viernes, 14 de marzo de 2025

Carlos camino del mito

 


 



El Chorrillo, 14 de marzo de 2025

Se me ocurre que al margen de lo que le sigo viendo constantemente por aquí o por allá, la tele, los periódicos o las redes, Carlos a punto está de convertirse en un verdadero mito, uno de esos que ocupan la mentalidad colectiva y que fuerzan a sus coetáneos a subir un peldaño en la consideración de sus propias capacidades. Si Atlas fue capaz de sostener el mundo con su propia fuerza (otros dicen que Zeus le castigó a sostener el cielo sobre sus hombros), un símbolo de resistencia y esfuerzo ante el imperativo de dificultades descomunales, Atlas mito tiene cierto parentesco con el amigo Carlos. La figura de Atlas ha sido utilizada en el arte, la literatura y la filosofía, como una metáfora de aquellos que deben soportar el peso de grandes responsabilidades, ya sea física, moral o metafóricamente.

Y en el mundo nuestro tan dado, siempre en términos generales, a tener por dioses a la Comodidad y al Conformismo (no me hable usted de política, por favor, porque me pongo enfermo) encontrarte con que alguien con tantos años a la espalda se levanta a las cinco de la mañana a diario para irse a trepar en la catedral del Sputnik, para correr por Pedriza o para subir corriendo los trescientos metros de monte Telégrafo que se levantan frente a su casa, o que como un Atlas se enfrenta al mundo pasando por las redacciones de los periódicos, por las televisiones, por foros, por clubs o lo que se tercie, por todo aquello que pueda contribuir a hacer posible sus "absurdos proyectos” de subir montañas; encontrarte con un hombre así te hace pensar en esos tantos en la historia de la humanidad que han contribuido a empujar el mundo hacia adelante. Y en absoluto bromeo. A aquellos hombres y mujeres que en la historia de la humanidad han contribuido con su fuerza y su ejemplo a ir más allá que el común de los mortales, les debemos no sólo nuestro reconocimiento, les debemos la oportunidad de reconocer en nosotros mismos posibilidades que de no tener el ejemplo al alcance de la mano, probablemente no se nos pasarían por la cabeza.

Saber que alguien como Messner ha podido subir el Everest solo y sin oxígeno, que Casarotto ha permanecido dos semanas solo en invierno a treinta grados bajo cero escalando una arista del McKinley, que alguien con 86 años hace las “locuras” que hace, es indudable que obliga a aquellos que vamos teniendo la edad de este último a plantearse seriamente cuáles son sus límites en esos precisos momentos en que tantas veces uno está dispuesto a tirar la toalla. Y pienso que, aunque sólo esto último fuera lo único que Carlos aportara a la sociedad, y especialmente a los que ya pasamos ampliamente de los setenta, ya merecería este hombre un buen espacio en la memoria para recordarnos ese tránsito de los que antes llamamos viejos y ahora llanamente podemos llamar alpinistas, montañeros, gente que hace de la vida, pese a las presiones de la edad, una aventura en toda regla.

Recuerdo bien de hace años que cuando sabiendo de gente de mi edad que se daba buenos tutes escalando aquí o allá, trepaba por cascadas de hielo o subía montañas inimaginables para su edad, la mía, siempre pensaba en los términos de que esos álguienes eran seres demasiado especiales, con una preparación fuera de lo común. Ha tenido que pasar el tiempo para que llegara a comprender que apenas existen límites a la edad, límites dentro de cierta lógica y de cierta salud, que el problema como tantas veces está en lo que sucede dentro de nuestro cerebro, en las limitaciones que nos imponen también las referencias que tenemos, las que nos imponemos a nosotros mismos en base a la experiencia general; una referencia, una barricada que de asumirla nos coarta, nos creemos que no podemos y a partir de ahí, con ese pensamiento en la cabeza, ya es imposible dar un paso más frente a los años que se nos vienen encima.

De ahí quizás arranca esa idea que me surgió esta tarde de Carlos como mito. Nadie va a intentar mover el mundo al modo de Atlas, pero si te encuentras en tu camino todo ese rastro que va dejando Carlos en las redes, en la televisión o en el periódico desde que su pierna le permitió corretear por la Pedriza, su trabajo por seguir adelante con aquello que se le ha metido en la cabeza, empiezas a entender que efectivamente Carlos está muy cerca del mito, si no es que lo es ya. A estas alturas me pregunto ¿habrá alguien en este país que no sepa quién es Carlos Soria, sí, ese señor de 86 años que sube montañas altísimas, que se rompe una pierna de arriba a abajo a más de siete mil metros y que un año después de una larguísima recuperación allá que está de nuevo litigando por escalar otro ocho mil?

Original Juanjo Alonso Kapi


No hablo de esos mitos ficticios que los medios levantan sobre la espuma de una fama descafeinada, sino de los mitos de verdad, de los que empujan con su ejemplo a la gente a marchar erguidos y a dar un paso más allá de sus posibilidades. Días atrás Kapi, el infatigable ciclista y montañero, otro que tal baila poniéndose siempre el mundo por montera, subía a su muro una fotografía. En la imagen se le veía a él apoyado en uno de esos enormes monolitos pedriceros que parecen mantenerse en equilibrio. Bromeé con él diciendo: “Atlas moviendo el Mundo”. Él siguió la broma escribiendo: “también puedo estar sujetando lo que queda del mundo para que no se derrumbe del todo”. Una forma gráfica para expresar una idea, la de aquellos que empujan al mundo hacia adelante o que trabajan para que éste no se derrumbe.

¿Alguien se ha fijado cómo mira este hombre últimamente, Carlos, con qué fuerza y vigor, con qué firmeza mira a su interlocutor, al mundo que le rodea? El mito crece en estos días incluso en medio de la futilidad de un programa como La Revuelta. Allá donde está, escenarios muchas veces donde la frivolidad nunca será capaz de entender la fuerza que alberga su nervudo cuerpo y su afán de superación, no deja de ser un alienígena, un rarito, como decía él mismo en cierta charla. En este mundo en donde la mediocridad y la insustancialidad es la reina del círculo mediático y de la portada de los periódicos, se alza solitario él, el mito, el hombre grande que supo y sabe tejer y tejer con sus manos una hermosa vida que apuesta constantemente por superarse, por ponerse de puntillas para seguir alcanzando las metas que le proporcionan sus sueños.

 

 

 

 

 

 


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