sábado, 22 de marzo de 2025

Un repaso a las debilidades de Chirbes, Rousseau y Nietzsche




El Chorrillo, 23 de marzo de 2025 

Esta noche, ya en la página 656 del segundo tomo de sus diarios, hasta las pelotas estaba del brillante Chirbes. Leyéndole hoy recordaba a Rousseau y a Nietzsche en esos momentos en que los “grandes hombres” se convierten en pobres y contradictorios niños de jardín de infancia, quejosos constantemente con sus males personales. Chirbes, tan brillante él, me aburre soberanamente repitiendo constantemente que escribe peor que nadie, que la novela que está escribiendo no vale un pimiento; me aburre soberanamente cuando escribe que ha pasado una noche espantosa, que se tomó unos cuantos gin-tonics en el bar, y, de vuelta en casa, se le ocurre cenar una colección disparatada de cosas, a cuál más perjudicial: unas salchichas con mostaza, paté, yogur, castañas, nueces, café con leche… sólo le faltó comerse además una lata de fabada de bote y otra de callos a la madrileña. Total, que pasa la peor noche de su vida. Total, que después de esto la vomitona correspondiente. Una noche de perros en vela. Pensaba que me moría, escribe. 

Constantemente aparecen las mismas historias, esos sentimientos de inferioridad, de inutilidad que aquí y allá salpican el libro, dan un lastimoso retrato, que sumado a los días y días que pasa en la cama, la pereza que recorre su vida, su sedentarismo y su abulia, terminan por hacer de los diarios un valle de lágrimas. Todo ello una rémora, un lastre para unos valiosos diarios que tantos análisis y observaciones interesantísimas y luminosas guardan sobre libros, cine o sobre la realidad, la historia, la cultura, los países que visita, los momentos claves de nuestro país.

Debo llevar del orden de las 1500 páginas leídas de sus diarios, y para que yo haya llegado hasta aquí, cuando no suelo pasar de la vigésima o trigésima página de una cierta cantidad de libros que leo, libros que abandono enseguida cuando la calidad o mis gustos los rechazan, muy interesante debe de ser la lectura de este sufrido Chirbes. A pocos autores he llegado a leer de un tirón con tanto interés, sin embargo, hoy, esa noche de los gin-tonics y su pantagruélica y desordenada cena han terminado con mi capacidad de aguante. Llevo una larga temporada citando a Chirbes en este diario, siempre impulsado por alguna de sus agudas ideas, sus análisis de la realidad o los libros que lee, pero realmente el personaje, su inconsciencia, el modo en cómo gestiona su vida, da lástima. En ocasiones, en muchas, me parece un auténtico crío. Una persona brillante que echa a perder su vida como él, podrá escribir buenas novelas y tener una cabeza perfectamente amueblada para analizar la realidad que le rodea, la política, la historia o los libros, pero cuando compruebas que todo ese material sale a trancas y barrancas de una vida tan desordenada,  y que como consecuencia de ese desorden se pasa los días con problemas de todo tipo, hepáticos, de digestión,  problemas múltiples de salud consecuencia del trato que da a su cuerpo; cuando a raíz de todo ello, además nos encontramos con un ser constantemente quejoso, quejoso hasta el infinito, quejoso por su propia y reiterada incuria, uno termina de aburrirse de tanto lamento.

Me sucedió algo parecido con Rousseau leyendo su Ensoñaciones de un caminante solitario, un libro cuyo título me sugería tantas cosas precisamente por ser yo uno de esos caminantes solitarios, y que terminó por descubrir a un Rousseau quejumbroso con un enorme complejo de víctima. Leyéndolo parecía estar escuchando a una persona que dependía de una manera morbosa de la opinión de los demás. Alguien que pensaba que debía estar en el centro de todo cenobio como un genio y que, ante el no asentimiento o recepción amistosa de los demás, se sumía en una amargura que no le dejaba vivir. Dejo aparte aquí la paradoja de que, siendo un amante de la naturaleza y de los hombres, la persona que incorporamos a nuestro acervo cultural como creador de la idea de que el hombre es bueno por naturaleza, sucediera que él teniendo tres hijos los abandonara en un hospicio. Eso o que prohibiera a su mujer compartir la comida con otros invitados. Datos acaso para con ellos complementar las ideas que sustentaba. 

Pensamos en ocasiones en determinadas personas en términos tan elogiosos, que cuando sabemos de su vida corriente nos admiramos de lo que hay de incongruencia entre lo que escriben y lo que son o fueron. El caso de Nietzsche es otro ejemplo a resaltar. Recuerdo que, siendo muy joven, acaso al final de la adolescencia, Así hablaba Zaratustra me dejó una huella indeleble durante mucho tiempo, el sentido de la virilidad, de la superación, del esfuerzo, aquello que siempre recordé cuando Zaratustra arengaba a los más débiles diciendo que todos éramos burros de carga, que nada de quejas, todo ese discurso vigorizante que a un joven le venía de perlas y que le invitaba, en aquellos tiempos la pasión por la montaña inundaba mi ánimo, a fortalecer tu cuerpo y tu espíritu. Cuando al lado de estas ideas tan pedagógicas, tan enardecedoras, recuerdas a Nietzsche, cuando retirado en algún medio rural le invadía, igual que a Rousseau, un profundo sentimiento de persecución y de víctima, el personaje Nietzsche se encoge y empiezas a ver parte de su filosofía como una impostación, como si se sirviera de ella como coturnos, esos calzados de suela gruesa, que nombra Chirbes, que usaban los actores en el teatro de la Antigua Grecia y Roma para elevar su estatura y darles una presencia más imponente en escena. 

La fragilidad de los actores que en ocasiones han guiado nuestro pensamiento, se nos hace palpable y nos muestra la distancia que suele haber entre predicar y dar trigo. 


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