| 1980. Nuestro campamento familiar en la Kabilia (Argelia). Camino del desierto. |
El Chorrillo, 18 de marzo de 2025
Desayunas, haces unos pocos ejercicios para que tu
espalda no te chille de vez en cuando y te sumerges en lo que sucede en el
mundo. Hoy una buena media hora que, absorto ante la pantalla del ordenador, no
logro despegarme de ella, diluvios en Andalucía, Israel continuando con su
carnicería, después los coletazos de esa propuesta de esos 800.000 millones de
euros para armas que nadie sabe de dónde ha salido. Y por supuesto el baile de
los intereses de EE.UU. que apunta al negocio redondo de aliarse con Rusia,
aislar a China, sacar una buena tajada de Ucrania, ningunear a Europa y hacerse
con una buena parte del futuro pastel de ese presupuesto bélico que necesariamente
ha de pasar por la industria norteamericana. Pero sobre todo, lo comenta con
rechifla Javier Gallego, para hacernos más creíble el aumento del gasto militar
nos cuentan que Rusia podría seguir avanzando en sus ansias imperialistas, un
país, Rusia, que en tres años, no ha podido con una Ucrania a la que ni le
hemos enviado tropas, pero va a meterse con
Es poderosa la atracción que ejerce enterarte un poco
de lo que sucede en el mundo, pero requiere tanto tiempo y un seguir la
estrategia de no ser engañado que a duras penas uno puede resistir la tentación
de dejar al mundo como está. Son tantas las cosas que se pueden hacer a lo
largo del día que da pena gastar tanto tiempo para sortear constantemente los
engaños con los que viene sembrado el día a día del noticiero nacional e
internacional. El zorro de Trump haciendo negocios, “se alía con los rusos para
hacerle frente a los chinos mientras nos desactiva como competencia con
aranceles y amenazas fantasmas”; de loco nada de nada. El loco de Putin, más de
lo mismo, los intereses de Zelenski, la historia de Ucrania que nadie quiere
profundizar,
Por otra parte, hoy es una delicia estar en casa con
estas lluvias. Teníamos el día ocupado con alguna visita al médico y una sesión
de cine en los Cines Embajadores, ese Cine a Ciegas que queríamos compartir con
el amigo Jacinto del Navi; pero no hay mal que por bien no venga. Día de
lluvia, uno de esos en que el hogar se convierte en un agradable y confortable
entorno desde el que contemplar el campo ahíto de agua. Esperemos que en
Andalucía y Murcia no llegue la sangre al río. Las imágenes que esta mañana
proporcionaba El País de las riadas eran elocuentes. Voy con los cipreses.
Me decía ayer el amigo Cive, que acababa de plantar un ciprés en su
nueva casa de Asturias. Le comentaba que yo hace treinta y tantos años que
planté tres de ellos a instancia del párroco de mi pueblo, don Gregorio, una
época en que recolectaba con él setas de cardo por los alrededores. Me decía
aquel amigo metido a redimir almas desde su parroquia de Griñón, que, en
Cataluña, antiguamente se decía que un ciprés en la entrada de una masía
indicaba hospitalidad, su forma alargada apuntando al cielo daba la bienvenida
a viajeros y amigos. Antiguamente este símbolo tenía un uso práctico: cuando
los caminos eran menos transitados y las casas estaban alejadas unas de otras,
el ciprés señalaba que en ese hogar se ofrecía refugio, agua y comida a quien
lo necesitara. Quizás fue ello lo que nos motivó a nosotros a plantarlos en la
parcela de nuestra casa. La idea de hacer del espacio donde íbamos a vivir, El
Chorrillo, un lugar abierto y acogedor donde familia y amigos se sintieran como
en su casa, ejerció sobre nosotros su influjo desde el primer momento. Recuerdo
con gusto una vez que algún amigo trajo a casa a un marroquí. Lo que él dijo de
nuestra casa entonces fue que “era la casa del atardecer bonito”. Me sonrío hoy
pensando en aquella afortunada afirmación. Aquella observación redondeaba
nuestra idea de plantar aquellos cipreses de acogida.
Días atrás, en una reunión de amigos en nuestra casa, alguien mostraba
ciertas reticencias en relación al hecho de viajar, robos, engaños, cosas así.
Tuve que hacer defensa acalorada de lo contrario, aunque los robos y los
engaños puedan ser parte del viaje. Les contaba algunas anécdotas, por ejemplo
viajando con nuestros hijos por el Sahara cuando estos tenían uno (dos
mellizos) y tres años, un día que habíamos acampado en mitad del desierto y con
la noche ya echada vimos a lo lejos acercarse una luz de alguien que se
aproximaba caminando. Después de un fatigoso día de viaje en un 4L, tres niños
y dos adultos con toda la impedimenta para pasar dos meses por Argelia, Túnez y
Marruecos, y tras soportar temperaturas de cincuenta grados, al fin, fatigados,
habíamos instalado nuestro campamento, una tienda y el coche, en medio de las
dunas, era duro pensar en que podíamos se atracados en medio de la nada. Las
luces se fueron acercando poco a poco y cuando ya entraron en nuestro campo de
visión lo que vimos fue a un anciano de luengas barbas y a un joven que se acercaban
a nosotros con muestras de una entera cordialidad. El joven portaba una amplia
bandeja metálica, como de plata, y en ella había unas voluminosas rajas de
sandía, una tetera y algunos vasos. El anciano se inclinó hacia nosotros en
señal de respeto y sin decir palabra señaló la bandeja invitándonos a que
tomáramos lo que había en ella. No hablaban francés, así que durante quince
minutos nos sonreímos, compartimos el té, degustamos las sandías y un rato
después se volvieron a su aldea, que presumimos se encontraban allá lejos entre
las dunas.
Hemos tenido la oportunidad de ser acogidos a la hospitalidad árabe en
muchos de los países de África y Oriente Medio, y siempre su gesto, que la
presencia de los cipreses auguraba igualmente a los viajeros que caminaban por
Cataluña, me ha parecido de una entrañable humanidad que en ocasiones olvidamos
cuando hablamos de otras culturas. En India, en Turquía, en Irán. De este
último país nos trajimos un Corán en inglés que también un hospitalario
anciano nos regaló a la puerta de la mezquita después de charlar largamente con
él. Podría contar anécdotas como éstas de muchos países por donde hemos
viajado. Un día que también estábamos acampados -hay que decir que nuestros
viajes realmente han sido atípicos, mochila a la espalda y tira millas- y que
vemos acercarse a una señora con algo en las manos. Dos docenas de huevos nos
traía esa señora de regalo, ni una palabra, el gesto de la ofrenda, una sonrisa
y nada más. Vaya usted a saber de dónde venía o cómo había averiguado que
estábamos allí. La hospitalidad está en el alma del mundo árabe; quizás haya
que decir de cierto mundo árabe. Encontrarte medio perdido en las montañas del
Taurus en Turquía y ver aparecer a un pastor. Y el pastor que se sienta con
nosotros, y se hace de noche, y no importa, porque el cuaderno de que nos
valemos para comunicarnos se llena de dibujos que sustituyen al lenguaje
hablado, y hacemos un té tras otro. Y cuando son las tantas de la mañana el
pastor se despide, se pierde en la oscuridad y nosotros nos metemos en el saco
de dormir con una infinita sensación de bienestar, de que el mundo es mucho más
que egoísmo y el cada uno a lo suyo.
“Además, cómo vas a curarte del vicio, del impulso, jodido impulso, de
escribir”. Lo decía ayer Chirbes en sus diarios. Bendito impulso que esta
mañana arranca de la prensa diaria, mete la segunda con el ciprés de Cive y
pasa directamente a la quinta por los derroteros de la hospitalidad.
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