El Chorrillo, 5 de junio de 2024
Pues sí, que estaba yo descansando después de una mañana de curro haciendo leña de grandes ramas que el viento había tirado, cuando sonó el teléfono. Inconfundible la voz rotunda y decidida que de repente me decía, si no has comido tómate un café y sal pitando para Alarilla, Alarilla. Así, por las buenas, ¿y dónde está eso, en qué parte de España? Porque obviamente así de primeras no le pregunté, que siendo la llamada de Toti podía ser cualquier aventura, escalar una pared en el Gran Capitán, ascender el Ruvenzori, o yo qué sé. A volar, tío, a volar, concretó al fin. Pitando tuve que salir para engullir un poco de comida y teclear en el teléfono una dirección totalmente desconocida para mí, Alarilla, me había dicho,.
Se lo decía después a Uge, alias El Brujo, y a Loren, ni de coña hubiera imaginado yo esta marcha que se me está metiendo en el cuerpo hace tres años cuando encontrándome con Toti y José Manuel estos me invitaron a escalar una pared en Panticosa, cosa que yo tenía proyectado hacer en la siguiente reencarnación, y menos volar, que cuando Toti me lo propuso en Pirineos a mí me parecía una barbaridad. Era una época en que yo hacía colección de vivacs en cumbres del Pirineo y consideraba que ese era mi techo de dificultad, y eso si mis piernas se portaban medianamente bien. Desde entonces ha llovido tanto y tan copioso que la lluvia me ha debido lavar el cerebro al punto que ni soñando entonces hubiera imaginado meterme en los líos en que me estoy empezando a meter gracias a algunos amigos, unos por su ejemplo, porque habiendo venido al mundo una década antes que yo viéndoles se me ha alegrado el corazón al punto de venir a creerme del todo eso de que todavía se puede, frase mágica que se ha enquistado en mi cerebro y me hace creer que sí, que todavía se pueden cumplir muchos más sueños de los que yo habría imaginado; unos por su ejemplo, decía, y otros, como es el caso de Toti, José Manuel Vinches y Pedro Mateo, porque han terminado metiéndome el veneno en el cuerpo de un modo tal de sentirme con un buen puñado de años menos.
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Original de Uge |
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Original de Uge |
Pues es verdad, que seguro que ni soñando me hubiera imaginando escalando o volando hace no más allá de medio año, que lo que sucede es que sonando mi teléfono y oyendo la voz entusiasta e imperativa de Toti invitándome a escalar o a volar, imposible andarse con remilgos. Así que unos minutos después de sonar el teléfono, por 50 andaba disparado camino de Alarilla. Y no es que me esperara sólo una nueva experiencia sino que también estaban allí en el Cerro de mis admirados Uge y Loren, la flor y nata de la mejor tradición pedricera, un mundo de leyendas, El reino de Loremba, que merecería un lugar junto a Tolkien con que glosar ese mundo mágico de nuestra sierra.
Al grano. Que no las tenía yo todas conmigo, que viendo a Loren que ya andaba por las alturas cuando llegué, todavía no me imaginaba yo en semejante aventura. La duda: viento irregular, pero sobre todo una cierta cosa en el estómago, pero, como diría ese amigo mío que sabe latín, alea jacta est, la suerte estaba echada. La verdad es que estaba deseando estar allá por los aires. Los preparativos, la vela desplegada sobre el suelo, Toti disponiendo todos mis herrajes, y mientras lo hacía dándome una lección magistral sobre vientos, térmicas, montones de asuntos técnicos que para asimilarlos habría necesitado algunos cursos en la universidad. Haz esto, haz lo otro y Uge y Loren agarrándome del correaje para coger impulso y precipitarnos en el vacío. ¡Madre, el primer segundo!, ese en que ya empiezas a no tener tierra en donde pisar, y que eso se hundía y que… (que cerré los ojos, decía Uge). Pero nada, dos, tres segundos más y ya estaba confortablemente sentado… ¡¡¡VOLANDO!!! Ni vacío de estómago, ni susto nada, tan disfrutando de ese momento en que me había convertido repentinamente en águila, en uno de esos buitres que tantas veces he admirado tumbado en un prado en , que saqué el teléfono y empecé a graba entusiasmado… Eso creía, que con el entusiasmo me equivoqué de botón y sólo resultó una imagen por donde asomaba mi cabezón y un trozo de la cabeza de Toti. Lástima.
Volamos, el piloto hizo que la vela describiera algunas cabriolas en el aire, me sentí ave, cóndor, petrel, halcón. Abajo corría culebreando un canal; el campo, tostado con colores de cierta paleta de Van Gogh, la línea del horizonte oscilando para arriba y para abajo como si a le hubiera dado un mareo… Pero sobre todo esa seguridad que venía de Toti, de su estar como quien se encuentra tomando un sorbo de cerveza mientras disfruta de la suavidad de la brisa y que me contagiaba.
Sin embargo sí, la brisa era tan suave que fue imposible remontar, y poco a poco no hubo más remedio que resignarse y disponerse a aterrizar. Alcé las piernas como indicaba el jefe y allá fuimos a dar con el trasero sobre el florido campo de las manzanillas.
Una experiencia de esas que no se olvidan, como no olvidaré esos largos en Patones de hace unas semanas. Gracias, Toti, gracias, Uge y Loren por vuestra paciencia con este septuagenario novato aspirante a seguir experimentando ese pedazo de vida que susurra en mi inconsciente que todavía se puede.
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