sábado, 15 de marzo de 2025

Medio siglo después

 

Alberto, Victoria, Antonio Cabrero, Fernando Villa (Pibiu), Guillermo Amores y Pili


El Chorrillo, 15 de marzo de 2025

A mi diario y a mí, en esta época de la vida en la que ya es imposible saber dónde dejo las gafas o dónde coño he puesto las llaves del coche, nos parece que no está nada mal ir dejando por ahí los garbanzos del recuerdo como hacía Garbancito; no estaría bien que nos dejara la memoria, a mí y a mi diario, en la estacada y no fuéramos capaces algún día de saber de dónde venimos y cuáles son nuestras señas de identidad. Que, coño, entre tanto despropósito que vivimos en este jodío mundo de los trumps, los mileis, los putins y demás ralea, lo mismo llega un día que tengamos que buscar albergue en un refugio atómico, y en tal caso si la memoria falla ahí tendremos mi amigo diario y yo entretenimiento para rato. En tal caso podríamos comernos fenomenales raciones de pasado. Porque no es fácil que en tal refugio tenga a mano a Fernando (alias Pibiu), Antonio Cabrero, Guillermo Amores o Pili para recordarnos lo que hemos vivido. Que ojo, saber que uno ha vivido de verdad, sentirlo en la tripa y en la piel tiene mucha gracia, te anima el día, que era lo que sucedió hoy desde el mismo momento en que nos abrazamos, desde los aperitivos, los puerros, el bacalao a la vizcaína, pasando por los postres, los cafés y un buen pedazo de tarta. Tajadas de vida salpimentadas y condimentadas al estilo de los viejos amigos que se reúnen después de trescientos años de no verse y celebran la vida recordando algo más que batallitas.

Porque sí, ¿qué coño es eso que dicen algunos de que ni el pasado ni el futuro existen? Hoy a nosotros nos alimentaba el pasado mucho más que el apetitoso bacalao o la tarta que había traído Guillermo. Nos sentíamos anchos y contentos recordando incluso las penurias de los fríos invernales cuando los ingresos no daban todavía para un Pedro Gómez. Recrear el pasado a solas es en ocasiones un entretenimiento de mucha enjundia, que dirían los doctos, pero si lo recreas con los amigos de tus primeras batallas, entonces eres capaz hasta de sentir incluso la fragancia del cantueso o el orégano camino de la Apretura. No hace falta recrear algunas escaladas, basta con intentar cerrar los ojos y traer de las orejas el ambiente que entonces reinaba en esos Galayos... “jardín granítico de potentes tallos y delicadas flores" que escribía Gerardo Blázquez, de grata memoria, y que nos recordaba hace tiempo Carlos Gallego en su blog. Recrear el ambiente de las noches bajo la ceja del Tolmo, o los viajes en autobús de Goyo, Blas, la Fifi, o la tarde en el Escarpín, los billares de Callao o la cervecería Santa Bárbara.

Cuando en días como hoy damos marcha atrás y nos plantamos de repente en los lugares que fueron el patio de juego de nuestra primera juventud, de nuestras pasiones, cuesta creer que en la vida de unas pocas personas pueda haber cabido tanta vida. El encuentro había levantado cierta expectación en mí, la expectativa de tantas horas por delante hoy después de más de cincuenta años sin vernos, media vida por medio que como un puente nos transportaba del ayer al hoy, no es cosa que suceda a menudo. Además, mi mala memoria era una tierra fértil para hacer brotar en ella los mejores años de una meritoria juventud.

La idea que flotaba en el ambiente tras tantas experiencias e historias era saborear el pasado como quien en tiempos se bebe una buena jarra de cerveza en Venta Rasquilla después de un ajetreado fin de semana en el Circo. La constancia de haber hecho de la vida en aquellos tiempos un hermoso trabajo, tan arte como pintar un gran cuadro o una hermosa escultura, mejor todavía, es algo que flota siempre en el ambiente cuando nos reunimos y tocamos los hilos sensibles que fueron quedando por ahí desperdigados por los años de la vida.  Podrán parece palabras grandes, pero es que son tan ciertas; la satisfacción de haber vivido la mejor de las vidas brotaba aquí y allá de la conversación, que unas veces corría por los cauces de la política, otras sobre ese tema universal del origen de la vida, asuntos de educación y salud, temas varios, pero que terminaba por recaer en ese sorpresivo ¿te acuerdas de aquel día en Galayos, de cuando...? O Gredos, o Alpes, Pedriza, esos lugares donde nos hemos dejado lo mejor de nosotros mismos. Y yo miraba hablar largamente a Fernando Villa (nuestro recordado Pibiu) y mientras le escuchaba, pasaban por mi imaginación las penurias de su escalada del espolón Walker en las Grandes Jorasses y el trágico final de José Ángel Lucas; su retirada de la invernal de la Oeste del Naranjo con Antonio (el Pata) y su trágica aventura en las laderas del Jou de los Boches donde Mairal y su compañero perdieron la vida bajo una avalancha mientras ellos, Antonio y él por otro itinerario alcanzaban penosamente el refugio Cabaña Verónica, Fernando arrastrando la pierna con el tobillo roto en otra avalancha. Antonio me salvó la vida, decía Fernando. Recordábamos una mañana subiendo por la canal del Gran Galayo que encontramos el cadáver de un compañero que la noche anterior se había extraviado en la niebla y al que hubo que quebrarle los brazos para poder meterle en la percha. Un rescate en la Amezúa con José Ángel Lucas, Fulgencio Casado y yo mismo. Las grandes o pequeñas paredes, las Dolomitas, el hervidero de una pasión vista desde la apacible conversación de una tarde dedicada a recordar.

Qué raro es vivir, titulaba Martín Gaite uno de sus libros. Y sí, todo eso de que hablábamos y recordábamos. Es realmente raro esto de la vida. Raro, extraño, apasionante. Nos pasamos la existencia detrás de los porqués, buscando la razón de vida, creemos saber tantas cosas, pero sin embargo cuando echamos la vista atrás y la recordamos en los momentos más intensos, las respuestas a los porqués desaparecen misteriosamente. Es como si a alguien le sobreviniera una repentina sed venida de no sé sabe dónde, pero que no aquieta nuestro cuerpo hasta que no pisamos una cumbre.

Y sí, el placer de conversar y encontrar en el abrazo de los otros a la puerta de casa el calor de esa profunda amistad forjada en esos tiempos en que éramos felices enfrentándonos a la incertidumbre y a nuestras propias limitaciones.

Gracias, amigos; ha sido un placer. Repetimos.

 


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