jueves, 13 de marzo de 2025

Perplejidad

 



El Chorrillo, 13 de marzo de 2025 

De la prensa de esta mañana rescato estas dos imágenes. Gaza, la de la barbarie infame, y la del individuo que, en la noche coteja, se enfrenta a la realidad y a la complejidad e intenta poner orden en su cabeza sobre los acontecimientos del mundo, o que incluso trata de crear algo; los que crean y los que destruyen, los que empujan el mundo hacia adelante y los que socaban la convivencia y asesinan. Entre unos y otros están los indiferentes, los que no quieren saber nada de política y se esconden en su agujero a cultivar gamusinos.  

La barbarie y la ley de la selva ha sido siempre el contrapeso a la labor creadora del hombre. Los aprovechados, la rémora social y cáncer de toda sociedad, incuban sus huevos, como las tortugas en la arena de la playa, no sólo en las capas de la sociedad más favorecida, también lo hacen en el seno de la plebe. El hombre aprendió desde el principio de los tiempos a defenderse de los parásitos, los piojos, las liendres, los aprovechados que se agarran como garrapatas al corpus social para desangrarles y engordar a costa del trabajo y el sufrimiento de los demás; aprendió, sí, pero el aprendizaje nunca fue suficiente para paliar el mal endémico de la codicia y el poder; estas bestias necesitan meterse entre el pelo de sus víctimas y chupar, chupar la sangre hasta reventar. Mirad esas garrapatas, parecen engordar hasta casi reventar, pero no, no revientan, como no lo hacen esos que acumulan y acumulan bienes, sangre, las garrapatas engordan, acumulan nutrientes para después poder alimentar adecuadamente a sus vástagos una vez se han desprendido del huésped. El señor Botín, el señor Asnar son ejemplos de este proceso. La clase parásita se alimenta de su huésped, engorda, pone sus huevos y a continuación alimenta a su prole; y su prole continúa el mismo proceso, caso del hijo de Asnar y sus fondos buitres. 

El proceso se replica posteriormente con la aparición de los parásitos de los parásitos, lo que se denomina  hiperparasitismo, en donde el hiperparásito utiliza a otro parásito como su huésped. Probablemente a alguno os sonará esto en relación con la política, perdón, en relación con los políticos, en donde parásitos de todo tipo chupan y muerden ya sea de las tetas del presupuesto nacional, ya de una pandemia, ya aprovechándose de las riadas de Valencia.  

Y en tanto que el individuo que piensa estas cosas mientras los demás duermen indagando sobre la raíz de estos males, deja por un momento de teclear en su ordenador, se vuelve a la ventana y contempla a través de los cristales y la noche las pocas constelaciones que le deja ver la luminosidad de la calle, Orión el Cazador sobre los tejados de los edificios de enfrente, Canis Major, Canis Minor, Géminis y acaso piensa en lo que decía anoche una comentarista a su post de ayer mismo, en lo gilipollas que somos los humanos. Y pensando esto se acuerda de la fotografía de más arriba, la de Gaza. Cierra por un momento los ojos y el horror de pertenecer a la raza humana le invade. Se imagina marchándose a Marte como uno más de los personajes de Bradbury en sus Crónicas marcianas. Ridículos humanos que se pasan y pasaron la existencia matándose unos a otros, tantas veces un quítame allá esas pajas, por intereses particulares, ideologías, codicia, deseo de poder. Millones de muertos siempre tras los delirios de grandeza, que como los delirios económicos terminan convirtiendo el planeta en un lecho de dolor, en un mar de sangre. Israel/Gaza, Ucrania/Rusia, Estados Unidos/Vietnam, Irán, América Central, Chile, Somalia, el mundo entero.  

Y nuestro trasnochador se aleja ahora de la ventana y vuelve a la pantalla del ordenador, desliza con el ratón el texto que está escribiendo para abajo y llega de nuevo esa fotografía de Gaza que encabeza su texto. Y se queda mirándola, y piensa en los muertos bajo los escombros, y recuerda una escena similar de una película de alguien que camina entre unos escombros similares y de golpe escucha el sonido de una llamada de teléfono, que no procede de otro lugar que de debajo de los escombros. Alguien está telefoneando a un muerto que yace enterrado tras las ruinas de una casa derribada recientemente por un obús del enemigo. Y a este individuo metido a escribir todas las madrugadas sobre la pantalla de un ordenador o un teléfono, una escena similar hace que se le encoja el estómago. Ayer este hombre escribía a esa misma hora sobre la perplejidad que le producía la complejidad de la vida; la noche, siempre esa hora dorada de la madrugada, hablaba por teléfono con un compañero que se había enfadado porque en un guasap se había informado sobre la proyección de un documental,7291, que se emitía esta noche por la 2. Son asuntos que le surgen al filo de la medianoche, el empecinamiento del compañero, con seguridad devoto de Ayuso, por no dar a conocer las miserias de la Presidenta de la Comunidad de Madrid. La perplejidad por cómo nos agarramos a las ideologías, a nuestras supuestas verdades, la perplejidad ante la crueldad sin límites del pueblo de Israel contra el pueblo palestino, la perplejidad del pueblo alemán en los años cuarenta contra el pueblo de Israel, la perplejidad de los marines americanos quemando vivos a mujeres, niños, ancianos, civiles con el napalm, la perplejidad del millón y medio de muertos en Irak, la perplejidad de la actuación de los marines violadores en ese mismo país, la perplejidad de la OTAN, fuerza defensiva, bombardeando Serbia. Y abandona el teclado por un momento y se vuelve hacia la ventana y la constelación de Orión, la distancia infinita de años luz entre cada uno de esos puntos blancos que asoman por encima de los tejados de la ciudad dormida, y todo, todo es perplejidad en su cerebro. 

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