. Que la gente, que el medio ambiente… sí, sí, claro, totalmente de acuerdo. Pero como yo hablo de poesía, que no es cosa que las toscas manos de los forestales y las normativas puedan tocar, pues eso.

Sí me importa, y mucho, las normas necesarias que “ellos” deban dictar “para los otros” , pese a que “ellos” jamás comprenderán lo que es el amor y actuarán como los ciegos ante una realidad que no conocen. Y recuerdo aquí que a veces, a veces, digo, puede no haber peores vándalos que el administrador y los forestales que obedecen sus órdenes (aquí dejoel link de un post reciente que habla sobre ellos). Lo que no quita para que aplauda su labor cuando es conforme al sentido común.

Y me temo, déjame que lo repita una vez más, que lo que esconden tus palabras es precisamente miedo, miedo como el mío, miedo a que tu enamorada y tú veáis perturbados vuestros actos amorosos, los arrullos de amor interrumpidos por la presencia de los bárbaros, los otros a los que en absoluto consideramos amantes sino tan solo virtuales destructores de los encantos de nuestra Pedriza, aquellos que vendrán a perturbar con el ruido y la posible suciedad nuestro apacible arrullo.

A estas líneas respondía esta mañana Daniel diciendo que sí, que los paisajes nos pertenecen en el sentimiento, en la construcción de nuestra historia personal y en definitiva de quiénes somos; y, añadiendo a continuación, “que los seres a los que amamos nos pertenecen en cuanto que forman parte de aquello que seamos”. Sin embargo, punto y seguido después, escribe letra por letra lo siguiente: “Pero igual que defendemos la no pertenencia de una persona a otra lo hacemos con los paisajes”. Es clara la contradicción de ambas afirmaciones. Por ello creo que en definitiva nuestras posturas no son tan opuestas, creo que son los términos que utilizamos, la diferencia que hay entre “pertenecer” como posesión y pertenecer, como dice Daniel, por cuanto forma parte de lo que somos. Afirma más adelante que tiene miedo porque somos muchos y no estamos educados. Por eso pienso que reflexionar, dice, sobre estas cosas es importante.

Naturalmente, le contesto a continuación, que reflexionar sobre estas cosas es importante. Ya te leí hace días quejarte por la dificultad que algunos que te leen encontraban cuando hablabas de ciertos temas extensamente. La reflexión requiere atención y ganas de profundizar en los asuntos. Independientemente de las disquisiciones a que nos pueda llevar el concepto pertenecer, que no es en el sentido en el que tú lo utilizabas y ejemplificabas al principio, que más bien se trata de un estado de mutua simbiosis, esa que yo siento cuando refugiado en una tienda de campaña de setenta centímetros de ancho en un alto collado de los Alpes cuando la tormenta tumba mi tienda contra mis narices y no sé si voy a salir vivo esa noche; independientemente de esas disquisiciones, digo, es obvio que para una persona habituada a pasarse meses y meses enteros atravesando Alpes o Pirineos, las sutilezas del lenguaje le vienen estrechas.

Podemos hablar de protección y podemos hablar de amor, el otro día discutía este mismo tema en FB con Pedro Nicolás Martínez. Estoy de acuerdo con vosotros. No lo estoy tanto cuando intentáis mezclar la praxis de la protección con la filosofía de la montaña, o mejor con la filosofía del amante de la montaña. Al partir de una premisa no conveniente, esa de la interpretación de pertenencia que hacías tú en la cabecera de tu post, el diálogo queda invalidado porque no cabe hablar del derecho o no que podamos tener sobre otros o sobre la naturaleza. No hay derechos en los  estadios del alma. Cuando yo estoy acurrucado en esa tienda que decía más arriba gastando toda mi energía en sujetar el techo para que el viento y la tormenta no se la lleven, ¿de qué derechos voy a hablar yo sobre la tormenta o las montañas con las que yo me fundo en el mayor acto amoroso que pueda concebirse? Volvemos de nuevo a la tosquedad del lenguaje y a nuestro inútil esfuerzo por apresar las ideas que se escurren de nuestras manos como truchas deseosas de huir de nosotros cuanto antes. Una trucha que, ya en el agua, estaría diciendo, joder con estos tíos, en el lío que se han metido. A mí, que me dejen en paz, diría también la montaña o el Yelmo en su inmutable silencio. A lo qué yo respondería: efectivamente.

Querer hacer filosofía metiendo a la montaña y lo que sentimos por ella en la camisa de estrechos conceptos de pertenencia es una tarea cuanto menos equívoca. Me parece. Cuando yo te leo, le decía a Daniel, lo que escucho bajo tus palabras es algo diferente a lo que escribes, y que creo compartimos ambos: algo así como: alejemos de nuestras montañas a todos aquellos que no saben amarla, acariciarla, besar sus noches y sus estrellas; reestablezcamos el silencio de los arroyos y los pájaros y… etcétera, etcétera. Y todo para que nuestro rapporto, como dicen por las Dolomitas, rapporto amoroso, sea perfecto.

Terminé despidiéndome de Daniel: Me he extendido un poco y seguramente éste no sea el lugar para este tipo de conversaciones, pero bueno, la mañana está bonita y no teniendo nada urgente que hacer, pues eso. Que tengas un buen día.

 


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