El
Chorrillo, 9 de febrero de 2025
Se
refiere Marta Sanz en el prólogo a los diarios de Chirbes a la escritura como
herramienta de indagación. El mundo va tan deprisa que para lo que tienes que
decir han de bastar 59 segundos, o en su defecto las cuarenta o cincuenta
palabras que te permite X (que en paz descanse a no más tardar). Demasiado
poco. Hoy durante la tertulia tras la comida derrochamos palabras a espuertas,
pero aún así era difícil sacar conclusiones o incluso atisbar ideas claras
sobre los asuntos que salían, muchos. La conversación también es, o por lo
menos podría/debería ser, pienso, herramienta de indagación. Indagar es un
verbo prometedor, un verbo en la línea, primero de intentar comprender el mundo
en que vivimos, algo que parece esencial para cualquier pensante de la especie
sapiens sapiens, y en segundo lugar un concepto que no puede faltar a la hora
de pensar en trabajar por un mundo más justo y razonable. Si uno no intenta
comprender la realidad que vive, difícilmente puede abordar la tarea de
transformar esa realidad en la que estamos y que tanto requiere de
correcciones.
¿A qué
sirve, me preguntaba esta tarde tras el café cuando sentados ya al resguardo
del frío del atardecer continuamos con nuestra conversación en la biblioteca,
hablar una y otra vez de los males del mundo en que vivimos, ese leit motiv tan
común en las conversaciones? Hoy, cuando entramos en materia, tras una larga
intervención de Tino, que desmarcándose de esos parámetros de izquierda–derecha
en los que la vida política se encorseta, defendía su condición de humanista,
entendía más que nunca que los conceptos que manejamos se parecen mucho a esa
tendencia de querer encerrar en cincuenta palabras una realidad, un pensamiento
complejo. Y pensaba yo, oyéndole, con toda la razón que pudiera tener, que echaba
de menos el hecho de que tuviéramos que referirnos para hablar de política a
términos exclusivamente como la derecha o la izquierda, lo cual como si ello
fuera un maniqueismo, que no lo era, pareciera que no daba cabida a ese
humanismo que Tino defendía.
Para
conversar utilizando estos términos pienso que se necesita un esfuerzo por
parte del interlocutor que dé por sentado, conociendo a la persona que habla,
de la buena fe que el término encierra. Izquierda: solidaridad, justa
distribución de la riqueza, empatía con los más necesitados, acceso universal a
los derechos básicos, un papel activo del Estado en la economía y su
regulación. La derecha: énfasis en la propiedad privada, reducción del
intervencionismo estatal (lobos y gallinas cada uno a su aire en igualdad de
condiciones), defensa de los valores tradicionales y “derechos” adquiridos,
etcétera. Partiendo de este esquema, tan simplificado, yo entendía que desmarcarse
de la izquierda o la derecha para manifestarse humanista, acaso influenciado por
el equívoco concepto de lo que sea la política de izquierdas o derechas,
probablemente tiene que ver con aquella clásica confusión a la que aludía
Ortega cuando escribía sobre ese equívoco tan corriente de los que confunden la
política con los políticos, un hecho corriente que nos induce a defender o
denostar a una facción política u otra tomando como referencia el
comportamiento personal de tal o cual político; por lo que conviene, entiendo,
cuando hablamos de política dejar bien claro a qué nos referimos, si a los
políticos o a las políticas que defienden.
Hace
muchos años que leí El lector, la novela de Bernhard Schlink. Pero aún
así el tema central de aquella novela me sigue impactando cuando entramos en
materia de asuntos sociales, políticos y económicos, como era el caso hoy
durante nuestra tertulia. En la novela el concepto de “comprender” juega un
papel central, especialmente en la relación del protagonista, Michael Berg, con
Hanna Schmitz. Michael, cuando es adolescente, mantiene una relación íntima con
Hanna, una mujer mayor que luego desaparece de su vida. Años después, como
estudiante de derecho, la encuentra en un juicio por crímenes de guerra nazis.
A lo largo de la novela, “comprender” se vuelve un dilema moral y emocional
para Michael que descubre en el pasado de Hanna su participación en los crímenes nazis. Descubre
también que Hanna era analfabeta, lo que introduce un elemento determinante en
sus consideraciones. El conflicto entre la responsabilidad individual y el
contexto histórico, un dilema que estaría presente en la generación alemana
posterior al Holocausto, es determinante en esa exasperante necesidad por
comprender.
En
ocasiones el intento de comprender una realidad compleja, y casi todas las
realidades sociales, económicas y políticas, son complejas, se vuelve un
ejercicio intelectual doloroso. Sea porque nuestros recursos intelectuales y
culturales no están al alcance del asunto tratado, sea porque la multitud de
variables en juego, su complejidad, sus cabos sueltos, sus distintos enfoques
hacen imposible ver con claridad en un asunto, lo que resulta del
apresuramiento de la exposición de las ideas es una pérdida del hilo conductor,
una dispersión que agrava la comprensión.
La
escritura y la conversación son dos buenas herramientas al servicio de la
comprensión, sin embargo el hábito cada vez más relegado de la conversación
entiendo que nos pilla desentrenados para sacarle suficiente partido. Más
todavía cuando asumidos como estamos cada uno de nuestras propias verdades, ese
gran impedimento que nos impide ser productivos en la conversación, tendemos
más que a conversar y a aprender de los otros, a expresar verdades que lo son
para nuestro coleto, expresar, o mejor diría defender “nuestras verdades”. La
famosa fórmula hegeliana de tesis, antítesis, síntesis, no pasa más allá de sus
dos primeras propuestas, con lo cual el conocimiento, que debería ser la meta,
se va al carajo.
Hasta
aquí, como se ve, hoy ni asomo de ese bien hacer que es un encuentro de amigos,
un día al sol del invierno junto al estanque de los peces que, seguro estoy, de
ser estos animales racionales se habrían reído montón de nuestro acalorado
charlar, y muy especialmente en esos momentos en que Ramón se sacaba de la
chistera alguno de sus chistes. Con Tino había coincidido en la reunión del
Torrero y allí quedó fijado que se uniría a nuestro primer encuentro
gastronómico, una charla allí que prometía futuras e interesantes tertulias.
Fafi habitual comensal de esta tribu de veteranos del monte con el que da gusto
discrepar; Loli, siempre dispuesta a echarnos una mano en la cocina y a darme
consejos posoperatorios desde su calidad de exenfermera; Beatriz, a la que la
premura de la invitación no le dio tiempo a prepararnos su famoso tiramisú y
que fue sustituido con mucho éxito por el flan que había preparado la mujer de
Tino; y por último Ramón con quien también disfruto discrepando a raíz de la
tenencia o no de la money money. De Victoria no digo nada, que me quiso engañar
diciendo que hoy era 14 de febrero… siempre tan enamorada ella. Y, cómo no,
Guillermo Amores, con quien tan placentero es conversar pero al que una noche
en vela por alguna dolencia, le impidió sumarse a la tertulia.
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