El Chorrillo, 9 de noviembre de 2024
Son muchos los asuntos que llaman a la puerta pidiendo,
como quien necesita ir al baño, deshacerse de ellos. Porque algo así sucede, en
el pensamiento se amontonan hechos, circunstancias, ideas, y una de las maneras
de aliviar el tráfico neural que se pueda producir en el ir y venir por las
sinapsis, es usando del aliviadero de la escritura a través de los imbornales
del pensamiento. Otra interpretación menos gráficamente relacionada con
“atender asuntos personales” en el cuarto de baño, es considerar la escritura como
una fuente de luz que te ayuda escrutar en el a veces oscuro barullo del
pensamiento, algún pequeño destello de luz. Son muchos los asuntos, así que obligado me veo a elegir. Ramón y
Cajal a sus ochenta y tres años decía que a él, frente a los que les cuesta
pensar, le sucedía que le era difícil dejar de hacerlo. A mí me sucede algo
parecido con la escritura de este diario.
Primero, un asunto relacionado con la muerte que suscitó ayer
mi lectura de mi admirado escrutador de verdades señor Argullol. Escribía éste
lo siguiente: “La muerte es sólo un
manjar desconocido en el banquete de los sentidos y, antes que éste, el catador
debe experimentar todos los demás”. ¿Realmente podremos llegar a enfrentarnos a
la muerte como si este fuera un manjar para los sentidos? ¿La experiencia más
notable de nuestra vida, el petardo final con el que nos despedimos de ella? Confieso
que me parece una idea sumamente atractiva capaz de suscitar en mí una suerte
de deseo de experimentar ese “manjar”, a “su debido tiempo”… ¡claro!. No es
otra cosa la vida en ocasiones. Enseguida, cuando la leí, sentí el deseo de
mandarle la cita a mi amiga mexicana Julieta, ella persona íntimamente
relacionada con el entorno de la muerte, un asunto al que ha dedicado muchos
años de su vida ayudando a bienmorir a mucha gente y proporcionando
herramientas de consuelo a familiares y amigos que han sufrido muy de cerca un
deceso. Si la vida es un éxtasis, como aseguraba Emerson, ¿no cabría considerar
la muerte como ese último aliento, broche final, ese cincelazo que atribuyen a
Miguel Ángel cuando terminado su Moisés en
un arrebato de emoción golpeó la rodilla de la estatua con su cincel y exclamó Parla! (habla)? ¿Fin del éxito y la
trayectoria de una vida, celebración al cabo de ésta en el momento de la
desaparición ante las puertas de la nada?
Me
atrae con fuerza esta mañana de sol esa idea de Argullol. Transformar la muerte
en ese emocionado cincelazo de Miguel Ángel sobre su obra, con todo lo
indiferente que pueda ser para alguien que no seas tú mismo, puede ser un modo
de llegar al último minuto de tu vida con un estado de ánimo lindante con aquel
de quien habiendo escalado a lo largo de su existencia una monumental pared,
llega finalmente a la cumbre, a la muerte, y con ella a la celebración de su
propia vida, de su propia escalada.
Y
segundo. A veces bastan unas pocas palabras que te encuentras en el camino para
que ello te sugiera la necesidad de reflexionar. ¿Sobre qué? En principio casi
nunca lo sé, necesito empezar a escribir para saber sobre qué voy a escribir
posteriormente. Fue el caso que ayer tropecé con una entrada de Luis GR en
donde aparecían esas seis palabras que encabezan este texto: “El olvidado
asombro de estar vivo”; lo que me invitó a quedar en silencio pensando en ese olvidado
asombro. Uno levanta la vista del libro que está leyendo, mira a su alrededor,
escucha la brisa en las ramas de los árboles, ve volar a un milano real en el
cielo de la mañana, escucha el toctoc del corazón y entonces cierra los ojos y
lo que siente dentro del pecho es el fluir de la vida. Magnífico espectáculo el
que de párpados adentro nos cabe admirar. El asombro de lo que sea la vida, no
ese toc toc que nos dice que estamos vivos y que surte de oxígeno y nutrientes
a todo nuestro cuerpo, todo lo demás, el cielo intensamente azul, nuestra
capacidad de sentir, las pasiones que se arrebolan dentro de nuestro ser, esas
manos, maravillosas herramientas, con las que sostenemos el teléfono, esos ojos
con los que percibimos la belleza del mundo y que emociona a nuestra alma, el
cerebro y su tremenda y eficiente complejidad, nuestra capacidad de amar. Todo
eso que en momentos de especial receptividad nos corre por el alma como fresca
agua de manantial (No me lleves, si muero, al camposanto / a flor de tierra abre mi fosa,
/ junto al riente alboroto divino de alguna pajarera / junto a la encantada
charla de un manantial. Juana de Ibarbouru).
Imaginar esta mañana esas
dos ideas, la muerte como un manjar desconocido, junto al olvidado asombro de
estar vivo, me produce la curiosa sensación de quien observa por primera vez frente
a sus ojos el maridaje de dos ideas contrapuestas, prontas a comenzar un baile
iniciático en mi propio modo de concebir la vida y la muerte en donde éstas
bailan juntas al unísono en el plató de mi pensamiento.
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