viernes, 28 de marzo de 2025

Cuatro gatos

 



El Chorrillo, 29 de marzo de 2025

Alguien que conozco menciona estas dos palabras: "Cuatro gatos". Había ido a cierta manifestación y dijo: éramos cuatro gatos. Que yo sepa eso de éramos cuatro gatos es una constante histórica que se repite cuando una amplia comunidad quiere cambiar un estado de cosas y a la hora de la verdad quienes dan la cara o asisten a una manifestación son eso, cuatro gatos. En el colegio en donde trabajé durante treinta años a diario se oía protestar al profesorado sobre cuestiones salariales o educativas muchas veces. Muchas veces en esos treinta años se convocaron numerosas huelgas. A ellas nunca asistieron más de tres profesores, es decir que ni siquiera llegábamos nunca a los cuatro gatos. Subidas salariales las quiere todo el mundo, mejorías en las condiciones de trabajo las desean todos, pero ¿quiénes son los que van a la huelga, los que mueven el culo de sus asientos?: cuatro gatos.

Sí, hubo un tiempo en que la gente se movió algo más y salíamos a la calle y llenábamos éstas desde Neptuno hasta la Puerta del Sol. Nos movilizábamos contra la guerra de Irak, asumíamos con ilusión la posibilidad de un cambio y llenábamos las calles; incluso rodeábamos el Congreso de los Diputados o marchábamos solidarizándonos con los enfermos de la hepatitis B. Todos aquellos han pasado ahora a ser cuatro gatos.

Ahora no, ahora nos rascamos la tripa y dejamos que sean cuatro gatos los que recojan la antorcha de las reivindicaciones más elementales. Nos comportamos como lechones cebados, un sistema de producción intensiva que ha encontrado el modo de encauzar el descontento hacia los mercados del ocio y el escepticismo.

¿Por qué conductos se esfumó aquella fuerza prodigiosa del 15M? ¿Perdimos la esperanza? ¿Nos hemos encerrado en un individualismo totalmente inmune a la injusticia? ¿Han reemplazado las redes sociales a la acción de la calle? Ahora nos reenvían una propuesta para cambiar el estado de algo, y con un par de clic firmamos online una petición y ya tenemos la conciencia tranquila de haber contribuido a algo positivo.

¿La ley Mordaza, la ley de la Comodidad? ¿Eso que tanto circula por ahí de que el hablar de política es malo para la salud?

Pensar que se podría cambiar el mundo de arriba abajo con sólo que despertáramos y nos dejáramos llevar por la indignación de cuantas injusticias pueblan el cuerpo social... ¿Qué gobierno podría resistir manifestaciones multitudinarias un día sí y otro también? Y ello sin contar cómo llegan al gobierno o al parlamento los que llegan.

Cuatro gatos. Cualesquiera que sean las razones de que sólo cuatro gatos se manifiesten, de que cuatro gatos sean conscientes y obren en consecuencia, dice todo de la sociedad en que vivimos. Que nos solucionen los otros los problemas. Naturalmente obviedades, cosas que conoce todo el mundo. Agua que no mueve molino.

¿Merece la pena dejar de hacer lo que estaba haciendo para escribir de estas cosas por más que esas dos palabras se me hayan quedado ahí como un interrogante? ¿Será escribir o hablar un ejercicio de masoquismo?

 La persona que ha suscitado mis líneas de esta noche se considera apartidista, que no significa ser apolítico, dice él. De hecho era uno de esos cuatro gatos que asistieron a cierta manifestación. Días atrás otro amigo negaba su posicionamiento político de izquierda o de derechas, él prefería llamarse humanista. Ambas personas están preocupadas en buena medida por los problemas de la polis, en absoluto son ajenas al rumbo de lo que se cuece en el país. Yo por mi parte reniego de los políticos, de muchos de ellos, pero a continuación hago frente a aquellos que piensan que los políticos son una mierda. Lo queramos o no de ellos y de sus políticas depende en gran medida nuestro bienestar común. Por otra parte, pretender ser humanista o apartidista pienso que es un modo de manifestar el descontento por todo lo que los partidos encierran. Más allá de los discursos oficiales los partidos tienen más que ver con intereses de poder, tribalismo y estructuras de control que con ideales puros. Ser de un partido muchas veces no es racional, sino que posee muchas características emocionales y tribales. Sus socios se pueden identificar con unas siglas como si el partido fuera un equipo de fútbol, denostando lo del contrario y aplaudiendo lo propio. Un sistema de favores que premia a los fieles y castiga a los discrepantes. Algo que es de conocimiento común y que opera de cara a la galería como estructuras de poder con unos objetivos visibles pero que tras los cuales se esconden intereses personales relacionados con el poder, los ingresos y en menor medida con una sucinta ideología destinada a beneficiar a la clase social en donde se posicione el partido.

Visto de este modo ser apartidista sería la cosa más lógica del mundo. Se trataría de un intento de vivir al margen de  ese sistema tribal y sus prácticas  endógenas y de condicionamientos de poder, apuntando, imagino en mi amigo, a la justicia social. Ser humanista, que encierra, creo, de entrada una disposición en defensa del género humano en general por encima de ambiciones monetarias y de poder, cuadraría en sus objetivos con el apartidista que quiere desvincularse de la contaminación que puebla las filas de los partidos, y enfatizaría la condición del ser humano, la dignidad, la libertad. La creencia en valores universales como la libertad, la igualdad y la solidaridad podrían ser algunos de sus referentes.

La contaminación que introduce la mecánica de los partidos políticos en el ámbito de sus objetivos, sean estos de derecha o izquierdas, es lo suficientemente fuerte como para poner en guardia a cualquier ciudadano consciente de la necesidad de disponer de una estructura política que organice la vida colectiva de un país. La naturaleza de los partidos, sus tendencias internas, su condición tribal, impiden una neta relación directa con la atención al bien común.

El instrumento que debería ser el partido, organizar la convivencia y el bien común, tiene tantas goteras como escépticos, escépticos que terminan votando por ese principio universal que dice que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. De hecho no imagino a apartidistas o humanistas no acudiendo a votar cada vez que se presenten unas elecciones.

Volviendo a los cuatro gatos, habría que decir que la materia prima de la que dispone cualquier sistema democrático es realmente, en términos globales, de baja calidad, por lo que no cabe esperar construir un edificio social sano y saludable con los materiales de que partimos. Una demoledora conclusión que acaso con el correr de los años, con la educación y el desarrollo de sentimientos como la empatía, la solidaridad o la justicia social pueda mejorar... quién sabe. Quién sabe porque los indicadores de conciencia social, de atención a los asuntos públicos es tan bajo, queda tan en manos de cuatro gatos que…

 

 

 

 


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