![]() |
| Imagen del Polero (Miguel Ángel). Así dejaron las úlltimas nevadas el Circo de Gredos. |
El Chorrillo, 17 de marzo de 2025
Te cuento, amigo diario: Chirbes atraviesa Alemania en tren y cuenta sobre lo que siente y ve. De repente quise saber yo lo que sentía el último verano cuando aquejado de una fuerte infección de orina y un agresivo dolor en la pierna decidí abandonar los Alpes y regresar a casa. Atravesé Austria en tren, pero no estaba seguro si se trataba de este verano o el anterior. Lo busqué. Lo encontré en mi libro Caminar cada día 2024. El lugar en el que paré la lectura de Chirbes, éste había escrito: “Escribir lo que me toca, lo que me duele”, valga decir, de tus intereses inmediatos. Esta mañana me había empeñado un par de horas en escribir algo sobre Ucrania, escribir con desgana y sólo con la intención de intentar comprender más de cerca la situación, era algo que me dolía, pero que sin embargo no me tocaba. Leí el capítulo de mi regreso a casa del tránsito por los valles y ciudades de Austria, Salzburgo, después Alemania, Múnich en donde debía tomar el avión. Después traté de pensar en lo que realmente me tocaba.
Desde hace tres días siento por dentro una rara felicidad que arranca del hecho de haber descartado una ciática crónica, toco madera, que me había dejado unos cuantos días inmovilizado y cuyo dolor apenas me dejaba dormir. Sin embargo, tras ello una mañana me desperté sin dolor y aquello fue una fiesta. Un amigo me había advertido que la ciática era lo peor que él había conocido, una putada, decía, y me ponía en manos de una paciencia infinita. En aquellos días temí que mi actividad, montaña incluida, quedara reducida a la nada. Imaginaba días sucesivos así, no poder dormir y arrastrar la pierna durante el día como un inválido, y pensar en ello me dejaba fuera de juego. Cuando por fin un día me desperté sin dolor y comprobé que horas después éste no reapareció, empecé a respirar de una esperanza que me llenaba de gozo por dentro. Y todo siguió bien durante dos días más. Y entonces noté dentro de mí una inmensa felicidad. La felicidad de sentir que ya no te duele nada, que vas a poder hacer vida normal, que… ¡Qué bien te sientes cuando te sientes bien…!
Y probablemente es eso lo que realmente me toca, esa sensación de poder comprobar que tu cuerpo funciona con normalidad. Ahora he dejado varios días por medio de inactividad y mañana espero volver a reemprender una parte importante de mis ejercicios diarios después de más de dos meses y medios de total inactividad provocada por mi paso por el quirófano y ahora por la amiga ciática. Ahora espero con ilusión la mañana del lunes para volver a mis rutinas, a terminar de podar las parras, a pasar el cortacésped por una parcela totalmente cubierta por una alta vegetación producto de las lluvias de estos días. Ahora vuelvo a mirar la sierra con ilusión. Pausa. Recuerdo que esa palabra última, ilusión, se me había quedado en el aire a raíz de algo que había leído. Caigo en ello enseguida. Cerraba un guasap de un amigo. Era el siguiente: “La ilusión, esa voluntad de lo improbable, es el principio necesario para cualquier revolución.” Dejo la cita por aquí para retomarla más adelante. Miro la sierra con ilusión, pero también con cierto temor. Entre unas cosas y otras este invierno apenas he salido y todo me parece nuevo, un trabajo con demasiado empeño para mis fuerzas actuales. Miro con ilusión también el roco de la fachada de mi casa que no he tocado desde hace casi tres meses y siento la ilusión infantil de cuando era un crío. Imagino poniéndome los gatos, unos nuevos que compré y que todavía no he estrenado; pienso en quedar con unos amigos para localizar cierto cobijo semiamueblado escondido en un rincón de la Pedriza; acaso, si me atrevo, a calzarme las raquetas de nieve y buscar por las alturas un lugar para vivaquear; pienso en unas imágenes que me envió el Polero de un Gredos cubierto por inmenso manto de nieve y que me gustaría visitar. Quién pudiera, me digo, volver a dormir en alguna de sus cumbres como en aquellos otros inviernos no tan lejanos en que llegué a pasar días de una magnífica soledad vivaqueando en las cumbres del Meapoco, el risco de las Natillas, el Casquerazo o el Morezón. Quién pudiera repetir el descenso de aquel hermoso despeñadero del callejón de los Lobos.
De haber vivido unos días pensando en que todo eso quizás se había acabado, a la situación actual en que vuelvo a pensar en mi regreso al pasado, es como si hubiera transcurrido una eternidad entre ellas. No en vano hablo con algunos amigos de mi edad para los que la montaña prácticamente es algo pasado, problemas en las piernas, el corazón, problemas respiratorios, un largo etcétera. La lotería te toca a la vuelta de cualquier esquina y zas, se acabó. Así que respiro hondo, toco madera.
Días atrás me suena el teléfono y desde el otro lado alguien me dice “aquí el mito”. Os podéis imaginar quién era. El día anterior había escrito un post titulado Carlos camino del mito, y el aludido ahí estaba con esa voz arrasadora de quien pisa fuerte en la vida echando algún piropo a mi escritura. Bromeamos un rato a costa del Broncano de La Revuelta y charlamos sobre esto y lo otro, pero lo que hay que resaltar era su voz, su buen humor y la seguridad con la que sus palabras atravesaban el hilo del teléfono. Esa fuerza que trasmite Carlos es un líquido balsámico para recuperar de nuevo el escepticismo que se me había agarrotado al cuerpo.
Aquí de nuevo la cita de Enrique: “La ilusión, esa voluntad de lo improbable, es el principio necesario para cualquier revolución.” Sólo que mi ilusión no es de tan altos vuelos, aquí es solamente ese pequeño resquicio que se te abre en el pesimismo y que hace que la vida te sea levemente placentera. Esa voluntad de lo improbable que ves que a tantos compañeros de tu edad se les ha cerrado por problemas de salud, aparece de nuevo con un brillo especial sobre los días venideros.

No hay comentarios:
Publicar un comentario