martes, 18 de marzo de 2025

La historia de un ciprés, los pardillos de la UE, Trump, el rearme, etc.

 

1980. Nuestro campamento familiar en la Kabilia (Argelia). Camino del desierto.


El Chorrillo, 18 de marzo de 2025

Desayunas, haces unos pocos ejercicios para que tu espalda no te chille de vez en cuando y te sumerges en lo que sucede en el mundo. Hoy una buena media hora que, absorto ante la pantalla del ordenador, no logro despegarme de ella, diluvios en Andalucía, Israel continuando con su carnicería, después los coletazos de esa propuesta de esos 800.000 millones de euros para armas que nadie sabe de dónde ha salido. Y por supuesto el baile de los intereses de EE.UU. que apunta al negocio redondo de aliarse con Rusia, aislar a China, sacar una buena tajada de Ucrania, ningunear a Europa y hacerse con una buena parte del futuro pastel de ese presupuesto bélico que necesariamente ha de pasar por la industria norteamericana. Pero sobre todo, lo comenta con rechifla Javier Gallego, para hacernos más creíble el aumento del gasto militar nos cuentan que Rusia podría seguir avanzando en sus ansias imperialistas, un país, Rusia, que en tres años, no ha podido con una Ucrania a la que ni le hemos enviado tropas, pero va a meterse con la OTAN y la UE después de una guerra que le ha debilitado militar, económica y políticamente. Javier Gallego habla de los pardillos de la UE. No se merecen otro calificativo, eso o que nos quieren seguir tratando como imbéciles, vamos.

Es poderosa la atracción que ejerce enterarte un poco de lo que sucede en el mundo, pero requiere tanto tiempo y un seguir la estrategia de no ser engañado que a duras penas uno puede resistir la tentación de dejar al mundo como está. Son tantas las cosas que se pueden hacer a lo largo del día que da pena gastar tanto tiempo para sortear constantemente los engaños con los que viene sembrado el día a día del noticiero nacional e internacional. El zorro de Trump haciendo negocios, “se alía con los rusos para hacerle frente a los chinos mientras nos desactiva como competencia con aranceles y amenazas fantasmas”; de loco nada de nada. El loco de Putin, más de lo mismo, los intereses de Zelenski, la historia de Ucrania que nadie quiere profundizar, la CIA, los mamelucos de los dirigentes de la UE, que parecen estar cazando gamusinos a todas horas, la tantísima amistad también de Sánchez con el tal Zelenski, el reparto de migrantes, la infame, soberbia e inculta presidenta de nuestra comunidad. ¿Quién da más? Y es que acabo de leer la prensa y ya me llaman a comer. Se me fue la mañana con estas “zarandajas”. Y eso que de lo que yo quería hablar hoy era de los cipreses como símbolo de hospitalidad. Así que se acabó.

Por otra parte, hoy es una delicia estar en casa con estas lluvias. Teníamos el día ocupado con alguna visita al médico y una sesión de cine en los Cines Embajadores, ese Cine a Ciegas que queríamos compartir con el amigo Jacinto del Navi; pero no hay mal que por bien no venga. Día de lluvia, uno de esos en que el hogar se convierte en un agradable y confortable entorno desde el que contemplar el campo ahíto de agua. Esperemos que en Andalucía y Murcia no llegue la sangre al río. Las imágenes que esta mañana proporcionaba El País de las riadas eran elocuentes. Voy con los cipreses.

Me decía ayer el amigo Cive, que acababa de plantar un ciprés en su nueva casa de Asturias. Le comentaba que yo hace treinta y tantos años que planté tres de ellos a instancia del párroco de mi pueblo, don Gregorio, una época en que recolectaba con él setas de cardo por los alrededores. Me decía aquel amigo metido a redimir almas desde su parroquia de Griñón, que, en Cataluña, antiguamente se decía que un ciprés en la entrada de una masía indicaba hospitalidad, su forma alargada apuntando al cielo daba la bienvenida a viajeros y amigos. Antiguamente este símbolo tenía un uso práctico: cuando los caminos eran menos transitados y las casas estaban alejadas unas de otras, el ciprés señalaba que en ese hogar se ofrecía refugio, agua y comida a quien lo necesitara. Quizás fue ello lo que nos motivó a nosotros a plantarlos en la parcela de nuestra casa. La idea de hacer del espacio donde íbamos a vivir, El Chorrillo, un lugar abierto y acogedor donde familia y amigos se sintieran como en su casa, ejerció sobre nosotros su influjo desde el primer momento. Recuerdo con gusto una vez que algún amigo trajo a casa a un marroquí. Lo que él dijo de nuestra casa entonces fue que “era la casa del atardecer bonito”. Me sonrío hoy pensando en aquella afortunada afirmación. Aquella observación redondeaba nuestra idea de plantar aquellos cipreses de acogida.

Días atrás, en una reunión de amigos en nuestra casa, alguien mostraba ciertas reticencias en relación al hecho de viajar, robos, engaños, cosas así. Tuve que hacer defensa acalorada de lo contrario, aunque los robos y los engaños puedan ser parte del viaje. Les contaba algunas anécdotas, por ejemplo viajando con nuestros hijos por el Sahara cuando estos tenían uno (dos mellizos) y tres años, un día que habíamos acampado en mitad del desierto y con la noche ya echada vimos a lo lejos acercarse una luz de alguien que se aproximaba caminando. Después de un fatigoso día de viaje en un 4L, tres niños y dos adultos con toda la impedimenta para pasar dos meses por Argelia, Túnez y Marruecos, y tras soportar temperaturas de cincuenta grados, al fin, fatigados, habíamos instalado nuestro campamento, una tienda y el coche, en medio de las dunas, era duro pensar en que podíamos se atracados en medio de la nada. Las luces se fueron acercando poco a poco y cuando ya entraron en nuestro campo de visión lo que vimos fue a un anciano de luengas barbas y a un joven que se acercaban a nosotros con muestras de una entera cordialidad. El joven portaba una amplia bandeja metálica, como de plata, y en ella había unas voluminosas rajas de sandía, una tetera y algunos vasos. El anciano se inclinó hacia nosotros en señal de respeto y sin decir palabra señaló la bandeja invitándonos a que tomáramos lo que había en ella. No hablaban francés, así que durante quince minutos nos sonreímos, compartimos el té, degustamos las sandías y un rato después se volvieron a su aldea, que presumimos se encontraban allá lejos entre las dunas.

Hemos tenido la oportunidad de ser acogidos a la hospitalidad árabe en muchos de los países de África y Oriente Medio, y siempre su gesto, que la presencia de los cipreses auguraba igualmente a los viajeros que caminaban por Cataluña, me ha parecido de una entrañable humanidad que en ocasiones olvidamos cuando hablamos de otras culturas. En India, en Turquía, en Irán. De este último país nos trajimos un Corán en inglés que también un hospitalario anciano nos regaló a la puerta de la mezquita después de charlar largamente con él. Podría contar anécdotas como éstas de muchos países por donde hemos viajado. Un día que también estábamos acampados -hay que decir que nuestros viajes realmente han sido atípicos, mochila a la espalda y tira millas- y que vemos acercarse a una señora con algo en las manos. Dos docenas de huevos nos traía esa señora de regalo, ni una palabra, el gesto de la ofrenda, una sonrisa y nada más. Vaya usted a saber de dónde venía o cómo había averiguado que estábamos allí. La hospitalidad está en el alma del mundo árabe; quizás haya que decir de cierto mundo árabe. Encontrarte medio perdido en las montañas del Taurus en Turquía y ver aparecer a un pastor. Y el pastor que se sienta con nosotros, y se hace de noche, y no importa, porque el cuaderno de que nos valemos para comunicarnos se llena de dibujos que sustituyen al lenguaje hablado, y hacemos un té tras otro. Y cuando son las tantas de la mañana el pastor se despide, se pierde en la oscuridad y nosotros nos metemos en el saco de dormir con una infinita sensación de bienestar, de que el mundo es mucho más que egoísmo y el cada uno a lo suyo.

“Además, cómo vas a curarte del vicio, del impulso, jodido impulso, de escribir”. Lo decía ayer Chirbes en sus diarios. Bendito impulso que esta mañana arranca de la prensa diaria, mete la segunda con el ciprés de Cive y pasa directamente a la quinta por los derroteros de la hospitalidad.

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario