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Original de Santiago Pino (son la venia) |
El Chorrillo, 13 de febrero de 2025
Tengo que aceptar que no hay día que asomándome a este diario de jubilado no venga a contradecirme. El rollo ese de si la redes sí o las redes no al que tanto doy la vuelta mareando la perdiz diciendo si las dejamos o no, y es que enciendo el teléfono y me encuentro una bonita fotografía de la Pedriza de Fafi, y ya tengo el título para mi post de hoy: La belleza del caos. Tiro para abajo y me tropiezo en el mismo Instagram con un post de Pedriceros de gente que anda limpiando rincones de la Pedriza, la Pedriza mon amour, con parecida dedicación con la que limpian los rincones de su casa. Abro mi propio perfil e intercambio con algún amigo comentarios, razones, un post, la última noticia del periódico. ¿En qué quedamos?, me digo, ¿pero no ibas a dejar esta plataforma? Y me acuerdo del amigo Julio Gosan que como yo ha intentado dejar FB varias veces, pero que después, atraído por el canto de las sirenas de no desconectar con los amigos y seguir compartiendo amores pedriceros y otros asuntos, le vemos volver como yo y otros tantos al redil este en donde cada mañana nos encontramos amigos y conocidos.
Y quien no se contradiga que tire la primera piedra, como decía aquel Jesús extraordinario de los Evangelios sobre cuya memoria la Iglesia Católica cometió el perjurio de tergiversar de hecho todas sus enseñanzas. Es el caso que estoy encantado en ocasiones de encontrarme cada mañana en las redes, y visto por distintos ojos un trozo de esa Pedriza que todos sus amantes llevamos dentro. El paisaje de Fafi, y tantos de los que nos ofrece Julio, tenía esta mañana la gracia de subrayar ese concepto que acompaña al título de este post, el caos. El caos se define como un estado de desorden o imprevisibilidad, un perfecto concepto para cada vez que nos adentramos en las anfractuosidades que llevan a las Torres o que trepan desde el collado de la Dehesilla hacia la Pared de Santillana, o que zigzaguea entre los molondrios del Laberinto más allá del Hueso; un perfecto concepto, decía, para hacernos una idea de que por ese callejoncito que entrevés allá arriba, lo que vas a encontrar no es precisamente el Jardín de los Guerreros, sino una trampa que para los no conocedores del terreno, si sigues trepando por aquí y por allí, metiéndote por un agujero, subiendo una chimenea, lo que te vas a encontrar es una situación en que si no llevas cuerda de rápel te vas a ver en la tesitura al regresar de llamar a los bomberos para que te saquen de allí. Jo, qué corte, para meterte debajo tierra. Algo que ya me sucedió a mí en cierta ocasión cuando subiendo por la izquierda del Pájaro y tratando de llegar al dichoso jardín, me enrisqué tanto que tuve que vivaquear en cualquier sitio antes de decidirme a bajar, perdido estaba, por un lugar que de solo pensarlo me quitaba el hipo. Y es que jugando a perderse y siguiendo los diez mandamientos que en una ocasión Julio esgrimiera por aquí, el caos pedricero puede tenderte una trampa de salir con las rodillas y los brazos totalmente desollados.
Pero la gracia en realidad no es el caos en sí, sino la belleza que emana ese caos. Y tengo que hacer un paréntesis antes de seguir para agradecer a Julio, a Fafi y a tantti quanti buenos fotógrafos, el hecho de ayudarnos a ver con nuevos ojos en el interior de ese caos, ojos escrutadores, ojos que como búhos persiguen en los rastros de la noche la belleza de las sombras contra el ámbito de las constelaciones, esa cola de novia de la Vía Láctea sin más surgiendo entre las dormidas huestes del caos, serenos de la noche que acompañan el sueño de nuestros queridos y adormecidos pedruscos, fantasmas de recia negrura entre cuyas encrucijadas Julio a veces coloca una silueta, la lejana luz de una linterna de un liliputiense que escruta la profundidad de la noche. También conozco otras bellezas del Caos de avizores ojos, los de mi amigo Santiago Pino, que persiguen entre la niebla y la nieve los delicados matices de un rayo de sol como atravesando el cimborrio sobre el crucero de una catedral. Luces y sombras que entremezcladas en el Caos de esos viejos riscos que nuestras manos han acariciado, trepado, ennoblecido con nuestros sueños de aventura, suenan en nuestros ojos como campanillas de armónico bienestar.
Y es que simplemente asomarse al collado de Quebrantaherraduras cuando llevas tiempo sin rendir una visita a la Pedra, no sólo te pone, sino que al Caos y la belleza se suman la Historia, la nuestra, la de los pioneros, el recuerdo de los amigos desaparecidos, las primeras trepadas, aquella Sur del Pájaro que intentaste en solitario, el vuelo de los buitres, el olor de la jara subiendo desde casa Julián en el Tranco en medio de la noche, las tertulias dentro del saco de dormir bajo la ceja del Tolmo. Si tu ánimo está disponible y con los poros abiertos es la fragancia que se desprende nada más atravesar ese repecho, fragancia del recuerdo y la memoria, un tojunto que acaso no sabemos definir pero que da cuenta en nuestro interior de todo eso que encierra ese universo de pedruscos aparentemente anodinos en la distancia, pero que cuando tomas contacto con el Caos se convierte en añoranza, gusto por estar allí, memoria de una vida intensa entre riscos y jaras.
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Original de Santiago Pino |
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