Hospital de Villalba, 4 de noviembre de 2024
Estoy en el hospital (por mi hijo Mario). En el vestuario del quirófano observo a una pareja de ancianos muy mayores los dos. Él y ella hacen un trabajo lento y doloroso para vestirse/vestirle. Él tiene dificultades para ponerse los calcetines; pide una camiseta y ella se levanta, encorvada, pesadamente, saca de la taquilla lo que él le pide. Estoy por ofrecer mi ayuda, pero me retengo. Me conmueven. Ponerse los pantalones es un trabajo ímprobo. Ella se agacha y con gran esfuerzo intenta encajarle los zapatos en los pies. Un rato después les veo salir encorvados y de la mano por la sala de espera.
Me iba anoche a la cama cuando entró un guasap en mi teléfono del amigo Cive. En él un individuo apalea al Presidente de la Nación. Después de aquello tardé mucho en dormirme. Mucho. Estaba nervioso. Esta bazofia que inunda el país me da miedo. Esta bazofia que en el año 36 no toleraba los resultados democráticos de unas elecciones y que llevó al país a una guerra, medio millón de muertos más los asesinatos que perpetrarían después de la guerra. Esta misma bazofia ante la imposibilidad de llegar al poder por los votos, sale de las alcantarillas y vuelve a apestar las tierras de España y, jaleando a la hez del país, peste inmunda, se desparrama por el territorio nacional llevándose tras de sí a ignorantes y mala gente, que como en otros tiempo, tolerados e incluso alentados por… ponga usted aquí a los responsables, están convirtiendo el país en un polvorín a punto de saltar por los aires. Del editorial de El País de hoy: “Vox —un partido con 33 diputados en el Congreso y que cogobierna con el PP en muchos Ayuntamientos— ofrecía ayer asistencia jurídica gratuita a quienes se vio golpear violentamente un coche de la comitiva oficial”. En ABC, algún columnista vomita contra el gobierno. En las calles de Paiporta los neonazis hacen su agosto utilizando el dolor de la población como herramienta arrojadiza contra el gobierno. La prensa amarilla se apunta a la intoxicación informativa y a la mentira para sacar ventaja partidista.
“Me ahogo en este cabañal y me duele España…”, escribía Miguel de Unamuno en el año 1923. Un siglo después la misma España, la de la bazofia de siempre, irrumpe en este desgraciado país, ese país traicionado constantemente (Un pueblo traicionado: España de 1876 a nuestros días. Paul Preston) haciéndonos esperar lo peor en un panorama político–militar a nivel mundial en donde milagroso será que nos libremos de una nueva hecatombe.
Duele la vejez, duelen las enfermedades, nos duele esta España sin aparente solución abocada a vivir década tras década, incluso siglo tras siglo, estrangulada entre las manos de la codicia y la ignorancia.
Mañana en el hospital, siempre la antesala del dolor, un túnel al final del cual anhelamos encontrar la luz y la salud. El dolor como parte inherente a la vida del hombre, dolor de espalda, dolor de parto, dolor del alma, dolor por nuestra sufrida España. Por nada me he sentido nunca eso que llaman patriota. Desde muy joven he sentido que mi patria es el mundo, que las fronteras sobran, que los pocos años de nuestras vidas más valdría vivirlos en paz con los otros y nosotros mismos en lugar de crear reductos de desencuentro y violencia. Sin embargo España es el lugar donde ha transcurrido y transcurre el mayor tiempo de mi vida y quizás por ello el dolor sea mayor. Ese despertar cada día en el ambiente de opresión que generan jueces, políticos, la clase más favorecida del país y muy especialmente la ignorancia generalizada y aborregada de una población jaleada por la prensa amarilla y los partidos sin escrúpulos, es tan doloroso en ocasiones que a uno le entran ganas de vivir en la Luna en uno de esos relatos de Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, marcharse a otro planeta, encerrarse en una cabaña en lo más intrincado de la selva y olvidarse de este mundo en donde los locos superan con creces a los cuerdos.
Estoy en el hospital, ya lo he dicho, mi hijo está en quirófano y si dejo de escribir mi mente se dirigirá a otro dolor. Escribir para aliviar el dolor. Comprender la inutilidad de llamar a la honestidad y a la concordia, de clamar por esa solidaridad que están mostrando miles de valencianos estos días, porque borregos y mala gente son el caldo de cultivo de nuestros males.
Ahora imagino a esa pareja de ancianos camino de su hogar. Ayer leía en Claves sobre la vejez, sobre la degradación que aqueja a los ancianos, la notable disminución de la masa craneana (250 g. de término medio entre los 20 y los 80 años), la arterioesclerosis, la sordera, el despoblamiento neural, el Alzheimer, la pérdida de memoria, la disminución de la noradrenalina, la dopamina o la serotonina, tan importantes para la regulación cerebral… Ley de vida, no más, me decía. Pero aún así, sensibilizado como estaba por el presente que vivimos, ello me dolía más. Hace un rato sentía compasión por esos dos ancianos tras la salida del quirófano (del latín compassio, com (junto) y passio (sufrimiento). Literalmente "sufrir juntos") y lo mismo me sucede esta mañana con nuestro país. Una compasión en donde anida también el temor y miedo.
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