domingo, 6 de abril de 2025

Yo también fui joven

 



El Chorrillo, 7 de abril de 2025

Me comenta Guillermo en mi post de ayer que su lectura le había recordado que una vez también fue joven. Yo le contesto que si no le parece que lo que somos hoy es también eso que éramos ayer. Le digo que yo a veces cierro los ojos y lo siento así. He jugado muchas veces con esa idea. Incluso me he remitido (inútilmente) a la filosofía y a la física cuántica (una materia inescrutable para mí) para intentar arrojar alguna luz sobre esa sensación que en ocasiones podemos tener de estar viviendo un presente simultáneo en donde se aglutinan hechos de la vida muy alejados en el tiempo. Curiosamente se trata de vida  recordada, lo cual fuerza un contrasentido, la paradoja de la vivencia simultánea que tiene que echar mano de la memoria, del pasado, para sentirlo como presente.

No es un asunto nuevo eso de en ocasiones jugar con esa idea de simultaneidad. Cerrar los ojos y sentir/verme jugando al fútbol en el patio de recreo del colegio de mi infancia, encontrarme en una mañana trabajando en la oficina de un banco, una noche durmiendo con los clochard bajo un puente junto al río Sena en París, una mañana con mi hijo  pequeño sietemesino junto a la incubadora, una cosa pequeña que no llegaba a los 700 gramos. Cerrar los ojos y sentirlo, vivenciarlo todo a la vez es una realidad que de tanto en tanto intento hacer presente.

La percepción del tiempo en nosotros mismos y de nuestro entorno está profundamente ligada a nuestra conciencia. Aunque las teorías físicas sugieren un tiempo continuo,  nuestra experiencia del tiempo es subjetiva y depende de nuestros estados de ánimo. Para Bergson el tiempo vivido, no es simplemente una sucesión de momentos medibles, sino una continuidad psicológica que se construye en la conciencia. Días atrás discutíamos en casa sobre el nacimiento de la conciencia, ese entorno en donde se organiza la percepción del tiempo. Una amiga trató de convencerme inútilmente del misterio que implicaba su nacimiento; no admitía la lógica darwiniana que otros aproximábamos, pero tampoco recuerdo que aportara alguna luz al asunto. Decimos que la conciencia tal y cual pero en esencia nos resulta extremadamente difícil conocer su nacimiento, como se gesta ésta y cómo es su funcionamiento. Hablo siempre desde el punto de vista de quien es un lego en estos asuntos y en otros tantos que aparecen en mi diario (algún día debería cambiar el título de este diario por Diario de un lego). En general, aunque no parece que haya consenso, se estima  que la conciencia probablemente emergió gradualmente a lo largo de la evolución humana influenciada por necesidades de supervivencia, socialización o adaptación. Debe de ser la  conciencia la que organiza los eventos en una línea temporal que va del pasado remoto al futuro.

Me sería imposible, por falta de conocimientos, seguir argumentando en esta línea, aunque en mi interior se barrunte que algo tiene que ver en nuestro modo de percibir el tiempo y esa simultaneidad de que hablo, nuestra capacidad de introspección y los hábitos que desarrollamos en relación con nuestro pasado. Quien está muy ocupado siempre y tiene constantemente la cabeza ocupada en asuntos, sean estos baladíes o no, difícilmente pueden tener una relación con su pasado en esas condiciones de simultaneidad a las que vengo aludiendo.

Cuando le decía a Guillermo que si no le parecía que lo que somos hoy es también eso que éramos ayer, mis palabras, además de referirse, a esa simultaneidad de hechos del pasado con el presente, expresaban una convicción de orden muy distinta, que estaba relacionada con otro tipo de simultaneidad. Me refiero a la simultaneidad del ser. Cuando Guillermo comenta que cierto texto le había recordado que una vez también había sido joven, se sitúa en el contexto corriente de la concepción de la línea del tiempo, lo que a mí me sugería, pese a que todas las células de mi cuerpo se hayan renovado desde que fui niño, es que el yo, sea lo que fuere, que tampoco los sabemos, es que el yo de mi infancia soy yo, un yo que ha crecido, le ha salido barba, en algún momento cambió los dientes de leche por otros definitivos, pero sin más sigo siendo yo. Mi yo de la niñez o la adolescencia renace en mi yo de ahora cuando lo recuerdo. Si me refiero a la conciencia entiendo que la conciencia es la misma ayer y hoy, es la misma que tenía antes sólo que ahora más entrenada, más compleja como consecuencia de la experiencia y el entrenamiento.

Coño, qué difícil es expresarse. Digo cuando era joven o niño, Pero la percepción y el sentimiento de simultaneidad lo que me trae cuando cierro los ojos… Vamos a ver, en psicología se habla a veces del espectador interior, un enfoque que sostiene que el ser humano tiene un espectador interior, una parte de sí mismo que observa y reflexiona sobre los pensamientos y acciones, estén estos situados en el pasado o en el presente, lo que permite que  tengamos experiencias subjetivas, y una percepción profunda de la existencia y de nuestro devenir. Me pregunto si eso que yo llamo yo, una entidad, un ser, no lo estaré confundiendo con ese espectador de que hablan los psicólogos. No quisiera creerlo, y no quisiera porque me encanta pensarme en medio de esta madrugada como si no hubiera tiempo y estuviera esta misma madrugada dando patadas a un balón en el colegio o pernoctando en la cima del Poset. A lo mejor es sólo un deseo esa simultaneidad. A lo mejor es que no quiero dejar de ser joven, no deseo dejar de ser niño, quiero seguir dando clase a unos niños que me miran con los ojos como platos cuando gesticulo y muevo manos y brazos explicándoles por qué la Luna no se cae sobre la Tierra. A lo mejor.

 

 

 

 

 

 


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