miércoles, 6 de noviembre de 2024

El trabajo de vivir

 

Anciano en pena – Vincent Van Gogh

El Chorrillo, 7 de noviembre de 2024

Hablamos siempre del gozo de vivir o usamos  expresiones similares para enfatizar y dar parabienes a nuestras propias vidas, sin embargo entre tanto gozo y parabién surge en ocasiones el dolor de vivir. Por ahí anda en las redes un amigo estos días dando muestras de ese dolor, que por supuesto quizás sea más corriente de lo que pensamos. En ocasiones un dolor concentrado en la pérdida de un ser querido, un amigo, pero también con frecuencia un dolor ambiguo e ilocalizado que se te agarra al alma y te oprime el corazón.

Esta noche antes de acostarme debería salir fuera y hacer los deberes de mantenimiento que me he impuesto, o mañana por la mañana un rato de hacer lo mismo, sin embargo me falta disposición, no es pereza; me da gusto no tener mañana y los días subsiguientes ninguna obligación que me vaya a impedir hacer lo que me venga en gana  y sin embargo sé que se me hará algo cuesta arriba, que va a ser un trabajo atravesar todas las horas del día sin perder la compostura. Bajos niveles de serotonina, dopamina, noradrenalina o altos niveles de cortisol están relacionados con la regulación emocional, y saber si ellas son la causa o el efecto de nuestro ánimo, aunque sea en parte, no es fácil porque puede haber una causalidad bidireccional dado que cierto desequilibrio químico puede producir estados emocionales depresivos y a su vez ciertas experiencias traumáticas hacer disminuir la serotonina, por ejemplo. En la interacción entre factores biológicos, psicológicos y ambientales es difícil separar la causa del efecto; pero bueno, es un dato que puede aliviarnos cuando no encontramos la causa de nuestro estado emocional. Podemos pensar, bueno, ya están aquí estos indeseables a darme la murga, y entonces dos opciones, una, la que daba aquel tal Osho tan paradójico que consistía en correr un montón de kilómetros, con lo cual ya te has metido un chute en el cuerpo de endorfinas y dopamina y has reducido la ración de cortisol, la hormona del estrés para terminar sentándote al final bajo un árbol a contemplar las nubes, o por el contrario sentarte, arrebujarte junto a tus penas y dejarte ir, sentirte un pobrecito.

Se me ocurre que para solucionar un problema, en la línea de lo que vengo hablando, el conocer la solución no es suficiente para poner en marcha nuestra voluntad para atajarlo. Sabes que deberías dejar de fumar por esta o aquella razón, pero de saberlo a dejar de fumar hay un gran techo. Yo no sé por que leches empecé a escribir sobre este asunto, pero estoy empezando ya a pensar que me lo está inspirando uno de mis en enanitos. En los muchos enanitos que me habitan los hay de muchas clases. Están aquellos que me impelen a madrugar, a tener a raya a la pereza o, por el contrario, los que fuerzan a mi voluntad a hacer lo que yo realmente quiero en lugar de lo que quiere mi desgana o mi pereza; y los hay de signo contrario que velan por mi salud y mi bienestar tanto del cuerpo como del alma. Así que imagino que el enanito que me empuja a escribir esto lo que está pretendiendo es que me ponga las pilas, que me deje de monsergas, que coja el toro por los cuernos y que antes de dormir haga lo que tengo que hacer, subir y bajar por un rato mi escalera de entrenamiento o ponerme los pies de gato y dedicar quince o veinte minutos a subir y bajar por mi fachada-rocódromo. Vamos que si la gente va con su cestito a recoger setas, lo que yo debo hacer para darle la vuelta a mi ánimo es recolectar un puñado de endorfinas.

Vengo notando desde hace tiempo, y no sé si atribuirle la causa a uno de mis enanitos, que existe un ramillete de cuestiones relacionadas con el comportamiento que se las atribuyo a la química del cuerpo, de parecida manera a como hago con ciertos actos que atribuyo a nuestros ancestros nómadas o de otro tipo. De esto último me basta con fijarme en mis manos para deducir que ese dedo gordo de mis manos y su capacidad prensil junto a los otros cuatro, no puede venir más que de aquellos ancestros nuestros que andaban por los árboles. Uno, ya lo he dicho muchas veces, que es un salvaje que lee, piensa que tenemos mucho más de lo que pensamos de nuestros lejanos ancestros, así como que la química de nuestro organismo, altamente inseminada en nosotros por los intereses particulares de la especie, obra en nosotros con una poderosísima fuerza que nos llama a la pervivencia y a la reproducción. Razón por la cual cuando me encuentro con algún interrogante importante sobre el comportamiento general de los humanos, lo primero que hago es buscar su rastro en el ámbito del papel que pudieran tener en la evolución.

Especulaciones y ganas de divertirme no más, pero que a lo tonto y a lo loco mi enanito, el que más me quiere, está utilizando esta necesidad de reflexionar y escribir para que, pasando de la teoría a la práctica, abandone dentro de un rato la comodidad de mi sillón frente al fuego de la chimenea y salga un cuarto de hora fuera a recolectar un puñado de endorfinas con un poco de ejercicio. Y lo más chocante del caso es que no lo hace soplándome al oído ninguna consigna, sino que me obliga a reflexionar escribiendo sobre el asunto. Ladino él que tan bien me conoce y que  ya terminando estas líneas ha logrado que hoy no me vaya a la cama antes de pasar por mi particular gimnasio al aire libre.

 

 

 

 


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