jueves, 6 de junio de 2024

Amistades "peligrosamente locas"

 


El Chorrillo, 6 de junio de 2024

¿Qué será esa muy ligera inquietud que asoma por dentro cuando mano sobre mano observo a los pájaros en el comedero frente a mi ventana? ¿La vida? ¿El verano que se aproxima? ¿La próxima salida a Galayos? En éstas me encontraba yo cuando entró una llamada que venía de Zaragoza y que me invitaba a cierto paseo por los aires. Así que se me cortó la leche y la idea quedó flotando sobre el limbo en las tripas del teléfono. Pero inútil saber ahora por donde iban los tiros, que con el trajín del vuelo, las cervezas y la caravana que pillé en la A-2, se me fue el santo al cielo. Así que a otra cosa.

Por ejemplo eso que voy conociendo aquí y allá de amigos que, o saliendo de la niebla de la memoria del pasado o brotando sin más de las fértiles tierras de las redes sociales, vienen a instalarse en tu vida, mejor sería decir injertarla, envueltos en cierto aire de pasiones compartidas. Así, a propósito del balanceo del parapente sobre el paisaje agrario bajo La Muela, me encuentro con otras ignoradas experiencias, sin más con las que narraba hoy en un comentario Guillermo Mateo, al que sentado a mi izquierda en una de las comidas que tuvimos en casa escuchaba discretamente como quien ha aterrizado en un mundo que acaso no era el suyo y que ahora cuando me cuenta sus saltos en el Gallinero o en otros lugares del Pirineo, se me rebela como parte de una sustancia nueva para mí, aunque deseada de siempre. ¿Sabes?, le decía esta mañana, me produce un especial placer a estas altura saber que dentro del cuerpo de los amigos que voy  conociendo germinaron tantas aventuras e inquietudes. Es como sentir las vidas de los otros  injertadas de alguna manera en las ramificaciones del propio yo. Eso o algo parecido, que no siempre uno es capaz de expresar lo que siente.

Uge hacía en Instagram recientemente una digresión que algo rozaba esta idea. Él hablaba de las edades del Brujo, él mismo en persona, “de una treintena de años pegado como una lagartija a la roca”, años de conocer gentes de todo tipo y de forjar valiosas amistades, los verdaderos pilares indispensables en el tránsito… tránsito, imagino, por la vida.

Más abajo escribía el Brujo su haiku para la ocasión: “Uno nace, anda, trepa, toca el cielo y vuelve a la Tierra”. Sin embargo en medio de ese contexto existencial ahí estaban también los indispensables pilares del tránsito encontrados aquí y allá arriba y abajo de trepar por los riscos, esos otros que nos acompañan en la vida y que encontramos en nuestro camino.  Está la vida y están los otros como están las tapias y otros muchos aderezos  para, en el sudor de la ascensión, tonteando y jugando con los asuntos que ella trae camino de la Tierra donde todo cuento termina, ese sendero que termina entre en perejil, poder al menos llegar allá satisfecho y bien acompañado.

A mí de niño siempre me llamaba la atención cuando mi madre agujas de calceta en mano aquí hacía una manga, allá una pechera, más tarde la espalda para al final terminar ensamblando todo aquello en lo que sería más tarde un jersey. Escribiendo al ritmo de la ventolera que me viene de aquí y de allá, a mí en ocasiones me cuesta trabajo ensamblar lo que escribo, eso si no tomo el rábano por las hojas o me voy por los Cerros de Úbeda, en cuyo caso  manga por hombro puede quedar la cosa. Pues eso…

Aunque no lo parezca el tema en definitiva viene a ser el mismo, o parecido, de eso que días atrás, creo, daba en llamar “los otros”. “Los otros”, un asunto que viniendo de quien exprime  la soledad como uno de los bienes más preciados, puede sonar poco coherente, un mal no muy grave dada la facilidad con la que la incoherencia asoma las orejas en cada hijo de vecino. Si la prueba irrefutable de la existencia de Dios es la existencia de la cerveza, con parecida razón podría decirse que la esencia de la otredad se destila en el alambique de la soledad; la otredad entendida como aquellos que no son uno pero que lo complementa.

Loren, que esta tarde hablaba de los granuja del manicomio con los que ayer tarde había compartido los aderezos de un vuelo en parapente, decía que ello le daba alas para sentirse insultantemente más joven que cualquiera con cuarenta tacos. Si te rodeas de niños y niñas revoltosos, añadía, os aseguro que ellos son el elixir de la eterna juventud. Pues no es por nada, contestaba yo a continuación, pero a partir de ahora si sigo encontrándome con colegas como vosotros, voy a tener que celebrar mis cumpleaños en sentido descendentes porque cada vez voy a ser más joven. Anteayer tenía cerca de 76 y después de lo de la Muela debo de andar más o menos por los 67. Vamos, que si continúo así, y con la venía de Toti, los Brujos y otras buenas hierbas   amantes de la birra, en un par de años me plantó en los 25. Palabra que sí, que si Loren se siente insultantemente más joven que cualquiera de cuarenta, de seguir con las buenas compañías que uno se trae últimamente, dentro de poco entramos en la adolescencia; o en la niñez, ese reducto de plenitud que añoramos durante media vida.

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario