jueves, 14 de mayo de 2020

09. De Yahvé y las fantasías sexuales




El Chorrillo, 14 de mayo de 2020

 

Anoche pensé que a mí me gusta hablar más con féminas que con tíos, así que desde este momento despido a mi amigo, el interlocutor con el que hablaba en este relato, y a partir de ahora tomo a mi amiga Marichu, aquella de San Vicente de la Barquera con la que hice parte del Camino Norte de Santiago, y de la ya hablé aquí hace días, creo, como compañera de viaje en este cuento fraguado en el encierro del confinamiento. Conversaba con ella precisamente hace un rato, así que con ella sigo. Hablábamos en este momento de fantasías sexuales y yo le contaba.

Como te decía, en mis fantasías eróticas algunas veces hay una enigmática mujer que, recostada en la jamba de una puerta, mira lo que hacemos otra mujer y yo. Mira como quien asistiera a una película de la que no quisiera perder ripio. Siempre que sucede esto hay un pálpito en mis neuronas que hacen que en la curva de la excitación se produzca cierto inesperado revoloteo.

Si hay algo que me gusta investigar, bien lo sabes desde aquellos nuestros primeros encuentros junto al Cantábrico (guiño al canto),  son las reacciones de mi cuerpo. Ya te he hablado alguna vez de esa humedad que sube a veces a los ojos cuando una repentina emoción te ocupa el cuerpo; a ese tipo de cosas me refiero; cuando me sorprende porque le veo ruborizarse, cuando su timidez le incita a huir de la gentes; esas cosas. Yo y mi cuerpo parecemos dos entidades separadas que necesitáramos de paciencia para conocernos uno al otro. Cuando camino durante meses por algunas montañas, no es que sea mi único compañero, y de ahí la necesidad de hablar con él e intentar conocerle mejor, sino que además es el que me lleva de un lado para otro, es él el que me proporciona los medios para penetrar en las páginas de los libros o para oír la música que me gusta. Somos compañeros inseparables, llevamos toda la vida juntos, pero a veces presiento que no nos conocemos del todo todavía. De ahí que me guste indagar en sus reacciones, averiguar de sus gustos, servirle si es necesario algún manjar que sé que aprecia. Así que hoy, encontrándome en medio de una de esas fantasías eróticas que son el plato fuerte de algunas mañanas, enseguida me acordé de él cuando estando en brazos de una de mis mujeres, sí, mis mujeres, no me mires con esa cara de sorna porque tengo algo más de una docena; se trata de un pequeño harén que vive en algún rincón de mi cerebro y con el que es posible celebrar todo tipo de fiestas; fiestas algo fastuosas, las menos, pero sobre todo fiestas de cariñitos y caricias capaces de sacar de la somnolencia a un oso que hibernara en algún remoto fiordo de Groenlandia. Y por favor, no me distraigas con esa cara de cachondeo que se te pone.

Te decía que, estando ya avanzado ese desnudarse y bajar yo lentamente las bragas de ella, apareció la mujer de la que quería hablarte; una chica de mirada enigmática que se me aparece siempre recostada en la jamba de una puerta cercana mientras nosotros jugamos a perversos juegos de seducción y que, lo único que hace, es mirarnos, pero mirarnos de una manera tan tan especial que mi libido se pone a temblar; bueno, mi libido, llamémosle por su nombre, mi cuerpo, que es de quien estábamos hablando, no vaya a ser que nos distraigamos y nos salgamos del guión. Total, que desde hace ya tiempo el cuento se repite, basta que estemos así o de la otra manera porque en el momento en que aparece la chica del umbral de la puerta aquello empieza a echar humo.

En eso estábamos. Recuerdo que cuando estudiaba Magisterio teníamos un profesor de filosofía que dictaba unos apuntes como quien lee de corrido un libro. Uno no paraba de escribir y escribir a toda pastilla hasta que sonaba la campanilla del final de la clase. Era un individuo de apariencia respetable con barba entrecana y cierto aspecto inalcanzable. Bueno, pues algunas semanas más tarde aquel ejercicio de escritura desapareció, las clases se convirtieron en un soñolienta asistencia obligada en donde no asistir se castigaba con la amenaza del suspenso. ¿Qué había sucedido? Muy sencillo. Allá a final de octubre un espabilado descubrió que los apuntes que el sabio profe nos dictaba correspondía palabra por palabra, capítulo por capítulo a un librito que llevaba el título de Teoría del conocimiento, de Johannes Hessen. El tío se había hecho transcribir el libro a unos folios para disimular y su trabajo en el aula consistía en leernos el libro de Hessen. Sólo un paréntesis para decirte que de aquellos apuntes aprendí mucho. Ahora se me ha olvidado casi todo, pero todavía conservo, ciertos rudimentos sobre qué sea eso del conocimiento, que es a donde deseo venir a parar y que quiero aplicar al esclarecimiento y conocimiento de mi cuerpo, jajaja.

Por ejemplo, ¿qué sucede en ese preciso momento en que yo miro a la enigmática mujer del sueño recostada en la jamba de la puerta y ella me mira? ¿Qué sucede para que mis neuronas aumenten las revoluciones por minuto tan inesperadamente? Si de algo debió valerme el estudio del libro de Hessen, te advierto que saqué una matrícula en filosofía aquel curso, debería ser para desentrañar este misterio. Los filósofos hablan de esencia, conocimiento, universales y mil otros asuntos en los que me pierdo cada vez que abro un libro de filosofía, así que a un rústico como yo que sacó matrícula de honor en una asignatura que trataba sobre teoría del conocimiento bien debía de valerle para saber qué coño le sucede a mi cuerpo cuando yo miro aquella mirada y aquella mirada me mira a mí. ¿O no? Pues no.  La verdad, Marichu, es que me sigo moviendo en la oscuridad absoluta.

Igual les sucede a los enamorados cuando llega Cupido, que el corazón golpetea contra las costillas como si éstas fueran a romperse, y entonces hay que darle con el dedo al loco de turno en el hombro y decirle, pero oye, ¿qué te pasa?

"No puedo enseñar nada a nadie. Solo puedo hacerles pensar", decía Sócrates. Eso intento hacer yo pero ni flores, ni pensar ni nada, mi conocimiento se queda en la oscuridad de la cueva de Platón y lo único que ve son sombras que se mueven, así que no se me ocurre más que recurrir a otra de las clases que teníamos entonces, la de Religión, en donde se enseñaban los conceptos relacionados con la fe, creer que cuando a Dios le vino la inspiración en aquellos célebres siete días en los que hizo la Tierra y el Universo que a Yahvé se le pasara por la cabeza inventarse caprichos con que divertirse; así, por ejemplo, por una parte inventó que los hombres y mujeres se atrajeran y enamoraran hasta el deliquio y que vivieran en parejas para así traer hijos al mundo, pero al mismo tiempo, como este Yahvé era un juguetón, pensó que para amenizar la fiesta, así, sin venir a cuento, pondría trampas a los amantes para que una vez casados a éstos se les revolucionasen las neuronas cada vez que una fémina ajena a su pareja les mirara con sus ojos chispeantes. Así que mejor creer que todo fue un puro juego para diversión de Yahvé. Junto a la prohibición de folgar con hembra ajena a la propia, se divirtió tentándole con otras féminas, estuvieran éstas o no apoyadas en las jambas de las puertas, mientras Adán y Eva hacían los preparativos para traer a Caín, Abel y Seth al mundo. Pura diversión, como el cuento de la manzanita de Eva. ¡Ah, este perverso y sádico dios primigenio de los cristianos!

Eso sucedía en los primeros tiempos de la Creación, porque después, cuando los hombres se fueron haciendo mayorcitos, se fueron olvidando de los dictados de su creador y lo que era un juego para Él pasó a ser un estimulante juego también para ellos. Al no desearás la mujer de tu prójimo, opusieron aquel otro divertido y entrañable desearás a la mujer de tu prójimo, y así sucesivamente. De manera que cuando yo estoy de fiesta y aparece la chica de la puerta de mirada enigmática y pone a mis neuronas loquitas, el mecanismo que se produce en mi amigo el cuerpo no es otro que la prolongación de aquel primer capricho que tuvo Yahvé cuando quiso divertirse y poner en aprietos a Adán y a su prole masculina. Como ves no necesitamos ya estudiar a Hessen y su Teoría del conocimiento para explicarnos el enigma que nos veníamos planteando.

Bueno, me dirás, ¿y las mujeres qué? Pues ejem, ejem, la verdad es que las mujeres por razones de índole quasi inexplicables, y a excepción de unas pocas, anduvieron un poco atrasaditas en este asunto, que mucho más obedientes ellas a los dictados del Éxodo, donde además de decirse que había que amar a Dios sobre todas las cosas, se prohibía expresamente desear a la mujer del prójimo… Claro, que siendo la prohibición exclusivamente dirigida al hombre, bien podrían haber éstas, ante el vacío legal dejado por Yahvé, haber aprovechado la oportunidad; pero no, no sólo no la aprovecharon sino que dejaron al hombre como único usuario de ese coto en el que solazarse con fémina fue el principal motivo de anhelo de reyes, nobles, rústicos y todo tipo de individuos pertenecientes a la especie de los sapiens.

Probablemente a los sesudos teólogos estudiosos de la Biblia, entretenidos en las etéreas cuestiones relacionadas con la prueba de la existencia de Dios, se les pasaron por alto estas fútiles cuestiones que explican tantas cosas del comportamiento humano, no sólo las bromas de Yahvé, como ya hemos visto, sino también el modo real en cómo fue el origen del género humano. Lo relata Mark Twain en su librito sobre la creación del mundo. Lo narra Twain en el Diario de Adán y Eva, cuestiones importantes y que los teólogos obviaron. Twain, de muy buena fuente recoge en su libro cómo en aquellos remotos tiempos en que Yahvé había concluido la creación del Universo y del Mundo, sucedió que había nieve y Adán y Eva iban desnudos, cada uno por su lado, y, al salir de un bosque, Eva se encontró con Adán, y plas, del alucine de verlo se cayó de culo sobre la nieve. Como hacía frío a Eva se le puso el trasero colorao, con lo que Adán muy amablemente se dedicó a frotarle el culo a su compañera para que le entrara en calor. Ella se excitó y... así es como nació el género humano.

Marichu, de verdad que esta tarde estoy contento. Después de sesudas indagaciones, todas las que te he contado, como ves, al fin he llegado a la conclusión de que el único culpable de que a mis neuronas les dé un subidón cuando ando con mis fantasías sexuales a cuestas, es Yahvé, el juguetón Yahvé que hayándose aburrido un día decidió divertirse con el ingenuo de Adán que creía que su cónyuge Eva iba a ser la única mujer de su vida.








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