viernes, 21 de marzo de 2025

A rebufo del instinto




El Chorrillo, 21 de marzo de 2025 

Anoche, mientras escuchaba a oscuras un álbum de Charlie Parker, pensaba en si no seremos más hijos del instinto que otra cosa. Las llamas se movían inquietas en la oscuridad de la cabaña. Las llamas no obedecen a otro criterio en sus formas y crepitar que al que le dicte la energía que se desprende de los leños. La encina dura más y da más calor, los gruesos troncos de pino que echo se consumen antes y hacen una llama más viva. Las llamas sacan su fuerza y su belleza de la disposición de los leños al arder. Les arrimas una cerilla a unos palitos y estos arden. Estás tranquilamente mirando el paisaje y de repente se te ocurre una idea, un proyecto y la cerilla de la intuición al poco rato hace arder la posibilidad de un sueño en tu interior. También puedes abrir una revista y tropezar con la imagen de una casa que te gusta y allí queda dentro de ti hasta que la idea madura y meses después ya estás entrampado hasta el cuello hasta mucho más allá de tu jubilación. O tropiezas con los ojos bonitos de una chica y se te enciende algo por dentro y al poco tiempo ya sois pareja y más tarde uno o dos críos gatean por el suelo de vuestra casa.

Me preguntaba mientras miraba las llamas si el que más o el que menos, es decir todos, no viviríamos mayormente en el instinto y sólo levemente redireccionados por la razón. ¿De verdad que las grandes decisiones de la vida nacen de la razón? ¿No son acaso ellas más hijas del instinto, de una pulsión momentánea que poco a poco o mucho se nos impone sin que la razón tenga en ello parte más que en una medida discretamente pequeña? Ese método de razonar que empleamos a menudo para justificar, para dar armazón y base a algo que nació inesperadamente en la mente como un objetivo, un sueño. Nos explicamos a posteriori tantas cosas, que merecería la pena echar un vistazo a la historia personal para descubrir acaso que la lógica no ha estado tan presente en nuestras decisiones como hemos creído. Bastaría hacer un recorrido mental de los estados por los que han pasado muchas decisiones que hemos tomado en la vida y que después se han consolidado en adquisiciones materiales, proyectos creativos. En nuestros días muchas parejas jóvenes deciden adoptar un perro, a montones se ven sin más por el Pirineo, en muchos casos un cálculo de lo complicada que está la vida en términos económicos para tener un niño, pero que cierto instinto satisface con una mascota. Las cosas se pueden poner tan complicadas que ni siquiera el instinto más fuerte puede pasar por alto considerar el panorama de una familia que criar, educar y alimentar, quien sabe incluso durante más de treinta años. Nuestros abuelos y las poblaciones de África, como decía mi suegra, atendían más al criterio de traer y criar a los hijos que Dios mandaba, es decir que el instinto de la coyunta apareciera bajo el calorcito de las sábanas. 

Obviamente el instinto no lo es todo, que después las cosas tienen que pasar por ciertos filtros imprescindibles, pero lo que es indudable es que entre nuestros deseos y lo deseado la prevalencia del deseo suele ser tan poderosa como para revolver Roma con Santiago y sacar adelante esa idea primera que se encendió, no sé sabe cómo, en alguna parte de nuestro cerebro. Uno puede razonar que en ciertas circunstancias debe ya mismo comprarse una casa, pero la aspiración a comprarse un casoplón o una cabañita en la Sierra Norte necesariamente nace no como razonamiento sino como aspiración, como deseo, que posteriormente habrá de pasar por los filtros de las posibilidades económicas. O no pasar en absoluto, que son tantos los que se entrampan obligándose a trabajar montones de horas de más durante décadas que… 

Estar en manos del instinto y de los deseos incontrolados no sólo es peligroso para las personas concretas, también sirve para los países; no faltan en ellos  desgracias que acarrean deseos así, los tenemos ahora con Estados Unidos o Israel. 

Se me ocurrieron estas cosas en la oscuridad mirando las llamas y considerando que, aunque seamos animales racionales sólo somos racionales en determinada medida, que hay una parte importante de nuestras vidas que tiene mucho más débito con el instinto y con los deseos primarios que con la razón. Pienso en asuntos de la vida cotidiana como la amistad, el enamoramiento, la sociabilidad (la necesidad de los otros), el impulso de escalar cumbres, el sentimiento de solidaridad y empatía, el bruto salvajismo de algunos (también). 

La razón ordena nuestros impulsos y deseos, pero son tantas las situaciones en que ésta se encuentra ausente de nuestras consideraciones, tantas veces que al cabo de los años nos preguntamos por qué hicimos esto y aquello, que por fuerza tenemos que reconocer que por allí andaba desbocado el deseo, ignorando todo tipo de razones con tal de conseguir lo que aleatoriamente se encendió en alguna parte inesperada del cerebro. 

A los de la EU, por ejemplo, les ha debido de pasar algo parecido con eso de empezar a gastarse cantidades ingentes de dinero al grito de ¡que vienen los lobos, que vienen los rusos! No se les ha ocurrido poner a trabajar la razón y tratar de establecer alianza de amistad con los lobos. Nos van a hipotecar hasta el aire que respiramos, pero, en fin. El equilibrio entre el instinto y la razón no es cosa que los sapiens practiquemos con frecuencia, tanto en la vida personal como en la otra, la de la entera humanidad. 








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