jueves, 28 de noviembre de 2024

“Para ti, Lucía…”. Sobre el dolor.

 



Vuela esta canción para ti, Lucía

El Chorrillo, 28 de noviembre de 2024

Después de una noche en blanco en la que varias veces estuve a punto de levantarme para ir a urgencias, de nuevo me encuentro sentado al sol medianamente repuesto del susto, las consecuencias de una biopsia de próstata que desembocó en el diagnóstico esperado de un cáncer. Repuesto, momentáneamente, y disfrutando de la caricia del sol de la mañana, recuerdo a algunos amigos que ya han pasado por el trance, unos como Julio Armesto cuyas complicaciones prostáticas pasaron a otra parte del cuerpo hasta llevarle a dejar esa vida que tanto amaba (pocas semanas ante del deceso hablaba con él en una cita de escaladores en Guisando y contaba esperanzado de su nuevo retorno a la escalada, su pasión de por vida); otros muchos, la mayoría, que por ahí andan vivitos y coleando celebrando la vida en bosques y montañas. Recuerdo a Lucía, recuerdos que vienen y van entreverados con otros asuntos.

Imposible resistirse a la caricia del sol y a dejar vagar los pensamientos esparcidos como al desgaire por los rincones de la mañana. La noche anterior había dejado hecho el macuto para volver una vez más a alguna cumbre donde seguir abrazando el silencio y las estrellas, una salida desde el puerto de Mijares con la intención de vivaquear en la cima de Risco de Gavilanes o cerro de La Peluca, pero ya a las dos o tres de la madrugada había cambiado de perspectiva, y en donde acaso me tocaría vivaquear era en las salas del hospital si seguía reteniendo la orina. Después de las diez de la mañana mi cuerpo tuvo una tregua y aquí estamos él y yo disfrutando de nuevo del siempre agradecido otoño, fuera los árboles deshaciéndose poco o mucho de su dorada cabellera, esos diferentes ritmos por los que también pasamos los humanos, y dentro de nosotros el bienestar que proporciona este paréntesis.

Recuerdo haber leído en Cioran hace muchos años en El libro de las quimeras, uno de los libros más prolificamente subrayados de mi biblioteca, 24 años tenía el autor cuando lo escribió, algo sobre el dolor y el sufrimiento que me acompaña difusamente desde hace muchos años. Cioran mantenía allí la idea de que sólo el sufrimiento cambia al hombre. “Todas las otras experiencias y fenómenos no consiguen modificar esencialmente el temperamento de nadie ni profundizar en algunas de sus actitudes”. Y añade esta notabilísima sentencia: “Toda la angustia que sigue al sufrimiento mantiene al hombre en una tensión tal que ya no puede ser en lo sucesivo mediocre. La única arma contra la mediocridad es el sufrimiento”. Aunque Cioran no sufrió una enfermedad concreta que marcara sus ideas volcadas en el libro, su insomnio, la angustia existencial y su descontento con la condición humana fueron los motores de su reflexión sobre el sufrimiento que lo llevó a explorar temas tan profundos como el dolor, la mediocridad, y las formas de trascenderlas. Es de sobra conocido el pesimismo de este autor, sin embargo llama la atención el modo en cómo relaciona el dolor, y con ello la tristeza, como tránsito a cierto grado de plenitud, de manera que leyéndolo uno adivina que algo, o mucho, de la fuerza interior del ser proviene de la superación de estados anímicos relacionados con el dolor y la tristeza. Lo que ayuda a ver con otros ojos ese pretendido pesimismo en el que alenta el fragor subterráneo de la vida.

Ahora de tanto en tanto bebo un sorbo de agua y de tanto en tanto, aunque con mucho esfuerzo, logro orinar algo. El alivio, tras una noche de inquietud, se convierte en sedante bienestar. Oigo sonar el timbre que indica que la comida está lista. Una pausa.

Y tras la comida tomo asiento en la biblioteca junto al ventanal sur a donde a esta hora el sol entra bañando la habitación de luz y calor. E inevitablemente me acuerdo de Lucía y sus interminables horas de hospital tantas veces rondando las cercanías del quirófano. Y pienso en el dolor al margen de Cioran y a cualquier otra consideración supuestamente benefactora. Y aunque el otro día le recordaba a Lucía que en ocasiones mientras uno sale del túnel más vale hacer como cuando le pilla un diluvio en sus cacerías a los bosquimanos, es decir, acuclillarse bajo un árbol y esperar a que escampe, entiendo que poco consuelo es para el que está sufriendo el dolor. Le decía en un email que el término compasión tal como lo entendemos hoy no se corresponde bien con su raíz latina que apunta a sufrir junto a otro. Le comentaba allí de Unamuno que cuenta en Del sentimiento trágico de la vida cómo acurrucado en la noche junto a su mujer enferma él sentía a través de ella ese mismo dolor. Hablaba allí del amor y el dolor compartido como elementos esenciales de la condición humana.

Y en este punto creo yo encontrar en este día de sol un puntal más para sentirme parte de los otros, comunión con la gente que quieres, que si bien es un sentimiento que está ahí siempre, se enfatiza cuando uno de tus hijos, tu compañera o un amigo entra en ese círculo del dolor donde nuestra fragilidad como barquichuela anegada por el agua, cristaliza en comunión, cuando nos sentimos acogidos y reconfortados por ese padecer con. El dolor y su acompañante añejo, el acompañamiento de los otros, constituyen en esta tarde de sol un elemento de reflexión que me hace pensar en que dentro de la complejidad del mundo subyace una comunión de afectos, de amor, diría, si esta palabra no hubiera perdido parte de su fuerza en la mediocridad de la reiteración que la usamos para todo, que acaso constituye la parte más noble de nuestra humanidad.

 

 

 


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