El
Chorrillo, 12 de agosto de 2024
Para
qué coño haría Dios el verano, estos veranos de fuego que dicen algunos que es
cosa del calentamiento global, pero que yo creo que fue hecho para hacer la
puñeta al personal, que eso pretendió desde el primer día Aquel que nos
quería sujetos y obedientes, melosos como chupatintas haciéndole la gracia de
su servilismo al gordinflón de su jefe. Porque ya puestos a tener al personal
contento, como padre a sus amantísimos hijos, bien podría haber fabricado
veranos apacibles de esos de pasear al frescor de la tarde, veranos de brisas y
vientos con los que atemperar la canícula pretenciosa de un sol despiadado
dispuesto a hacer hervir los sesos de los sapiens.
Y es
que ese Dios, al menos el que algunos llamados cristianos se sacaron de la
manga como otros sacan conejos de sus chisteras, la verdad es que si merece
calificativo relevante alguno es el de chapucero y fantasioso. Esta tarde, por
ejemplo, cuando estábamos merendando, al tomar una pequeña pasta, introducirla
en el té y posarla sobre mi lengua me acordé de ese curioso invento, el de que
a algunos se les ocurriera imaginar en una pequeña oblea el cuerpo del Hijo de
Dios, un asunto probablemente relacionado con el canibalismo ancestral de
algunas culturas como la azteca o los papúes de Nueva Guinea que creían, grosso
modo, que consumir la carne de sus enemigos era una manera de adquirir su
fuerza y coraje. Por aquí empezaron mis devaneos “teológicos”, esta tarde incentivados por demás por un pequeño yuyo que me dio trabajando a pleno sol con una máquina que venía a convertir casi en
serrín todos los restos vegetales y ramas que se habían amontonado en la
parcela.
Y es
que esto de los dioses en pleno siglo XXI cada vez me parece más cosa de niños
que nunca. Porque vamos a ver, si los dioses nos regalan de continuo montones
de guerras, permiten tanta miserias en el mundo, etcétera etcétera, y además
nos obsequian con este calorazo que te obliga a estar todo el día bajo el ventilador,
pues ya me dirán para qué coño sirven los dioses como no sea para que curas,
obispos y papas amontonen en el registro de la propiedad ingentes cantidades de bienes,
para que el representante del Hijo de un humilde carpintero nacido según la
tradición un 24 de diciembre se rodee de la parafernalia del Vaticano. Cosa de
niños, o para niños, que comprensible pudo ser en otras épocas en donde las
brujas sobrevolaban sobre los tejados de las ciudades o los adeptos que querían
ganarse el cielo en la otra vida podían comprar, como quien adquiere un chalet
para la otra vida, los privilegios de ir al cielo directamente mediante el pago
de unas cantidades sustanciales de dinero, las llamadas indulgencias. Negocio
redondo que
Creencias,
cosas de niños, con las que un buen puñado de listillos instrumentalizaron la
idea de un dios a la medida de sus ambiciones y que no sólo crearon a un dios
ególatra sino que además le dotaron de una inutilidad inusual, porque si al menos
ese dios nos hubiera traído veranos fresquitos y agradables, pues bueno, algo
era algo, aunque por el camino las religiones se hayan dejado millones y
millones de muertes... (pelillos a la mar… dirán algunos).
Todas
ellas religiones del amor y la concordia... y de la pasta y el poder: que se
sepa, como diría cierto amigo.
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