domingo, 21 de julio de 2024

Dislates




Cercanías de Castejón de Sos, 21 de julio de 2024

He hecho la colada en el río, ha llegado Ignacio Aldea, un fuerte abrazo para este amigo de la primera juventud, hemos comido a la sombra de grandes abetos, hemos recordado viejas correrías juntos por las montañas, nos hemos despedido tras una larga y amigable charla y seguidamente he cogido unas pocas cosas, una almohada y me ido allá donde más sombra y más bonito estaba el prado. Extiendo una sábana y me preparo para leer o sestear un rato, lo que venga, cuando de repente mi olfato detecta un olor a mierda que echa para atrás. Recojo todo de nuevo y busco otro lugar para tumbarme. Por los alrededores apenas hay nadie, así que más arriba, cuando he dejado atrás el tufo, vuelvo a extender la sábana. Pese aunque es un lugar algo concurrido en ocasiones hay un magnífico silencio. Llevo cinco minutos leyendo cuando oigo pisadas cerca de donde estoy, el lugar ofrece posibilidades para que acampe un ejército y ni unos ni otros tengan la oportunidad de oír la conversación del vecino. Transcurren unos minutos, miro de reojo y compruebo que han desplegado a mi lado sus sillas y su mesa; un niño berrea y la mamá le corresponde a gritos de mala manera. E inmediatamente el teléfono se pone en marcha con algún programa o post que va hacer las delicias de la familia, tan alto de volumen que todos los sentados en la pradera lo pueden escuchar. Total, cierro el libro, recojo y me marcho doscientos metros más allá.

¿La mierda? Hay kilómetros de bosque alrededor lejos de este espacio dedicado a pasar un raro en familia o con los amigos, pero no, alguien se baja los pantalones o las bragas y allí mismo, como sí lo hiciera en medio de la Puerta del Sol deposita su óbolo a las narices de todos los que usan el lugar para disfrutar un día de campo. Los otros… existen unos dispositivos que se ponen en el interior de las orejas que impiden que el vecino sufra tu capricho de escuchar esto, lo otro o la retransmisión de un partido de fútbol, pero ¡ah, amigo!, la enorme diversidad de los especímenes humanos es tan grande, diversa y curiosa que…

Los seres humanos somos unos bichos realmente raros, aunque sería mejor decir algunos seres humanos. Esta mañana, aquí al fresco bajo unos pinos en las cercanías de Castejón de Sos, se me ocurre que si todos los seres humanos estuviéramos imbuidos de eso que llamamos sentido común, un sentido que tuviera en cuenta nuestra relación con los otros, que podamos o no molestar a alguien, que ensuciemos o no los espacios comunes; que tuviera en cuenta que acumular dinero o lo que sea por encima de nuestras necesidades puede ser una necedad; que tuviera en cuenta que lo más importante en la vida es tener tiempo libre para hacer lo que te salga de las pelotas; que hacer sufrir a otros es una perversidad; que aprovecharse de otros para lucrarse es más de lo mismo; que ser es más provechoso que tener… Si estuviéramos imbuidos de un sano sentido común, otro gallo cantaría.

Quizás el tránsito entre la soledad y la inmersión en el mundo de los otros, que me traigo desde que he salido de Madrid, agudice mi percepción de esto que es la humana condición y me haga enfatizar lo ridículos y estúpidos que son algunos de nuestros comportamientos humanoides. Tengo frecuentemente la impresión de que hay tanta gente que no se entera de casi nada, que por fuerza lo que me vengo a preguntar es si no seré yo el raro, yo y toda esa gente que a lo largo de la historia se pregunta frecuentemente por los porqués de lo que hacemos o dejamos de hacer. Siento por ejemplo que el deseo de riqueza por encima de nuestras necesidades, es propio de gente enferma; o que quien deja una mierda en medio de un lugar de uso público es un gilipollas redomado; o que la tal Ayuso es una pobre criatura, tan pobre criatura como los que la aplauden.

El problema de distinguir entre lo auténtico y lo falso, distinguir entre los valores auténticos y aquellos espurios, entre la maldad y la bondad; la circunstancia de saber que vivimos unos pocos años, una chispa en el universo; la constatación de que la ternura, el amor, la amistad, la buena relación con los demás son alimento de nuestro bienestar; la certeza de que la disposición al consumo indiscriminado es estéril; la constatación de que la paz con uno mismo y con los demás proviene de una cuidada salud mental… En fin, todas cuestiones, que para alguien ocioso como un servidor sentado a la sombra, y pensando que mañana al fin cumple esos 76 años que vengo diciendo últimamente que tengo, todas cuestiones tan de sentido común, tan de sentido común que, y debe de ser la edad, que cuando observo a mi alrededor tantos dislates, la farmacéutica que me cobra por el colágeno, Epaplus, 25 euros y descubro después que puedo obtenerlo por 13; una farmacia que me pide por la infiltración del ácido hialurónico de la rodilla 500 euros, infiltración que después obtengo por 125 euros; un ayuntamiento de un pequeño pueblo, el mío, que gasta un gentes cantidades de dinero en bobadas o que tala árboles de muchos años en una calle para hacer un solitario carril bici que nadie usa. Dislates de andar por casa, que si nos vamos al país, la política, la economía, la Iglesia… pues eso, y que muestra por una parte una estupidez generalizada condimentada con fuertes ingredientes como la codicia, el deseo de poder, la inconsciencia o el no querer enterarse mínimamente de qué pueda ir esto de nacer, estar aquí un rato y adiós santas pascuas, se acabó.


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