viernes, 15 de mayo de 2020

12. Llueve, el patito está contento.




El Chorrillo, 15 de mayo de 2020


Sigue lloviendo y el patito continúa contento. Love in the Afternoon, esta noche, en la versión española, Ariane. Sí, creo que hay que tener el espíritu muy en un estado receptivo, como el mío esta noche, para disfrutar tanto de una de las películas de Billy Wilder. A mitad de película tengo que salir a regar las plantas; me quito de encima a Mico que ronronea en mi regazo, salgo y, mientras oigo el alivio de mi regadera junto a los rosales con el gusto de un prostático que se recupera de sus aprietos de hace semanas, siento la lluvia como una bendición sobre mi cara a la vez que retengo la secuencia que acabo de ver en que Gary Cooper escucha los mensajes en que Ariane da cuenta de sus veintitantos amores que han pasado por su vida.

Llueve, el patito está contento. Creo que es un haiku del que estoy enamorado desde hace muchos años. Si tecleo en el Chrome esas palabras, Google no me devuelve otras referencias que no sean las mías propias que he ido citando alguna vez en mis blogs. Llueve, el patito está contento. La Ariane de la película no es un patito, es un pececillo inocente y enamorado que ha sacado de las aguas de la inocencia un playboy al que el padre, Maurice Chevalier, pide que devuelva al agua de donde la ha sacado.

Mi amigo Luis, de Valdemanco, el críptico y cáustico Luis, nos regala hace un momento uno de sus aforismo desde el Feisbuk. Dice: “De vez en cuando la vida nos embiste por atrás y nosotros le proporcionamos la vaselina, no para hacerlo más fácil, solo posible”. Y yo miro las dos líneas de Luis con la ternura con que Gary Cooper mira a Audry Hepburn mientras ésta corre junto al tren en marcha contándole una historia de hadas al tiempo que de sus ojos empiezan a desprenderse las lágrimas; las miro con ternura porque comprendo que también es posible un happy end en el momento más crítico, antes de que el tren coja excesiva velocidad y la suerte esté echada.

Si la vida es una comedia, y nosotros unos comediantes que recitamos nuestro papel durante un corto periodo de tiempo para luego desaparecer sin más, la posibilidad de enternecerse, sonreír y ver actuar a Maurice Chevalier, a Gary Cooper o a Audrey Hepburn, es una buena oportunidad para encontrar entre una secuencia y otra muchos rastros de nuestro comportamiento que, llevados al ámbito de los enredos por un buen director, pueden mostrarnos un rico mundo que llama a despertar en nosotros un sentido del humor que no pocas veces necesita un empujoncito para arrancar y llevarnos a una interpretación de la realidad menos sombría de lo que usualmente estamos habituados a usar. De ahí mi llamada de atención de las líneas de Luis, para una realidad que probablemente necesita de una óptica más amable para que ni siquiera la vaselina sea necesaria.

Digo que el sabor que nos puede dejar una película depende mucho del estado de ánimo en que se encuentra el espectador. Hoy sin más que me encontraba saturado y cansado y muy dispuesto a dejarme llevar por los enredos de alguna de las comedias de Billy Wilder y que al final resultó una fiesta para mis sentidos. Miro por encima algunas críticas en Filmaffinity, una, por ejemplo, que dice: “Una comedia romántica demasiado larga y sólo entretenida a ratos” e imagino a un crítico ocasional y aburrido que, saturado de ver películas, ha perdido la sensibilidad para meterse dentro de una divertida, y a veces tierna comedia.

“Mientras le quedó luz en los ojos, mi padre hizo fotografías”. Así comienza la última novela que acabé esta misma tarde (Erri De Luca, Aquí no, ahora no). Hay un motivo en este comienzo que me habla, pero lo hace en un idioma nebuloso todavía incomprensible para mí. Debo aplicarme a su interpretación. No vale lo que los autores nos quieran decir; lo verdaderamente importante es lo que nosotros interpretamos, lo que las palabras nos dicen a cada uno. Ese creo que es el verdadero sentido último de lo que leemos. Al personaje de Gary Cooper, Frank Flannagan en el film, un playboy millonario, le sucede lo contrario que al padre del protagonista de la novela de De Luca, está ciego, lo ha estado a lo largo de toda su vida, y ha necesitado que la naturaleza sencilla y encantadora de una jovencita le vaya descubriendo a lo largo del film la posibilidad de otra vida de sentimientos veraces que él, seductor de mujeres de usar y tirar, no pudo descubrir en sí más que en el último instante cuando la vida le devolvía, el tren que cogía velocidad y lo separaba de Ariane, como un objeto inútil, a la esteril arena de una playa multitudinaria. La luz llegó tarde, pero llegó, el tren se alejaba, ellos caían uno en brazos del otro, y el padre de Ariane, Maurice Chevalier, con el violonchelo de su hija entre las manos, sonreía de pie en la estación mientras el tren se alejaba envuelto en el traqueteo de un final feliz.

No perdí la oportunidad de contestar a las líneas de Luis. Luis, le escribía, llueve y el patito está contento. Dejémosle disfrutar de la lluvia. Él acaba de llegar a este mundo y está contento. Todavía no ha tenido tiempo de saber de los hombres. Volver a la edad de la inocencia no es posible, pero siempre cabe la posibilidad de dejarse embaucar por sus cantos de sirena. Siempre es posible encontrar un poco más allá pedazos de realidad que, como los garbanzos de Garbancito nos ayuden a recuperar la claridad, nos llenen los ojos de luz.


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