![]() |
Creo que el original sin retocar es de Guillermo de la Madrid |
Para mi nieta Ainara
El Chorrillo, 23 de marzo de 2025
Despeja algo el tiempo. Hace frío. Miro Gredos a lo lejos cubierto de nieve. Me embarga cierto temor, temor al frío, a las montañas. ¿Seré capaz de recuperar el ánimo y la disposición de otros inviernos? Pienso en Silvia Vidal. Tres meses de inactividad han mermado la confianza en mí mismo. Hoy amaneció bonito, el sol bañaba con su estela cálida la moqueta junto a la ventana de mi cabaña. Pienso en mi nieta.
Mi nieta, la Golondrina, Ainara en vasco, cumple hoy los 17. Busqué a Soledad Bravo en Spotify. Localicé aquel tema de Volver a los 17 y se lo enviamos por guasap a modo de felicitación de cumpleaños. Mientras ella llega a sus 17 nosotros nos alejamos. Pensar en lo que tiene mi nieta por delante, yo y ella nos llevamos sesenta años, me produce esta mañana una sensación de vértigo. Decimos que la vida es un chispazo en el universo, pero cuando hacemos el recorrido de lo que va de nuestra edad a los diecisiete encontramos tal cúmulo de vivencias, tantas experiencias, tanta música, tantos truenos, tanto árido desierto, tanta pasión, tanto recuerdo derivado de mi paso por las montañas, la crianza, tan apretada y compleja existencia, que miras esa vida de mi nieta como un magnífico trabajo por delante. Descubrir el mundo, atender a los deseos y a las pasiones, a los impulsos de la razón, del instinto, del amor; esa aventura sin parangón que es la vida. Subestimamos con frecuencia el regalo que nos han hecho nuestros padres con el simple hecho de engendrarnos. Que hayamos nacido de la nada y que más tarde brote de ese óvulo y de ese espermatozoide tanta pasión, tanta expectativa, tan fuerza, tanto dolor, tanta alegría, tanto derroche de solidaridad y cariño, es todo un regalo que raramente apreciamos sumidos como estamos en el bosque de la rutina diaria, en los asuntos que jornada a jornada nos atrapan, en los exámenes que nos esperan, en el pensar en la muerte, en los problemas del mundo.
Ayer Guillermo Amores subía a su muro una fotografía en la que aparecía él y la que siempre será su princesa. Abuelos que contemplamos las vidas de nuestros nietos como esa antorcha olímpica que pasa de mano en mano de una generación a otra. La vida, esa llama que no se apaga y que se prendió hace cientos, miles de años en algún rincón del planeta y que va pasando de tatarabuelos, abuelos, padres a hijos. Fuego, llama que como una flor viene a abrirse en la última generación como una promesa, una expectativa, tantas posibilidades por delante con las que hacer de ese regalo un pequeño taller donde gestar, al decir de Óscar Wilde, un refinado arte, ese que puede ser la vida. "La vida es tu arte. Tú escribes tu propia música. Tus días son tus sonetos."
Quien echa la vista atrás y contempla los hechos de la vida con la intensa mirada de quien día a día fue creando algo hermoso con sus propias manos, tiene en su haber un tesoro que nada en el mundo puede alcanzar. Podrá haber revoluciones, guerras, adelantos técnicos infinitos, justicia, miseria, lo que se quiera, pero si no llegamos al fin de nuestros días con esa certeza, es que algo ha fallado en el transcurso de los años.
Quizás por eso, cuando pienso en mi nieta, lo que imagino con más fuerza es esa posibilidad de que ella, puesta ante el lienzo de lo que pueda ser su vida, consiga ir creando poco a poco, pincel en mano, los trazos, la composición, la profundidad, los colores con los que habrá de enriquecer el cuadro de una existencia. A los abuelos, con el cuadro ya avanzado de nuestras propias vidas, nos cabe el gozo de quien con el mismo pincel que agarramos en nuestra adolescencia y comenzamos a pintar nuestro propio cuadro, ahora, como ese Velázquez que asoma en la penumbra en las Meninas, nos cabe contemplar un lienzo a punto de ser terminado, en donde pinceladas por aquí, pinceladas por allá, podamos mirarnos con el gesto satisfecho de quien en la paleta va encontrando los colores idóneos, quien va ajustando la perspectiva aérea, dando vida a los rincones, poniendo cierto brillo en los ojos, matizando los tonos del futuro.
Y avanzado esto, que podría ser una carta a mi nieta, pero que no pasa de ser una anotación de mi diario, vuelvo a posar mi mirada en la sierra de Gredos, allá lejos, asomando la nieve bajo la falda de las nubes, y vuelvo a pensar en el largo recorrido de la vida, mi niñez, la adolescencia, los tiempos en que creía en Dios, en mi pasión por la aventura, en mis hijos, en esta bondadosa madurez que recorre los años del otoño de la vida y vuelvo a considerar esa trayectoria que tiene mi nieta por delante como el mejor regalo de cumpleaños que ella puede ver en sí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario