El Chorrillo, 24 de marzo de 2025
Era la una de la mañana, había terminado el
segundo volumen de los diarios de Chirbes y había comprado el tercero en línea
antes de que me pudiera arrepentir; después había visto el documental Berlín,
sinfonía de una ciudad (1927) y, tras una breve fiesta para no olvidar a
qué se debe uno, decidí volver al libro de Silvia Vidal. Suelo leer varios
libros a la vez, pero si uno de ellos me atrapa los otros quedan abandonados a
su suerte durante un tiempo, que es lo que sucedió con el de Silvia y con otros
tres o cuatro que esperan su turno. Mis deseos no caben dentro de las veinticuatro horas
del día.
El libro de Silvia hay que leerlo despacio y
tratando de extraer de sus páginas aquello que realmente vas buscando. Esta
mujer me tiene atrapado y quiero que su cercanía me dure, me acompaña el deseo
de llegar a lo más profundo que ella me pueda ofrecer. Sé que es una tarea
difícil para una persona como ella en que la escritura es un accidente en su
vida, y por tanto tienes que estar atento a leer entre líneas lo que de
sustancia tiene el libro. Ya he dicho en alguna ocasión que me interesa poco el
relato en sí de una ascensión a no ser que éste venga respaldado por una
narrativa de mucha calidad, casos, por ejemplo, como el de Messner, Diemberger
o Joe Simpson.
Hoy, después de un par de capítulos en donde
narra su primera apertura en el Himalaya de
Es extraordinaria la claridad de las ideas que
guían a Silvia. Cómo se aproxima al concepto de soledad sometiéndole a un
exhaustivo cerco que no deje el mínimo resquicio al engaño y que la lleva
directamente a aquello que desea experimentar con todas sus fuerzas. Cuando leo
a Alex Hannold sin más, pese a que escala grandes paredes solo, es difícil que
las sensaciones de soledad le acompañen con tanta fuerza como a Silvia. Si
escalas solo, pero tienes a un equipo de televisión rodando tu ascensión, por
arriba, por abajo, colgados a tu lado filmándola, no experimentas la soledad,
esa profunda soledad de la que habla Silvia cuando sin medios de comunicación y
aislada en algún rincón del fin del mundo colgada en una pared durante semanas
bajo la lluvia o la nieve, escala palmo a palmo una pared. Cuenta Silvia en el
capítulo, que le han ofrecido más de una vez filmarla en una de sus ascensiones
solitarias y que siempre ha rechazado la oferta. La razón es clara, sería un
contrasentido, escribe, porque a pesar de que escalara sola, no sería una
situación de soledad.
Silvia necesita ir sola para vivir algo más que
una ascensión. Escala sola para experimentar también todo lo que va más allá de
la escalada en sí, escribe. La soledad que busca Silvia me sabe a aquella que
buscan quienes desean llegar al fondo de su propio ser, a esa búsqueda por
experimentar la vida que persiguen los grandes aventureros, Silvia añaden al
plus de su aventura el querer conocer lo que suena y vive dentro de sí misma,
la necesidad de saber hasta dónde pueden llegar sus posibilidades, hasta qué
punto puede hacer de la incertidumbre su particular campo de batalla.
En realidad, el capítulo lleva un subtitulo.
Completo es éste: Soledad. Tiempo para brillar. Pareciera que Silvia
quisiera explicar esa búsqueda de la soledad con un intento de alcanzar lo que
sería en metalurgia el blanco vivo, la depuración más elevada del encuentro de
su persona con un aislamiento total. Escribe ella que a medida que pasas días
en soledad, y con más razón añado yo, cuando esa soledad se vive en grado
extremo en una pared alejada de la civilización durante semanas, vas sintiendo
poco a poco mayor y mayor claridad al punto de llegar a un momento en el cual
ve una luz brillar. Quizás una idea difícil de explicar, pero a la que nos
podríamos asomar recordando el término satori que se usa en el budismo zen y
que se refiere a un momento de iluminación súbita o comprensión profunda de la
verdadera naturaleza de la realidad. En el budismo zen se trata de una
experiencia espiritual intensa en la que la mente se libera de las ilusiones y
percibe la realidad tal como es, sin los filtros del ego o el pensamiento
conceptual. Sólo una aproximación acaso para tratar de entender esa soledad en
la que Silvia busca alcanzar la luz. Pondría de buena gana luz con mayúsculas,
pero no lo hago, podría dar lugar a malentendidos. Luz, cierto grado especial
de encuentro contigo mismo y con lo que te rodea, con la montaña que escalas,
con tu esfuerzo, con lo más íntimo de ti.
Ese escalo para experimentar, que repite a lo
largo del capítulo, y que otros pueden interpretar diciendo que escalan para su
alma, tiene unas reglas de juego muy taxativas a las que Silvia se aferra y que
posiblemente son las que la diferencia de otros muchos alpinistas de élite.
Ella marca el orden de prioridades, los requisitos, que necesita cumplir para
experimentar esa soledad que busca. Esencialmente ésta será su prioridad
principal: tiene que embarcarse en sus aventuras solitarias sin medio de
comunicación alguno con el que poder comunicarse con otras personas, porque,
escribe, así es como puedo experimentar la soledad en su máximo potencial. Después
de ello vendrá el no disponer de gps, y en otras muchas de sus aventuras más
notorias, ni siquiera a alguien que le ayude con el porteo del material.
De vez en cuando, repite más adelante, necesito
experimentar la soledad e ir mucho más lejos de mi entorno conocido hasta ese
punto-espacio donde la comunicación conmigo misma y con el medio es directa y
sin intermediario alguno, sin medios externos que lo distorsionen. No podrá
leer, porque no lleva libros por razones de peso; ha llegado a pasar dos días consecutivos
encerrada en la hamaca en plena pared sin moverse. Cuenta que en una ocasión ha
permanecido una semana bajo la lluvia, esperando poder cruzar un río de aguas
bravas que descendía demasiado crecido. Esos momentos son claves, cuenta,
porque junto al silencio facilitan el acceso a ese punto-espacio donde todo se
reequilibra de forma sencilla y natural; quizás ese punto-espacio sea esa luz,
ese encuentro, eso que podríamos asimilar remotamente al satori.
El capítulo termina expresando que su búsqueda
va encaminada al encuentro de ese silencio que habla. Cuando vuelvo a echar una
ojeada al capítulo tengo la impresión de que Silvia de los que nos está
hablando en definitiva es de algo que puede tener relación con el misticismo.
Recuerdo a Teresa de Jesús y me sonrío pensando en la cierta similitud que
puede tener Silvia con los místicos de todas las religiones. Muchos de ellos
eligieron el desierto y lugares alejados del mundanal ruido; Silvia
busca su soledad y su silencio entre las montañas.
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