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| Imagen original de Pedro Mateo |
El
Chorrillo, 30 de noviembre de 2024
No pude
dejar de soltar una carcajada cuando le oí a Carlos decir “somos unos mayores
raritos” en una entrega de premios reciente, el enésimo ya. Yo estoy tan
encantado de ser un rarito que trabajo me cuesta, especialmente cuando bajo a
los pueblos en verano después de largas jornadas de caminar por las alturas,
asimilarme al común de los mortales con los que me encuentro por las calles. Me
encanta ser un rarito, como dice Carlos, un sapiens que hace cosas raras y
fuera de lo que común. Carlos se había puesto de chaqueta y con el micrófono
frente a él lo que les estaba diciendo en el acto de entrega de los premios
Senda a los empresarios que le oían en un local de
Ni
viejos ni ancianos, sólo mayores. Es curioso porque es la primera vez que caía
en que era el modo idóneo de nombrar a las personas de edad. La palabra “mayor”
en el uso que le daba Carlos, no lo contempla
Y basta
de rollos gramaticales que me pueden distraer del hecho mondo y lirondo de que
para Carlos y personas como él habría que inventar un término específico que
elevara en el diccionario la condición de su persona a tal punto de que no
sintiéramos que el lenguaje nos traiciona cuando alguien pueda llamar a Carlos
viejo o anciano. Carlos, y otros como él,
inauguran por su estilo de vida y la asunción de la edad como un mal
menor, una nueva condición del hombre que, trascendiendo los límites de la
lógica corriente, nos obliga a pensar los muchos años de un modo muy diferente
al usual.
Obviamente
a todas las personas de su edad las podríamos llamar “mayores”, pero en este
caso sí estaríamos utilizando una metonimia, que no es el caso con él cuando yo
le oía esta tarde en el video que me envió decir aquello de “somos unos mayores
raritos”, que ya con el “raritos” lo que hacía era nombrar la excepcionalidad
de su condición, la de él y la de todos los otros raros que el mundo ha parido,
entre los que tantos amigos del monte y yo querríamos obtener parecida
condición, condición de este entrañable personaje que después de ejercer de
encuadernador y tapicero toda su vida ha inventado tras la jubilación una nueva
profesión que bien podría denominarse tejedor de sueños, alguien que se jubila
y en el telar de su cabeza inventa día a día un modo de vivir y unos proyectos
capaces de aliviarnos a todos los que vamos a rebufo de su encendida pasión del
peso de los años.
Y ya es cerca del amanecer, un trasnochar que en absoluto cuadra con los hábitos de
Carlos, que si quieres verle te pide que estés en el Sputnik a las siete de la
mañana. Esa razón que tenía una de sus hijas, Sonsoles o Mónica, me parece, que
hablando de la austeridad y los madrugones de su padre decía que su padre
parecía un monje. Así que, se acabo por hoy. Buenas noches.

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