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José Manuel Vinches a los 8 años y el mismo entrando ya en el club de los septuagenarios |
El Chorrillo, 20 de febrero de 2025
Una aclaración previa. Tuve una confusión. En la fotografía, a la izquierda, no es José Manuel el que escala, sino su hijo Miguel, y José el que asegura. Vinches empezó a escalar no a los ocho años sino a los trece. El espíritu del texto permanece (serás lo que eres) pese a mi desliz, así que lo dejo tal cual.
Viajo en el Cercanías. Nada más
subir al tren me enfrasco en el libro de Silvia Vidal, Hay luz entre las cuerdas. Me olvido de todo, de los pasajeros, del
paso de las estaciones; estoy en un proyecto de Silvia, una pared virgen en
algún remoto rincón de Alaska. Silvia está contando el fracaso de esa
expedición, sus dificultades, las gestiones, la estrategia a seguir, el plan de
entrenamiento. En un momento observo que el tren lleva parado un buen rato.
Miro hacia fuera pero al otro lado de la ventanilla sólo está la oscuridad mate
de la noche. Pienso que estamos en pleno campo y que estará parado esperando a
que pase algún tren. Así un rato. Cuando logro arrancarme de las páginas del
libro, extrañado de la demora de la parada, del silencio y de que no haya nadie
en el vagón, me levanto y compruebo que estoy solo. En ese momento el tren
emite el pitido clásico que precede a la puesta en marcha. Me precipito sobre
la puerta, salto y me encuentro en el final del anden de Humanes. El tren parte
en ese momento camino de las cocheras. Si me descuido Silvia Vidal me obliga a
vivaquear en las cocheras de
Descender a los primeros
momentos de tu vida. Días atrás José Manuel Vinches subía al Cara de Libro una
imagen en la que se le veía a sus ocho añitos escalando una delicada placa en
un muro artificial de alguna parte de una ciudad, una delicada placa de 6b,
dice (escribe en su muro: “Al día siguiente ganó la competición de escalada en
categoría infantil (su hijo Miguel, según aclaré arriba) que se celebró en Cauterets, fue en el verano del
En estas reflexiones andaba yo metido cuando volviendo a la lectura de los diarios de Chirbes me encontré con las líneas siguientes: “No deja de conmoverme…descubrir que la biografía, los treinta años que vinieron después de la adolescencia, eran sólo desenvolver la agitada madeja que el adolescente llevaba dentro: serás lo que eres”. No sé si en Silvia Vidal estaba latente en su temprana juventud ese serás lo que eres (todavía estoy en los primeros capítulos), creo que no, que me parece que fue un descubrimiento posterior ese de encontrar gente que escalaba por lugares inverosímiles, imagino que para ella no cuenta el será lo que eres, que más bien en algún momento de la vida, ya persona adulta, fue cuando descubrió ese algo que la catapultó al mundo de la aventura en solitario.
De todos modos en todas estas
cosas lo que a mí me llamaba la atención era ese “serás lo que eres”, que
cuando lo leí enseguida me llevó al apunte que había subido José Manuel al Cara
de Libro; en él porque la montaña y la escalada
constituyeron tan tempranamente carne de la propia carne que
indudablemente se cumple ese serás lo que eres de la niñez. Nada más hay que
verle después de sesenta y dos años de aquella escalada de 6B por dónde le anda
la vida. Esta mañana sonó mi telefono, era él, la pregunta usual porque este
hombre lo mismo está en los Alpes Franceses, en el Piri, como dice, en
Las predicciones del pasado se
cumplen de tanto en tanto; José Manuel casi había dejado la teta de su madre
cuando ya andaba pensando, seguro, en escalar la fachada de su casa, una cosa
que se lleva dentro como se llevan los riñones o el páncreas. Kurtyka en su
libro El maharajá chino habla
constantemente de la rata, esa que le roe por dentro y le impele continuamente
a devorar paredes una tras otra y a embarcarse en sueños imposibles. Es gráfica
esa expresión porque implica algo muy potente, algo que te roe por dentro y que
no te suelta hasta que no te encuentras en la cumbre del Dru, por ejemplo,
después de haber escalado
Somos nosotros y nuestras
circunstancias, pero cuando el nosotros desarrolla una fuerte motivación no hay
dios que se ponga delante. Recuerdo la historia de Messner y la de tantos
alpinistas notorios, todos ellos devorados por la rata de la escalada desde su
infancia. El Dios salve al Rey, que
se popularizó en el siglo XVIII en Inglaterra para pedir la protección divina sobre
el soberano, cuadraría aquí para pedir protección y cuidado para estos colegas que
hicieron de una motivación primera un hermoso reguero de continuadas aventuras,
tantos que desde el anonimato pueblan el mundo y llenan sus vidas de poesía y
vigor.
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