viernes, 29 de noviembre de 2024

Somos unos mayores raritos

 

Imagen original de Pedro Mateo


El Chorrillo, 30 de noviembre de 2024

No pude dejar de soltar una carcajada cuando le oí a Carlos decir “somos unos mayores raritos” en una entrega de premios reciente, el enésimo ya. Yo estoy tan encantado de ser un rarito que trabajo me cuesta, especialmente cuando bajo a los pueblos en verano después de largas jornadas de caminar por las alturas, asimilarme al común de los mortales con los que me encuentro por las calles. Me encanta ser un rarito, como dice Carlos, un sapiens que hace cosas raras y fuera de lo que común. Carlos se había puesto de chaqueta y con el micrófono frente a él lo que les estaba diciendo en el acto de entrega de los premios Senda a los empresarios que le oían en un local de la Caixa, era que venga ya, que apoquinaran, que él y sus compañeros querían irse al Manaslu, que soltaran prenda.

Ni viejos ni ancianos, sólo mayores. Es curioso porque es la primera vez que caía en que era el modo idóneo de nombrar a las personas de edad. La palabra “mayor” en el uso que le daba Carlos, no lo contempla la RAE, para la cual se trata siempre de un  adjetivo, persona mayor, cantidad mayor, distancia mayor. Me parecía que Carlos había introducido en su corta intervención el sustantivo perfecto para referirse a la gente de nuestra edad. Y es así porque por mucho que queramos, los términos viejo o anciano son adjetivos que ni a Carlos ni a otros muchos de parecida edad les cuadra. Y si no probad, teniendo en cuenta a este hombre, su vida, su disposición y su fuerza, probad a llamarle viejo o anciano. Ni de coña el término se aviene con la realidad llamando al amigo Carlos con estos términos. El castellano estaría aquejándose de una meridiana inexactitud. Vamos, que no sólo está poniendo en cuestión los márgenes de lo que puede ser la edad madura, la ancianidad, dejando con su vida obsoleto el término anciano o viejo, sino que además cuestiona a la mismísima RAE invitando a ésta a introducir una nueva palabra en su diccionario para nombrar a las personas que van cumpliendo montones de años pero que, negándose a ser ancianos o viejos, con lo que ello significa en el lenguaje común, eleva la condición de persona de edad a un significado superior en el que la neutralidad del término, mayor, en absoluto conlleva necesariamente degradación del tipo que sea, como es el caso cuando usamos los términos viejo o anciano. Y si no obsérvese los sinónimos que adjudica la RAE al término “viejo”: anciano, añoso, matusalén, viejales, vejete, abuelo, vejestorio, vejarrón, viejarrón, veterano, vetarro, viejurgo. De todos ellos el único que nos serviría es el de veterano. Se podría decir que lo que hacemos al usar la palabra “mayores” como lo usa él, por “personas mayores”, lo que hacemos es relegar a sustantivo un adjetivo, o si se quiere hacemos de la expresión “mayores” una metonimia que sustituye etcétera…

Y basta de rollos gramaticales que me pueden distraer del hecho mondo y lirondo de que para Carlos y personas como él habría que inventar un término específico que elevara en el diccionario la condición de su persona a tal punto de que no sintiéramos que el lenguaje nos traiciona cuando alguien pueda llamar a Carlos viejo o anciano. Carlos, y otros como él,  inauguran por su estilo de vida y la asunción de la edad como un mal menor, una nueva condición del hombre que, trascendiendo los límites de la lógica corriente, nos obliga a pensar los muchos años de un modo muy diferente al usual.

Obviamente a todas las personas de su edad las podríamos llamar “mayores”, pero en este caso sí estaríamos utilizando una metonimia, que no es el caso con él cuando yo le oía esta tarde en el video que me envió decir aquello de “somos unos mayores raritos”, que ya con el “raritos” lo que hacía era nombrar la excepcionalidad de su condición, la de él y la de todos los otros raros que el mundo ha parido, entre los que tantos amigos del monte y yo querríamos obtener parecida condición, condición de este entrañable personaje que después de ejercer de encuadernador y tapicero toda su vida ha inventado tras la jubilación una nueva profesión que bien podría denominarse tejedor de sueños, alguien que se jubila y en el telar de su cabeza inventa día a día un modo de vivir y unos proyectos capaces de aliviarnos a todos los que vamos a rebufo de su encendida pasión del peso de los años.

Y ya es cerca del amanecer, un trasnochar que en absoluto cuadra con los hábitos de Carlos, que si quieres verle te pide que estés en el Sputnik a las siete de la mañana. Esa razón que tenía una de sus hijas, Sonsoles o Mónica, me parece, que hablando de la austeridad y los madrugones de su padre decía que su padre parecía un monje. Así que, se acabo por hoy. Buenas noches.

 

 


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