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Imagen generada expresamente para este post por ChatGPT |
Para S, D, J, N y V a modo de disculpa
Quizás
una de las cosas personales que más me molesta de las últimas semanas sea
cierta situación que se produjo en un encuentro de algunos amigos en que a
punto estuvo la reunión de acabar mal. Faltando a las reglas de la cordura, e
incluso de la buena educación, dos personajes de aquella reunión se enzarzaron,
uno en imponer su verdad como si ésta hubiera llegado a él por inspiración
divina, y el otro intentando desmontar semejante despropósito. Ello al punto de
caer ambos no sólo en la falta de respeto a los anfitriones y demás amigos. Uno
porque acaso había bebido demasiado y el otro porque su amor propio le impedía
zanjar la conversación dejando al otro con su verdad, terminaron por hacer de
una comida de amigos un ridículo escenario donde dos sordos parecían liarse a
palos a base de palabras como en el famoso cuadro de Goya.
Para
intentar ver desde la lejanía el ambiente y sentirme todo lo avergonzado que
debería haber estado aquella noche, le he pedido al ChatGTP que me genere una
imagen para el caso y la verdad es que la que me ha devuelto ha hecho
que me sintiera de lo más ridículo. La imagen de más arriba.
Estaba
leyendo a Chejóv, su relato El monje negro, cuando una simple
observación de la esposa del protagonista, que en un momento piensa que su
marido se había hecho poco interesante, hizo que parara la lectura y que
pensara en los hechos de más arriba. Aparte de la grosería que supuso
comportarse de aquella manera, en este caso sobre lo que había recaído mi
atención era precisamente sobre ese “se había hecho poco interesante”. Tan
interesante era Kobrin, su marido, apasionado con el arte, la filosofía, conversador
inteligente y sagaz animador de cualquier tertulia, que ahora a Tanya se le
abría la boca de aburrimiento cuando su marido, encerrado en cierto monotema
que le acuciaba, parecía prescindir de sus interlocutores convirtiendo el
diálogo en un puro monólogo. Recuerdo lejanamente que leyendo a Margaret Atwood
en Juegos de poder, me encontré con un personaje cuya única obsesión
cuando se hizo mayor era tratar con gente interesante. Así los definía él:
conversadores con los que intercambiar ideas y perspectivas diferentes, amigos
apasionados por lo que hacen o piensan los otros, contertulios que han vivido
experiencias notables, gente con curiosidad intelectual, personas con capacidad
para escuchar, gente empática, y sobre todo personas a las que no falte el sentido
del humor y la capacidad para reflexionar sobre temas trascendente o de interés
general. Mucho pedía el amigo, pero sí, me lo puedo imaginar picando de aquí y
allá durante años como quien va a la busca del Vellocino de Oro tratando de
crear relaciones que nutran su inteligencia y su propio pensamiento, pero sobre
todo buscando en la conversación ese sofisticado placer que destilan las
conversaciones alrededor de unas una apetitosa comida regada con algunas copas
de vino. Al menos eso, aspirar a una conversación medianamente inteligente.
Creo
que he mencionado ya en otra ocasión un hecho relacionado con Elías Canetti. El
autor de Masa y poder había recalado por un tiempo en Inglaterra y allí
había trabado amistad con cierto interesante e inteligente conversador. Canetti
menciona que él apenas hablaba, que hubiera sido un desperdicio expresar su
parecer sobre algunos asuntos, ya que de éstos poco podía sacar, era cosa
sabida para él, mientras que escuchar a su amigo además de ser un placer
aprendía montones de cosas. Muestra este comportamiento de Canetti una faceta
que frecuentemente olvidamos enfrascado como estamos en dar nuestra opinión, o
lo que es peor, plantarnos en una reunión con la idea de imponer “nuestra
verdad” a los demás.
Total,
que comprender hasta donde uno hace el gilipollas cuando hace de la
conversación un enfrentamiento destinado a imponer al otro nuestras ideas,
puede llevar tiempo, pero que observado a tiempo acaso nos puede, me puede,
redimir y ayudarnos a no volver a caer en semejante fiasco por más que uno esté
asumido de su verdad o porque al apasionado de turno, sin haber bebido una gota
de vino, le dé por intentar poner las cosas en su sitio en un tono de voz
totalmente improcedente.
Ha sido
necesario que pasara un tiempo desde este encuentro para que al roce de un
relato de Chejóv se me ocurriera reflexionar sobre aquello. La conciencia de
que uno en ocasiones se puede comportar como un auténtico gilipollas, con ser
algo humillante alivia acaso de esa otro posibilidad de llegar a pie de tumba
sin enterarte que puedes haber sido un pelma durante media vida y ni te has
enterado. Algo, pienso, bastante corrientito y propio de nuestra humana
condición.
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