viernes, 29 de noviembre de 2024

Ponga un plátano en su vida. Algo sobre arte.

 

Comediante, obra de Maurizio Cattelany

El Chorrillo, 29 de noviembre de 2024 

De arte hablábamos ayer como tantas veces Paco y yo. Deberían estar prohibidas estas largas conversaciones telefónicas donde faltan los gestos y el brillo de los ojos, la pasión que ponemos en nuestras palabras y que siempre delatan el escondido aprecio que acompaña a nuestras ideas y argumentos. ¿Qué es el arte? Siempre la misma pregunta irresoluta, inconclusa, vaga, indefinida, controvertida o ambigua, una idea que parece tener sentidos diferentes según la época, especialmente después de los impresionistas, según el artista, los críticos o el simple espectador. Su capacidad de evocación, su capacidad de emocionarnos, le decía yo, acaso sea el principal elemento que sustenta nuestra afección por eso que llamamos arte. Nadie tiene el monopolio para excluir o incluir en tal concepto las obras que llenan los museos del mundo, sin embargo sí cabe a cada cual hacer su propia y particular apreciación de lo que el arte sea, o para mejor entendernos, lo que no es arte. En este caso es difícil de entender, por ejemplo, el caso de ese plátano pegado con cinta americana a la pared, obra del artista conceptual italiano Maurizio Cattelany, que días atrás en una subasta ha merecido el precio de 6,2 millones de dólares. Se añade a la obra como parte de la misma el hecho de que el comprador, Justin Sun, ha anunciado su intención de comerse personalmente el plátano como parte de esta experiencia artística (eso si el plátano en tan largo recorrido en el tiempo no está más podrido que todas las cosas). Quizás este hecho, salido de la más febril de las frivolidades, esas que usan los millonarios de tan dudosas fortunas, añada un factor comercial que puede acompañar a tantas obras, que empalagando el paladar y creando corrientes de opinión de dudosa consistencia, intervienen en el concepto del arte moldeando gustos y consiguiendo adeptos allí donde la fatuidad de una sociedad deja a un lado las ideas y gustos propios.

Naturalmente podrán decir aquello que escribiera Novalis, ¿Podemos explicar al sordo lo que es la música? ¿Tan sordos, tan ciegos somos todos aquellos que en una parte considerable del arte moderno vemos una tomadura de pelo? Escribe Argullol que muchas obras de arte, por grandes que se consideren, importan poco, que importa más lo que queda fuera de ellas: la intención, el error, el proyecto, el sueño, aquello que mantiene en vilo el espíritu del hombre. Se trata de una perspectiva a considerar, pero en todo caso sería un intento de redefinir un concepto sancionado por milenios de cultura para ajustarlo a concepciones que el término arte no contemplaba con anterioridad. Se dice que Duchamp cuestiona la naturaleza del arte desafiando la noción tradicional de que una obra artística debía ser algo estéticamente bello. La belleza que está en una tragedia de Sófocles, en el Perro semihundido de Goya, en un cuarteto de cuerda o en la misteriosa sonrisa de la Gioconda parece que no tuviera nada que ver con esa idea que persigue Duchamp. Éste, que redefine al artista  como un seleccionador que otorga significado a los objetos y que desafía las expectativas del público buscando incomodar y desconcertar, pone sobre el tablero la cuestión de qué hace que algo sea arte y quién decide su valor, lo que deja en manos de mediadores y de los azares de la moda un concepto que antes estaba sólidamente asentado en términos tales como la belleza o la búsqueda de emociones internas. “El alma se engrandece, cita Eduardo Martínez de Pisón a Senancour en Obermann, cuando encuentra cosas bellas e imprevistas”. Y más adelante, en La montaña y el arte, recuerda a Friedrich que decía que el pintor debe mirar con el “ojo del espíritu”, pues “el pintor no debe pintar únicamente lo que ve ante él, sino lo que ve en él”. Si el hilo de la emoción que embarga el interior de Friedrich ante aquel conocido paisaje montañoso, logra transferirlo al lienzo, haciendo al espectador cómplice de aquella emoción podremos hablar de arte. Si Friedrich cuelga un botijo del techo de la Capilla Sixtina, algún revolucionario crítico de arte lo podrá considerar una obra maestra, y de rebote hacérselo creer a su audiencia, pero… 

Desde la ignorancia de alguien que aprecia profundamente tantas obras de arte, pero que disiente de que tantas obras modernas puedan calificarse como arte, ese plátano o ese urinario, acaso lo más prudente sería no abrir la boca para que a uno no se le vea el plumero. Sin embargo, como esto no tiene otra pretensión que ser una charla informal entre amigos, pues aquí queda. Quizás en la siguiente reencarnación, si me da tiempo, pueda ponerme más al tanto de cuestiones de arte; quizás entonces pueda argumentar de otro modo. Eva procedió de una costilla de Adán hasta hace siglo y medio. Hemos necesitado ciento cincuenta años de un mayor conocimiento para saber que aquello era un bonito cuento. Quizás los que creemos que muchas llamadas obras de arte moderno son una tomadura de pelo, dentro de unas décadas nos alumbre el Espíritu Santo y podamos poner ese plátano o el urinario de Duchamp en el Louvre junto a la Gioconda. 

De todos modos me quedo con la duda de si habré de aplicarme los versos de Machado que nos hablan de aquellos que desprecian cuanto ignoran.







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