El Chorrillo, 16 de febrero de 2025
Ya estoy, he hecho la cama, he pulverizado agua sobre las hojas de la palmera areca que ahora embellece el rincón de mi cabaña, he llenado el comedero de los pájaros con una mixtura de pipas y alpiste y, como los peces del estanque en esta época apenas comen, pues que ya me puedo poner a escribir. Aquí estoy.
Es curioso que a veces sin saber por qué te venga a la cabeza una palabra no habitual, un palabra que se te aparece sin más, que te suena con un significado algo cercano a lo que buscas, pero no estás seguro. Me sucedió esta mañana, de pronto apareció sin más en mi conciencia “cambalache” (en su acepción de desorden o mezcla, algo desordenado y confuso), una palabra salida acaso del particular viejo diccionario castizo de mi madre. Me encanta encontrarme con esas palabras que parecen haber dormido durante décadas en la memoria y que de repente despiertan más allá del subconsciente para venir a expresar precisamente lo que quieres. Misterios de la fe. Así que hoy va de cambalaches.
Cuando contemplamos un cuadro,
una imagen, los ojos enseguida hacen un recorrido por ella, empiezan aquí,
siguen allá y después al final acaso perciben la globalidad de la imagen y su
significado. En cuestiones de arte y composición es determinante conocer cómo
se comporta nuestra vista al acercarse a un cuadro, un asunto que el pintor
avezado domina y que hace que el espectador centre en un primer vistazo su
atención aquí, allá y no en otros lugares, un asunto de composición, de
priorizar el mensaje, de dar relevancia a alguna parte del cuadro. En los Fusilamientos del tres de mayo, por
ejemplo, Goya es implacable, nos obliga a dirigir directamente la mirada a ese
cristo gitano crucificado de brazos en alto; el blanco de su camisa, su
expresión se lleva toda la dosis de nuestra primera mirada, luego vendrá el
sufrimiento y el horror de los que le acompañan, los fusileros que desde su
anonimato tiran a matar. La vista recorre su camino. Bueno pues a mí, un
sapiens del género masculino empujado por la evolución de la especie para
reproducirme como a todo quisque, ya se puede uno imaginar por dónde empezó la
mirada a rular ante esa imagen de más arriba, evidentemente alrededor de eso
que sostenía
La princesa Leonor me pide amistad en Cara de libro. Bueno, pues ahí lo tenéis, eso fue de ayer mismo, una princesa de España, futura reina de este País Grande y Libre, pidiéndome que sea su amiga. Yo, pobrecito hombre estrábico, medio sordo, ahora sin próstrata y posiblemente candidato a eneuco, ¡pobrecito de mí si amigo de reyes y princesas! Te cagas, Lorito. Ayer Chirbes se choteaba de los escritores que usaban coturnos (jaja, otra palabreja: un tipo de calzado que usaban los actores en la antigua Grecia con una suela gruesa que les daba una apariencia más imponente en el escenario). Se choteaba de esos escritores que codeándose con las altas instancias o recurriendo a textos ajenos con engalanar su prosa, no hacían con ello, en la consideración de Chirbes y la mía, más que hacer el ridículo. Ergo, que me ha pedido amistad la princesa Leonor, pero no se la voy a dar; qué coño, uno que ni es monárquico ni le gusta la fanfarria de la “gente importante”, ¿como se va a vestir a estas alturas con la presunción de una amistad imposible? Además, esa princesa lo que realmente me inspira es lástima, lástima viéndola bajo el prisma de refracción de mi propio pensamiento, claro, no faltaría más.
El polémico beso de Rubiales. Ya escribí mucho sobre esto (más materia para ciertas feministas), así que soy breve. “La defensa de rubiales cuestiona a Jenni Hermoso; ¿Te dan un beso que te ha dado asco y te despides con una sonrisa?” Esto también tiene que ver con eso que apuntaba más arriba, el cómo la vista hace su recorrido por la realidad, primero el beso, después las manos y brazos de ella y tras el beso la sonrisa (como aquella otra del caso Errejón, que después de ser forzada, según ella, se larga de fiestas con él). La sonrisa. Y tras la sonrisa lo que viene después, el puro circo, el oportunismo de ciertas feministas metiendo mano, presiones de aquí para allá para cogiendo el rábano por las orejas alimentar causaa justas con desperdicios de la basura.
Google elimina de su calendario las referencias al Orgullo, el mes de
la mujer o el día del Holocausto. Vaya, vaya, vaya con Google… ¿A qué nos
suena esto, vamos de regreso a
Una niña de las Hurdes. Hoy nada más abrir los ojos mi vista cayó sobre este cuadro que pinté hace cerca de cincuenta años. No entiendo cómo ese cuadro estuvo tantos años en el desván de mi casa cubriéndose de polvo, no lo entiendo, porque ahora, cada vez que me despierto es lo primero que veo, lo primero que me impacta y me conmociona. Es un retrato que hice basándome en una fotografía que hice de una niña de las Hurdes, una criatura que andaba errática por las calles de El Gasco, disminuida mentalmente, terriblemente triste, abandonada por sus padres como se abandona un perro al que nadie quiere en casa. Erraba sin rumbo y, nosotros, Victoria y yo, que bajábamos de las alturas de vivaquear entre la nieve, era Navidad, lo primero que encontramos fue esa niña. Cuando entramos en un café a desayunar, se vino detrás de nosotros y allí se quedó con esa expresión del cuadro como pidiendo misericordia, como lamentándose de haber nacido. No recuerdo si la invitamos a desayunar, creo que sí. Ella se quedó allí en mitad de una plaza solitaria cuando nosotros nos alejamos del pueblo siguiendo nuestro recorrido por las Hurdes. Nos fuimos pero esa niña y esa expresión la seguimos teniendo grabada dentro de nosotros como un salvavidas que en algún momento nos pueda salvar de morir ahogados en esa corriente que asola el mundo en donde el yo y sus aledaños parece ser que es lo único que nos preocupa en la vida.
Hoy tenemos comida familiar en casa. Imposible seguir con esos cambalaches con los que se podría escribir largo y tendido. Paradojas, contrastes, tristeza sin límites, manipulación, malos entendidos, papanatismo… tantos asuntos a que atender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario