martes, 11 de febrero de 2025

Esta panda de adinerados imbéciles

 



El Chorrillo, 11 de febrero de 2025

Leo a Chirbes, escucho la música que él escucha, ahora la Sinfonía Leningrado, Shostakovich. He cerrado el libro. He apagado la luz. Contemplo el fuego de la chimenea. Escucho. Me recuerda la novela de Grossman, Vida y destino, un millón de muertos tras el prolongado cerco alemán, 1942, 872 días de asedio. Las lecturas son seres inquietos que te llevan de acá para allá del tiempo y el espacio. Apago la luz para centrarme en la música. Salí de nuestra guerra civil con Las voces del Pamano y ahora me veo de nuevo succionado por otra guerra, el cerco de Leningrado por los alemanes, un millón de muertos. Leer Vida y destino supuso un golpe en mi historia de lector. Ahora suena aquella sinfonía en la oscuridad de mi cabaña. Un crescendo que teniendo en cuenta aquel drama corta el ánimo como si fuera un cuchillo. Su estreno tuvo lugar en Leningrado en 1942 en pleno cerco y su interpretación fue realizada por una orquesta diezmada por el hambre, reforzada con músicos rescatados del frente o de los hospitales. Se transmitió por altavoces a la ciudad y también hacia las líneas enemigas como un acto de desafío. 

El dolor que se produce la humanidad a sí misma a través de sus líderes, es terrible. Una historia que se repite día a día. Hoy mismo abres el periódico y te encuentras al Gran Fanfarrón, ese payaso de circo metido a presidente de EEUU, amenazando a los palestinos con abrir las puertas del infierno si no liberan a los rehenes de Israel. Ayer o anteayer prometiendo hacer de Gaza un resort turístico  tras la expulsión de los palestinos de sus tierras. La invasión de Polonia por los alemanes, el cerco de Leningrado, Franco pasando a cuchillo a todos los que no comulgaban con su pensamiento, todas las desgracias de la humanidad lideradas por un puñado de criminales enajenados en cuyo cerebro se ha gestado algún tipo de tumor maligno que revienta la realidad para hacer de ésta un campo de exterminio.

Me duele algo por dentro cada vez que abro las páginas de un libro de Historia y trato de comprender los mecanismos que llevan a las grandes tragedias de la humanidad; cada vez que comienzo una novela que te coloca en el centro de algún conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial, nuestra Guerra Civil. La espada de Damocles ahora mismo pendiente sobre nosotros a raíz de las consecuencias que puedan tener el derrumbe de esa hilera de fichas de dominó que suponga el enfrentamiento entre grandes potencias.

Luego, más, hoy en la prensa esos niños con muchísimo dinero que juegan como infantes en el patio de recreo: yo te compro OpenAI por 97.400 millones de dólares, y el otro que contraataca y le quiere comprar Twitter/X por 9.000 millones de dólares. Un juego. O el tal Bezos, dueño de Amazon con sus juguetes espaciales. Como ya no les basta el turismo de aquí para allá del planeta, ahora ¡vamos a hacer turismo espacial! Turismo espacial, negocio destinado a seguir embolsando la codicia a través de los otros millonarios del planeta.

El gusto que muestran por el derroche, la frivolidad y la ostentación una parte de ese 1% más rico de la población mundial que posee el 50% de la riqueza global, o ese 10% más rico que posee alrededor del 80-85% de la riqueza total, es de tan incalificable y vergonzosa envergadura, que uno no tiene más remedio que pensar que tanto los obsesos, Hitler, Franco, Pinochet, Trump, Elon Musk y tantos otros, eran/son personas con un desequilibrio mental importante que, arrastrados por pulsiones internas que les desbordan, han entrado en una fase de inconsciencia social en donde la capacidad de razonar, mediatizada por impulsos anímicos narcisistas y de acaparamiento, genera en ellos algún tipo de psicopatía que, perdiendo la referencia de todo sentido común, les coloca en un mundo de aspiraciones que trasciende, desborda los cauces de la relación normal con la realidad, para acceder a otra realidad que ellos crean desde su psicopatía como realidad impuesta a aquella otra que rige para la gente común, para el sentido común. Derroche de recursos, ambición, egolatría los transportan a una situación en que el poseer y el dominar se hace con las riendas de sus personas. No es que posean, es que son poseídos por los bajos instintos que se derivan de su sentimiento de acaparar. No poseen, sino que son poseídos por deseos incontrolados de amasar poder o riqueza.

No existe verdad que valga en este mundo que vivimos, ni la verdad de esta gente ni la nuestra. Todo goza de una saludable relatividad y por tanto es ocioso hablar de quién tiene la verdad o no. Ahora, si lo que ha de regir nuestro entendimiento tiene o no que ver con la supervivencia de los habitantes del planeta, con su bienestar general, con proporcionar a los bípedos de la especie sapiens sapiens un modus vivendi aceptable, de parecida manera a como los animales de otras especies desarrollan ciertas actitudes de armonía para responder al llamado de la vida, que pide un cierto equilibrio entre los deseos de unos y los del vecino, entonces todo aquello, toda vida, que se fundamenta sobre la supremacía del 1% o el 10% de la población sobre el otro 99% ó 90%, lo que indica es que biológicamente es una anormalidad. Más cuando esta anormalidad se perpetúa sobre la base de la frivolidad, el derroche y la impúdica ostentación. En el ámbito del poder se podría argüir algo parecido cuando éste se usa como herramienta supremacista a favor de unos pocos.

 


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