El Chorrillo, 29 de marzo de 2025
Alguien que conozco menciona estas dos palabras: "Cuatro gatos".
Había ido a cierta manifestación y dijo: éramos cuatro gatos. Que yo sepa eso
de éramos cuatro gatos es una constante histórica que se repite cuando una
amplia comunidad quiere cambiar un estado de cosas y a la hora de la verdad
quienes dan la cara o asisten a una manifestación son eso, cuatro gatos. En el
colegio en donde trabajé durante treinta años a diario se oía protestar al
profesorado sobre cuestiones salariales o educativas muchas veces. Muchas veces
en esos treinta años se convocaron numerosas huelgas. A ellas nunca asistieron
más de tres profesores, es decir que ni siquiera llegábamos nunca a los cuatro
gatos. Subidas salariales las quiere todo el mundo, mejorías en las condiciones
de trabajo las desean todos, pero ¿quiénes son los que van a la huelga, los que
mueven el culo de sus asientos?: cuatro gatos.
Sí, hubo un tiempo en que la gente se movió algo
más y salíamos a la calle y llenábamos éstas desde Neptuno hasta
Ahora no, ahora nos rascamos la tripa y dejamos
que sean cuatro gatos los que recojan la antorcha de las reivindicaciones más
elementales. Nos comportamos como lechones cebados, un sistema de producción
intensiva que ha encontrado el modo de encauzar el descontento hacia los
mercados del ocio y el escepticismo.
¿Por qué conductos se esfumó aquella fuerza
prodigiosa del 15M? ¿Perdimos la esperanza? ¿Nos hemos encerrado en un
individualismo totalmente inmune a la injusticia? ¿Han reemplazado las redes
sociales a la acción de la calle? Ahora nos reenvían una propuesta para cambiar
el estado de algo, y con un par de clic firmamos online una petición y ya
tenemos la conciencia tranquila de haber contribuido a algo positivo.
¿La ley Mordaza, la ley de
Pensar que se podría cambiar el mundo de arriba
abajo con sólo que despertáramos y nos dejáramos llevar por la indignación de
cuantas injusticias pueblan el cuerpo social... ¿Qué gobierno podría resistir
manifestaciones multitudinarias un día sí y otro también? Y ello sin contar
cómo llegan al gobierno o al parlamento los que llegan.
Cuatro gatos. Cualesquiera que sean las razones
de que sólo cuatro gatos se manifiesten, de que cuatro gatos sean conscientes y
obren en consecuencia, dice todo de la sociedad en que vivimos. Que nos
solucionen los otros los problemas. Naturalmente obviedades, cosas que conoce
todo el mundo. Agua que no mueve molino.
¿Merece la pena dejar de hacer lo que estaba
haciendo para escribir de estas cosas por más que esas dos palabras se me hayan
quedado ahí como un interrogante? ¿Será escribir o hablar un ejercicio de
masoquismo?
La persona
que ha suscitado mis líneas de esta noche se considera apartidista, que no
significa ser apolítico, dice él. De hecho era uno de esos cuatro gatos que
asistieron a cierta manifestación. Días atrás otro amigo negaba su
posicionamiento político de izquierda o de derechas, él prefería llamarse
humanista. Ambas personas están preocupadas en buena medida por los problemas
de la polis, en absoluto son ajenas al rumbo de lo que se cuece en el país. Yo
por mi parte reniego de los políticos, de muchos de ellos, pero a continuación
hago frente a aquellos que piensan que los políticos son una mierda. Lo
queramos o no de ellos y de sus políticas depende en gran medida nuestro
bienestar común. Por otra parte, pretender ser humanista o apartidista pienso
que es un modo de manifestar el descontento por todo lo que los partidos
encierran. Más allá de los discursos oficiales los partidos tienen más que ver
con intereses de poder, tribalismo y estructuras de control que con ideales
puros. Ser de un partido muchas veces no es racional, sino que posee muchas
características emocionales y tribales. Sus socios se pueden identificar con
unas siglas como si el partido fuera un equipo de fútbol, denostando lo del
contrario y aplaudiendo lo propio. Un sistema de favores que premia a los
fieles y castiga a los discrepantes. Algo que es de conocimiento común y que
opera de cara a la galería como estructuras de poder con unos objetivos
visibles pero que tras los cuales se esconden intereses personales relacionados
con el poder, los ingresos y en menor medida con una sucinta ideología
destinada a beneficiar a la clase social en donde se posicione el partido.
Visto de este modo ser apartidista sería la cosa
más lógica del mundo. Se trataría de un intento de vivir al margen de ese sistema tribal y sus prácticas endógenas y de condicionamientos de poder,
apuntando, imagino en mi amigo, a la justicia social. Ser humanista, que
encierra, creo, de entrada una disposición en defensa del género humano en general
por encima de ambiciones monetarias y de poder, cuadraría en sus objetivos con
el apartidista que quiere desvincularse de la contaminación que puebla las
filas de los partidos, y enfatizaría la condición del ser humano, la dignidad,
la libertad. La creencia en valores universales como la libertad, la igualdad y
la solidaridad podrían ser algunos de sus referentes.
La contaminación que introduce la mecánica de
los partidos políticos en el ámbito de sus objetivos, sean estos de derecha o
izquierdas, es lo suficientemente fuerte como para poner en guardia a cualquier
ciudadano consciente de la necesidad de disponer de una estructura política que
organice la vida colectiva de un país. La naturaleza de los partidos, sus
tendencias internas, su condición tribal, impiden una neta relación directa con
la atención al bien común.
El instrumento que debería ser el partido,
organizar la convivencia y el bien común, tiene tantas goteras como escépticos,
escépticos que terminan votando por ese principio universal que dice que la
democracia es el menos malo de los sistemas políticos. De hecho no imagino a
apartidistas o humanistas no acudiendo a votar cada vez que se presenten unas
elecciones.
Volviendo a los cuatro gatos, habría que decir que
la materia prima de la que dispone cualquier sistema democrático es realmente,
en términos globales, de baja calidad, por lo que no cabe esperar construir un
edificio social sano y saludable con los materiales de que partimos. Una
demoledora conclusión que acaso con el correr de los años, con la educación y
el desarrollo de sentimientos como la empatía, la solidaridad o la justicia
social pueda mejorar... quién sabe. Quién sabe porque los indicadores de
conciencia social, de atención a los asuntos públicos es tan bajo, queda tan en
manos de cuatro gatos que…
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