martes, 11 de junio de 2024

Paseando al perro a la orilla del Tormes

 


El Chorrillo, 11 de junio de 2024

El amigo Keemiyo diría que el tiempo no existe, que es sólo un invento como ese de los dioses; otro amigo, Antonio Montes, sugería esta mañana en su muro que la vida es un escaparate, lo que a su vez podría hacer pensar que vivimos en un juego de espejos donde la realidad es una quimera de reflejos en la que la tentación de vivir para los otros, ese escaparate, nos puede alejar de esa mejor posibilidad de vivir para nosotros. El tiempo, la vida, que podría ser usufructo del sujeto se convierte así en un ser para los otros.

Por otra parte el amigo X me da los buenos días con el siguiente mensaje: “Me pregunta una amiga. ¿Qué tal has llegado a casa?, y le contesto que bien, pero cansado. Te lo digo de otra manera. Ahora me detengo, no hago nada, nada sucede, no pienso en nada, escucho el transcurrir del tiempo, el transcurrir de la vida. Esto es el tiempo. Esto es nuestra existencia. Su furia nos lleva, nos lanza como una flecha hacia la vida, y luego nos arrastra hacia la nada. Nuestro  ser, es ser en el tiempo. Su aliento nos da vida, nos mete en el mundo, nos turba nos asusta y nos adormece. El universo desgrana su devenir arrastrado por el tiempo ¿es esto el orden del tiempo, es esto la vida?”

Yo no sabría qué decir a todo esto así, a simple vista, sin embargo son conceptos y sensaciones que me llegan muy dentro. Especular sobre lo que es el tiempo sin tener idea de física o habiendo leído sucintamente sobre lo que otros muchos entienden por el tiempo, me deja siempre en la embarazosa situación de querer entender pero sin que a uno le venga nada aceptable con lo que dar el gusto a la razón, esa quisquillosa criatura que a todo le quiere buscar razón de ser, explicación, sin conseguirlo en absoluto cuando de asuntos realmente importantes se trata. Quizás la respuesta más útil a qué es el tiempo la dé Hemingway cuando dice que para él el tiempo es el río donde pesca. Y quizás no sea muy descabellada la respuesta si consideramos que vida y tiempo son dos conceptos que parecen ir, al menos para el sujeto que mira su existir, de la mano. A los físicos esto del tiempo les da para profundos estudios, pero quizás no sea ese el tiempo sobre el que comentaba X, que más bien, por sus líneas, parece considerarlo sinónimo de vida; tampoco para mí, que más que interesado por la física lo estoy por el sentido que pueda tener el tiempo en mi vida, el modo en cómo éste puede o no influir en ella.  Dice X: no hago nada, nada sucede, no pienso en nada, escucho el transcurrir del tiempo, el transcurrir de la vida. Esto es el tiempo. Y leyéndole me parece recordar lejanos conceptos del budismo cuando resalta la importancia del momento presente y la práctica de la atención plena (mindfulness).

X había salido a dar un paseo junto al Tormes con su perro y parece que, caminando, encontró retazos de comprensión que se nos resisten en un estado corriente de conciencia. No obstante en el mejor de los casos siempre son atisbos de comprensión. Hemingway elude hablarnos del tiempo y se sale por la tangente con eso del río, que es un modo de decirnos déjese usted de monsergas y vayamos a lo que nos interesa, a lo que hacemos, al vivir, que eso de que nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar que es el morir, de puro obvio ni siquiera merece la pena considerarlo.

Dos consideraciones. Una, que lo que cuenta son los peces que pescas, la diversión que te proporciona, las pasiones que puede suscitar la existencia, los sueños que vas cumpliendo y el acercamiento a la comprensión de lo que esa existencia sea. Y dos, la conciencia de lo que estás viviendo. En este último caso no sería tanto el hacer, el pescar, como ser consciente de lo que estás haciendo, la profundidad con la que te inmersas en cualquier acción, esa atención plena que además de ser atención en lo que estás haciendo es también inmersión en el presente, en lo que te rodea.

Días atrás, en la Galayada, charlando con Capri y Noelia, el primero hablaba de ese estado de un modo gráfico envidiable. Describía el estado de conciencia en que entraba cuando hacía escalada integral, escalar sin cuerda, sin arnés, sin ningún tipo de seguro, como un estado de conciencia superior en donde tanto se aunaba una atención plena, una atención en la escalada, en cada mínimo movimiento, en este caso una atención de la que dependía la propia vida; un estado mental por otra parte al que se unía la conciencia de la propia fuerza, del propio ser, una percepción esta última que evidentemente surgía de ese desafío que uno emprende consigo mismo en los límites de la incertidumbre y las propias capacidades… De lo que puede resultar, evidentemente, un estado de plenitud sólo al alcance de unos pocos elegidos. Y es que oyendo a Capri recordaba un clip de Instagram que había visto días atrás en el que un usuario recreaba algunos estados de ánimo de Alex Hannold cuando escalaba Sendero Luminoso. Hablaba en él de la alegría y la plenitud que mostraba Hannold en medio de aquel terrible vacío que se abría a sus pies.

Volviendo al principio y siguiendo la experiencia de X podríamos decir que en puridad sólo existe el presente, ese instante de la existencia en el que él escuchaba en su paseo el transcurrir de la vida y del tiempo. Hay un fue o podrá haber un será pero en realidad lo único que tenemos entre las manos es el momento presente, ese que narraba días atrás Capri de su solo integral de varias horas por las cresterías de los Galayos y que terminaba en la cumbre del Torreón donde unos amigos le esperaban para rapelar.

De todos modos, sea lo que sea el tiempo lo que es claro es que la conciencia de estar viviendo, ese escurridizo presente del que a veces no nos enteramos, bien merece nuestra plena atención, estemos paseando al perro, escalando o como decía un monje budista: yo cuando como, como.

 


 


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