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Anciano en pena – Vincent Van Gogh |
Hablamos
siempre del gozo de vivir o usamos
expresiones similares para enfatizar y dar parabienes a nuestras propias
vidas, sin embargo entre tanto gozo y parabién surge en ocasiones el dolor de vivir.
Por ahí anda en las redes un amigo estos días dando muestras de ese dolor, que
por supuesto quizás sea más corriente de lo que pensamos. En ocasiones un dolor
concentrado en la pérdida de un ser querido, un amigo, pero también con
frecuencia un dolor ambiguo e ilocalizado que se te agarra al alma y te oprime
el corazón.
Esta
noche antes de acostarme debería salir fuera y hacer los deberes de
mantenimiento que me he impuesto, o mañana por la mañana un rato de hacer lo
mismo, sin embargo me falta disposición, no es pereza; me da gusto no tener
mañana y los días subsiguientes ninguna obligación que me vaya a impedir hacer lo
que me venga en gana y sin embargo sé
que se me hará algo cuesta arriba, que va a ser un trabajo atravesar todas las
horas del día sin perder la compostura. Bajos niveles de serotonina, dopamina,
noradrenalina o altos niveles de cortisol están relacionados con la regulación
emocional, y saber si ellas son la causa o el efecto de nuestro ánimo, aunque
sea en parte, no es fácil porque puede haber una causalidad bidireccional dado
que cierto desequilibrio químico puede producir estados emocionales depresivos
y a su vez ciertas experiencias traumáticas hacer disminuir la serotonina, por
ejemplo. En la interacción entre factores biológicos, psicológicos y
ambientales es difícil separar la causa del efecto; pero bueno, es un dato que
puede aliviarnos cuando no encontramos la causa de nuestro estado emocional. Podemos
pensar, bueno, ya están aquí estos indeseables a darme la murga, y entonces dos
opciones, una, la que daba aquel tal Osho tan paradójico que consistía en
correr un montón de kilómetros, con lo cual ya te has metido un chute en el
cuerpo de endorfinas y dopamina y has reducido la ración de cortisol, la
hormona del estrés para terminar sentándote al final bajo un árbol a contemplar
las nubes, o por el contrario sentarte, arrebujarte junto a tus penas y dejarte
ir, sentirte un pobrecito.
Se me
ocurre que para solucionar un problema, en la línea de lo que vengo hablando,
el conocer la solución no es suficiente para poner en marcha nuestra voluntad
para atajarlo. Sabes que deberías dejar de fumar por esta o aquella razón, pero
de saberlo a dejar de fumar hay un gran techo. Yo no sé por que leches empecé a
escribir sobre este asunto, pero estoy empezando ya a pensar que me lo está
inspirando uno de mis en enanitos. En los muchos enanitos que me habitan los
hay de muchas clases. Están aquellos que me impelen a madrugar, a tener a raya
a la pereza o, por el contrario, los que fuerzan a mi voluntad a hacer lo que
yo realmente quiero en lugar de lo que quiere mi desgana o mi pereza; y los hay
de signo contrario que velan por mi salud y mi bienestar tanto del cuerpo como
del alma. Así que imagino que el enanito que me empuja a escribir esto lo que
está pretendiendo es que me ponga las pilas, que me deje de monsergas, que coja
el toro por los cuernos y que antes de dormir haga lo que tengo que hacer,
subir y bajar por un rato mi escalera de entrenamiento o ponerme los pies de
gato y dedicar quince o veinte minutos a subir y bajar por mi
fachada-rocódromo. Vamos que si la gente va con su cestito a recoger setas, lo
que yo debo hacer para darle la vuelta a mi ánimo es recolectar un puñado de
endorfinas.
Vengo
notando desde hace tiempo, y no sé si atribuirle la causa a uno de mis
enanitos, que existe un ramillete de cuestiones relacionadas con el
comportamiento que se las atribuyo a la química del cuerpo, de parecida manera
a como hago con ciertos actos que atribuyo a nuestros ancestros nómadas o de otro
tipo. De esto último me basta con fijarme en mis manos para deducir que ese
dedo gordo de mis manos y su capacidad prensil junto a los otros cuatro, no
puede venir más que de aquellos ancestros nuestros que andaban por los árboles.
Uno, ya lo he dicho muchas veces, que es un salvaje que lee, piensa que tenemos
mucho más de lo que pensamos de nuestros lejanos ancestros, así como que la
química de nuestro organismo, altamente inseminada en nosotros por los
intereses particulares de la especie, obra en nosotros con una poderosísima
fuerza que nos llama a la pervivencia y a la reproducción. Razón por la cual
cuando me encuentro con algún interrogante importante sobre el comportamiento
general de los humanos, lo primero que hago es buscar su rastro en el ámbito
del papel que pudieran tener en la evolución.
Especulaciones
y ganas de divertirme no más, pero que a lo tonto y a lo loco mi enanito, el
que más me quiere, está utilizando esta necesidad de reflexionar y escribir
para que, pasando de la teoría a la práctica, abandone dentro de un rato la
comodidad de mi sillón frente al fuego de la chimenea y salga un cuarto de hora
fuera a recolectar un puñado de endorfinas con un poco de ejercicio. Y lo más
chocante del caso es que no lo hace soplándome al oído ninguna consigna, sino
que me obliga a reflexionar escribiendo sobre el asunto. Ladino él que tan bien
me conoce y que ya terminando estas
líneas ha logrado que hoy no me vaya a la cama antes de pasar por mi particular
gimnasio al aire libre.
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