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Insomnio de madrugada, de Soledad Sevilla |
El Chorrillo, 19 de febrero de 2025
Me pregunto si será posible hablar de arte sin conocimientos suficientes, pero enseguida me contesto que si sólo pudiéramos hablar de lo que entendemos, apañados estábamos. En todo caso no olvido aquello de que tanto escribir como conversar son buenas herramientas de indagación. Me llega como otras veces la imagen de dos nuevos lienzos en curso que está creando Paco y ello me lleva a forzar unas líneas de nuevo.
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De Francisco Sánchez |
En la primera de ellas, tras una detenida observación, intentando ubicar en mis hábitos mentales el cuadro, al final lo que logré fue una curiosa interpretación, que pensando que ambos conocemos ciertas célebres montañas de las Dolomitas, acaso podría adelantar que se trataba de Las Tres Cimas de Lavaredo reflejadas sucintamente sobre un hipotético lago en una incierta hora en que el cielo se vistió de oro y grana. Le decía a Paco que los sueños de la razón no producen monstruos solamente, a veces estimulan ambiguas referencias. Tan habituados estamos a la pintura de siempre, más o menos hasta el expresionismo alemán, que el paso que se da a partir de entonces nos pilla a muchos con el pie cambiado, lo que nos obliga, en un esfuerzo de adaptación, a seguir buscando en la pintura conceptual aquellos elementos que eran propios de otro tiempo, un sujeto, un paisaje, unos personajes (La última cena), una escena mitológica (El rapto de las hijas de Leucipo), un hecho histórico (La rendición de Breda). Con el impresionismo ya empezamos a encontrar en la pintura elementos novedosos que nos obligaban a introducir en nuestra mirada algo nuevo relacionado con la luz, la técnica o la composición, pero que no afectaba en sí a los sujetos ni a los paisajes, que seguían siendo los mismos sólo que tratados de diferente manera con una pincelada suelta en donde era visible el trazado, o donde lo colores llegaban a la retina a través de la superposición de esas pinceladas. Van Gogh, Cézanne, Gauguin dan un paso más allá, exaltación del color o el camino hacia las estructuras geométricas en Cézanne. A lo que siguió la descomposición geométrica de la realidad con Picasso y Braque. Posteriormente la abstracción elimina la necesidad de la representación, estamos en Kandinsky. A partir de aquí ya no hay quien meta el pie en el freno. Llega el arte abstracto y el conceptual con múltiples variables, Rothko, grandes superficies de color para provocar sensaciones sin necesidad de formas reconocibles, o Duchamp, que termina saliéndose de madre y que obliga a redefinir el arte mucho más allá del concepto que tenemos de éste y que poco tiene que ver con la idea que teníamos cuando nos referimos a los pintores clásicos.
En ese momento de inflexión es en el que me veo obligado constantemente a buscar un espacio de “comprensión” que no me haga parecer un espectador anclado con excesiva solidez en el pasado. Estoy en el último periodo de mi caminar por el mundo y en ocasiones me fastidia soberanamente sentirme desfasado respecto a asuntos de arte que han construido siempre un buen modo de explorar las emociones y sensaciones que éste suscitaban. A Paco le he comentado más de una vez que yo tendría que hacer el esfuerzo de “entender” muchas obras actuales, en vez de mirarlas con escepticismo, si no es con ironía, la del que siente que le están tomando el pelo. Hago lo que puedo, tengo rodando por la cabaña algunos tomos de arte que deberían ayudarme a ponerme al día, pero es que no hay forma de meter en el saco de las 24 horas todo lo que desearía.
Me sucede, por ejemplo, contemplar un cuadro de Rothko y sentir dentro de mí una emoción. Kandinsky sin embargo no me dice nada. Duchamp lo veo como una tomadura de pelo. Hace no mucho estuve viendo en el Reina Sofía pinturas de Tapies que me gustaron mucho; o en
La sugerencia de estas líneas viene de una cita que recogí días atrás en los diarios de Chirbes: “Entre Picasso y Kandinsky hay mayor diferencia que entre Picasso y Rafael”. Podría haber ido más allá y decir que entre las pinturas de Altamira y Picasso la distancia es mínima, mientras que entre Picasso y el momento presente la distancia es abismal. Y el abismo acaso consistía en que en la pintura clásica teníamos todos los elementos a la vista y distintos espectadores era difícil que discreparan en la crítica o interpretación de la obra, mientras que en la pintura posterior el espectador se encuentra con lienzos en donde es difícil rascar significados; la búsqueda del significado, la belleza incluso no parece que sean elementos sustanciales en lo que vemos. Sí parece que la capacidad de suscitar emociones esté presente en muchas de esas pinturas, pero no es un criterio general. Si contemplo por ejemplo la pintura de Soledad Sevilla que está a la cabecera de este post, tengo que reconocer que ella produce una notable reacción en mí, mezcla, guiado por el título, de inquietud, placer, desasosiego. Puedo decir también que me encanta el cuadro. Son elementos de percepción que de algún modo entroncan con sensaciones parecidas cuando contemplamos el Cristo de Velázquez, las figuras estiradas del Greco, los claroscuros de Rembrandt o las Pinturas Negras de Goya.
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De Francisco Sánchez |
Le decía a Paco cuando le comentaba algo de lo que yo veía en su cuadro, como de lava saliendo de un volcán, que podrían ser espumarajos de alguien agobiado por el dolor, si esa interpretación era posible, o si por el contrario no hay interpretación que valga y tendría que quedarme con la armonía, con un cierto clima de violencia soterrada, a solas con las sensaciones que pueda suscitar el cuadro.
Quizás este tipo de argumentos sirva hasta el principio del arte abstracto, a principio de los años sesenta del siglo pasado. Traspasar ese límite creo que no voy a ser capaz porque cuestiona tanto la idea del arte que temo que va ser imposible que admire un urinario. Si una burla al “arte serio” y a la belleza clásica, como de hecho lo es la obra de Duchamp, se catapulta como arte, mala cosa, entre otras cosas porque en la obra de Duchamp no existe artista que valga, que lo único que ha hecho es comprar un urinario y colgarlo en la pared, más o menos como esa obra reciente de un plátano pegado con cinta americana a un muro por la que la banalidad y frivolidad de un rico de última hora paga millones de dólares. Como juego puede no estar mal, ahora como arte, pues…
Creo que después de estas líneas algo me he aclarado, pienso que puedo llegar a gustar lo que se ha hecho en las vanguardias hasta 1960. Lo de después, principalmente todo aquello que puede estar en la línea de Duchamp, creo que no me va a dar tiempo ya digerirlo.
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