sábado, 8 de febrero de 2025

El Brujo y la llamada del silencio

 

Uge, Toti, Loren y un servidor en tierras de Guadalajara antes de iniciar el vuelo en parapente


El Chorrillo, 8 de febrero de 2025

En la primera ocasión que me encontré con Uge, un día que quedamos a comer Toti y yo con él, Loren y Maya en Guadalix, lo primero que le dije fue que le echaba de menos, de menos en el único lugar en el que coincidíamos por entonces, FB. Acaso fue en los primeros tiempos de entrar en las redes que empecé a conocer a ese dueto inseparable que forman él, el Brujo, y Loren Loremba. El desparpajo de Loren, sus croquis pedriceros, esa carcajada que mostraba un día enseñando unas manos ensangrentadas por las que había corrido la cuerda al detener una aparatosa caída del Brujo, ese lenguaje que ambos usan como carta de presentación de una raza vigorosa y apasionada de la escalada, de la cerveza codo a codo con los colegas, era algo que yo contemplaba con cierto regocijo. Un mundo que no era el mío, entre otras cosas porque mis tiempos de escalador habían quedado medio siglo atrás, otro lenguaje, otro desparpajo, que no sólo por entonces no se habían inventado los pies de gato, el magnesio y tantos artilugios, y al que me asomaba curioso como alguien que contempla otra dimensión de la escalada, de la montaña o del compadrazgo.

 Mi tiempo había ya pasado y contemplaba esta generación de sexagenarios y septuagenarios treparriscos como niño que se asomara a un patio de recreo totalmente inaccesible y prohibitivo para él. Desde ese balcón fue desde donde empecé a seguir a Uge y Loren y a tantos otros que con una edad no mucho menor que la mía seguían ahí con un humor de la hosti dándole fortísimo a los pedales de una pasión incombustible. 

Recuerdo que uno de mis libros, Escritos de montaña, terminaba precisamente con estas palabras: “Belleza, superación de uno mismo, amistad, ganas de vivir, son conceptos que me vienen a la mente cuando leo libros de montaña, pero sobre todo cuando me encuentro en FB con entradas como las de Loren y Uge”. Era parte del último capítulo que cerraba el libro y que daba cuenta de mi admiración por estos dos personajes dados a recrear con su actividad, sus textos y sus croquis ese mundo que fue también mi mundo iniciático, la Pedriza. He echado una ojeada a aquel capítulo y creo que, aunque esto se alargue, me voy a permitir copiar/pegar parte de él:

El capítulo lleva el título de El riesgo, esa línea de sombras que nutre la vida. Esto:

“Días atrás Loren subía a su FB unas elocuentes imágenes en las que con aspecto eufórico mostraba sus manos quemadas por la cuerda que había sostenido la caída de su compañero Uge, alias Brujus en la recién iniciada mitología del reino de Loremba que ambos entretejen (y dibujan…) entre escalada y escalada. 

“La vida es una fiesta y a ella están invitados todos los que quieran divertirse, amén de aquellos que deseen tener bien alimentadas las neuronas del alma. De ello dan fe detalles como el Brujo, Brujus para los amigos, todavía vivito y coleando en el reino de Loremba donde él ejerce de sumo sacerdote musguey de los ritos de la escalada; todavía vivito, digo, porque después del vuelo que debió de pegarse en la pared de la Cabrera, y visto cómo quedaron de quemadas las manos de Loremba, rey y señor éste de las tierras pedriceras y compañero de cuerda del primero, bien el vuelo podría haberse convertido sin mas en duelo; detalles, decía hace un buen rato, que pese a los vuelos y otros pequeños inconvenientes relacionados con tener el pellejo a buen recaudo, hablan de que a esta cosa que es la vida, pese a su infame brevedad, es posible sacarle un muy buen partido con asuntos tan sencillos como colocarse unos pies de gato en los pies, enharinarse las manos de magnesio y escoger un alto y bello piedro por el que trepar emulando a las lagartijas. 

“El hecho que da lugar a que yo me enrolle hoy con mitos y leyendas de nuestra cara Pedri tiene que ver con la breve nota que aparecía en el FB de Loren a la que acompañaba unas “jolgoriosas” imágenes que daban que pensar que a Loren le había tocado la lotería, cuando en realidad lo que había sucedido es que su compañero de cuerda Brujus, Uge Viaclásica en FB, había dado un inesperado vuelo, que este relataba así: “Reventó un emplazamiento de un microfisurero, lo tanteé antes con un probador y parecía fiable (parecía…). Menudo saque. Cuando me veía cayendo, me puse a pensar, todo a cámara lenta: "aquí le pasó lo mismo a Loren..." (sigo cayendo y no sé cuando voy a parar). Giro la cabeza al patio a ver qué hace Loren, si me para o no... Y le veo correr arrastrado por la inercia de la caída y veo que suelta la mano. Sigue todo a cámara lenta. Uyyy que hostia, que me la pegoooo... Y de repente la cuerda chiclea y me para. Veo a Loren agitar su mano derecha. ¿Tas bien? ¿Me bajo? Me dice: tira p'arriba... Con los abuelos no se discute... Y fuimos hasta arriba, pero esto ya es otra historia...”. 

Con estas aventuras me entrenaba yo en el conocimiento del Brujo y Loren entonces. Los post de aquel tiempo del Brujo, huido más tarde del FB, de los que sólo me ha quedado —ay, mi memoria— el aroma de una cabeza muy bien amueblada, la claridad de sus ideas y el uso de una prosa apretada y lúcida, trasladados ahora a Instagram con su brevedad impuesta por el medio, son un aire fresco, apretado, lúcido en medio de la atonía de un Instagram que sirve casi exclusivamente de escaparate de lo que se hace o deja de hacer y en donde siempre se echan de menos las ideas, un toque de originalidad que Uge salpimenta deliciosamente con sus breves entradas y sus haikus a la medida de las circunstancias. Lenguaje con cierto aire críptico para “los no iniciados”, críptico, con buenas dosis de humor, informal, ágil, condimentado con el lenguaje propio de la tribu. Vamos, todo un gusto encontrármelo mientas subo brevemente la referencia de mis propios posts. 

De todos modos la chispa que me invitó esta noche a escribir sobre él y Loren tiene que ver con el silencio más que otra cosa. Escribía hoy Uge que “los finlandeses no sienten la necesidad de llenar los silencios. En encuentros sociales, puede darse el caso de que nadie se ponga a rajar como locomotora sin frenos, monopolizando la situación. Valoran las conversaciones profundas; la cadencia de palabras vacías es inexistente”. ¡Ah!, y especialmente lo que sigue, que tantas veces he ponderado en mis escritos relacionados con la montaña, “no me hables de grados, háblame de lo que sentiste al pasar por un determinado paso, cómo gestionaste tu miedo o de cualquier deliberación que profundice en un tema…”. ¡Cuántas y cuántas veces seguiré refiriéndome a esta idea! Cuántas seguiré repitiendo aquella consigna de “escalo para mi alma”, subo montañas y busco vivaquear en las cumbres, para mi alma. No me cuentes pormenorizadamente tu ascensión a nosédonde, dime qué sentiste, cómo se apañó tu ánimo en aquellas circunstancias difíciles. Qué sucede dentro de ti en la soledad de la noche cuando dentro del saco de dormir contemplas las estrellas. 

El silencio. El Brujo camino de las alturas “se encuentra” con una periodista que se interesa por su actitud ante esas personas que no se callan ni debajo del agua. No sólo los evito, pongo cara de paisaje, contesta. También me hago el sordo, añade. Y “la periodista” tira del hilo: “Y sobre las conexiones profundas, ¿Qué haces para fortalecerlas?”. Responde Uge: “Disfruto de personas tranquilas, sensibles, empáticas y con destellos de humor de todo tipo”. Y si el sujeto es especialmente estridente, dice, trae de la mano a un hijo de un tal Putín muy resolutivo que les enseña el significado de aquella paremia que dice que a boca cerrada no entran moscas. 

Las palabras de Uge me hacen reflexionar de nuevo sobre esa inconveniente sensación que a veces se produce cuando el silencio toma el relevo a las palabras. Domesticar a las palabras para que dejen espacio al silencio siempre me pareció una buena práctica que incorporar a nuestros hábitos. 

Empecé anoche con la lectura de Diarios, de Rafael Chirbes. Ya en las primeras páginas se percibe esa afición también de Chirbes por el silencio; dos tipos de silencios, el que viene de fuera y aquel otro que viene de dentro,  tan necesario para el proceso creativo, la percepción del mundo y la propia conversación tú a tú con nosotros mismos. 

 

 

 

 

 


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