El Chorrillo, 16 de noviembre de 2024
El silencio es un buen antídoto contra el blablablá que
corre por los medios en torno a Valencia y sus aledaños. El silencio es un buen
antídoto contra la facundia que necesita hablar y redundante decir sobre algo sobre
lo que mejor valdría guardar discreto silencio. Echo una ojeada a las portadas
de los periódicos de esta mañana y se ahonda en mí esa necesidad de silencio.
Sabemos lo que sabemos, todos o casi todos, pero el circo, los vendedores de
humo y cierta decrépita clase política siguen ocupando el mercado de la
comunicación. Cada vez son menos las esperanzas de que la racionalidad y la
justicia hagan su aparición, aunque sea levemente, por el oscuro horizonte de
nuestros días. Cuando Pandora abrió su famosa caja todos los males escaparon al
mundo, pero logró cerrar la tapa justo a tiempo para atrapar a Elpis en su
interior. Elpis,
Hoy, cuando los ineptos, los ególatras, los codiciosos han
logrado hacerse con el poder, gracias, como siempre a un pueblo que les apoya
(en eso consiste la democracia), cuando como en las riadas de Valencia arrasan cualquier
signo de cordura para hacer del mundo su particular Monopoly en donde todo se
compra y se vende, no sólo las propiedades, también la información, los jueces
o la poca cordura que les pueda quedar a algunos, parece dar la sensación de que
la infamia es la única bandera que se enarbola en los órganos de presión. La
espera de deportaciones masivas de migrantes en Estados Unidos, la continuidad
de la masacre de Israel, la descerebrada y ególatra actuación de la derecha de
nuestro país, la desvergüenza de ese tal Mazón que debería ser encerrado en una
oscura mazmorra, el mundo y su economía en manos de un puñado de individuos
dudosamente cuerdos. Ello, y nosotros de mirones, como todos esos que días pasados
satisfacían su curiosidad mirando ociosos como se demolían los chiringuitos de
Canto Cochino. Somos unos mierdas, me decía el otro día un amigo, uno de esos
amantes de
La cosa no hay por donde cogerla. Los de arriba y los de abajo. Días atrás el amigo Cive me mandaba un vídeo que llevaba el título de Teoría de la escalera, una idea atribuida a Petro, el presidente de Colombia. Te sirves de una escalera para lograr beneficios en la vida y cuando estás arriba tiras la escalera para que la gente como tú no suba. En el vídeo le preguntan a un inmigrante peruano de Nueva York por qué cree él que ganó Trump. Su contestación: porque Trump no dejará pasar a los inmigrantes. Este hombre ahora que está acomodado y que ya subió la escalerita, cuando se sintió cómodo tira la escalera para que no suban otros. De las miserias de esta gente y estos votantes vienen las desgracias que sufrimos. Trump es un resumen de todas las desgracias que podemos encontrar en el mundo, pero Trump no existiría si no existieran tantos inmigrantes asentados que le han votado. Tampoco las desgracias en Valencia habrían sido tantas si los votos de los valencianos hubieran sido dirigidos hacia personas competentes y honestas, y no hacia aquellas que con su blablablá logran engatusar a los ignorantes.
¿Y qué hacer sino guardar silencio? Silencio mientras la
morralla, como ese inmigrante peruano de Nueva York, tenga la capacidad de aupar
al poder a personas indignas y deplorables?
Hoy, a Elpis, arrinconada en la caja de Pandora, le quedan
pocas oportunidades; yace ahí como quien espera a Godot. Samuel Beckett
reflexionó en su obra Esperando a Godot sobre
la inutilidad de la espera, la incertidumbre o incluso sobre la naturaleza
absurda de la existencia. Esa es la situación dramática que vivimos en nuestros
días. Podemos sostener que es imposible vivir sin esperanza, esa tabla de
salvación que como último reducto de supervivencia nos llama la atención en
medio de la oscuridad y el vaivén de las olas, y sin embargo, ¿Elpis? “Quizás
sea éste el cauce principal por el que discurre la existencia”. Escribe
Argullol: “Somos habitantes de la espera, guerreros de la esperanza, y
precisamente por esto hemos acuñado tantas formas de desesperación”.
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