El Chorrillo, 31 de mayo de 2024
Bajaba en plena solanera del collado de y en algún momento mi vista tropezó con El Hueso, ese perfecto costillar arrancado en tiempos remotos al cuerpo de algún animal más allá de la prehistoria. Me quedé pensando en la antigüedad de todo ese farallón que se yergue a la derecha de las Buitreras. siempre me hace pensar en los millones de años que ha necesitado este maravilloso entorno para confirmarse, lluvias, vientos, calor, fríos, allá aislado en la sideral soledad, sin buitres que los sobrevolasen, sin ojos que contemplasen la magnífica belleza que el tiempo y los elementos iban esculpiendo sobre aquellas laderas desiertas, sin las jaras ni las gayubas que humanizasen sus laderas. Desierto pétreo y sin vida durante millones y millones de años hasta que una tímida vegetación empezara a cubrir con su pelaje verde los pies de , la cola del Pájaro, el intrincado rincón del Callejón de las Abejas o los alrededores de las Torres y Tres Cestos. Millones de años de soledad hasta que vinieran los buitres a poblar sus cumbres, las oquedades de Cancho Buitrón o las Milaneras.
En estos pensamientos andaba entretenido cuando frente a mis ojos apareció el monolito del Tolmo. Me detuve frente a él, saqué la cámara e hice una toma. Volvieron a pasar por mi imaginación los millones de años que necesitó esta enorme roca para dar forma a ese techo que medio siglo atrás nos servía para dar nuestros primeros pasos en el manejo de la cuerda y los estribos. Quizás se me esbozó una sonrisa pensando en la duración de nuestras vidas o en aquello que algunos dicen que cuando nos morimos seguimos existiendo en tanto alguien nos recuerde. Quimeras para consuelo de nuestro deseo de permanencia. Cuando el tiempo de algo se mide por millones de años, ¿dónde queda la fatua esperanza de que alguien nos recuerde? ¡Qué curiosas expectativas tenemos los sapiens…! Y qué simpáticas tonterías nos inventamos desde nuestra ínfima pequeñez: dioses, esperanzas de sobrevivir a la muerte, reencarnaciones… tántas simpáticas invenciones que nutren la falta de humildad. El nacimiento de la razón en los primeros homínidos ya les hizo perder el norte al pretender encapsular la realidad a la medida de sus deseos y aspiraciones.
Pero bueno, eso es otro cuento. Existen dos clases de tiempos, el tiempo A, el que nuestra imaginación y la durabilidad de nuestras vidas elabora de consuno con sus semejantes para consumo propio, ese tiempo que creemos eterno cuando somos jóvenes y que se vuelve con fecha de caducidad cuando nos hacemos mayores, y el otro, el tiempo B, el tiempo real en el que no somos otra cosa que "una chispa entre dos abismos" (Théodore Monod). Y así, absorbidos por los estímulos y el trajín diario vivimos tan envueltos en el líquido amniótico de nuestra propia experiencia que olvidamos el tiempo real, nuestra insignificancia en el tiempo y en el espacio, nuestro ser nada en la inmensidad de los millones y millones de años, en la infinitud del espacio de que estamos rodeados.
¿Quién diría que bajando del collado de , frente al Tolmo, a uno se le pudieran ocurrir semejantes dislates? Pues sí, y no sólo eso, que como había faltado al bocata de calamares que reunía ayer a los amigos del club Galayos, esta mañana el amigo Juan Talavera me mandaba unas fotos de medio siglo atrás de cuando todos hacíamos nuestras primeras armas en Gredos o Galayos. Lo que me sugería no más otra nueva reflexión sobre ese tiempo que más arriba he llamado A. Es el tiempo de la nostalgia, del recuerdo, de cuando los amigos del monte nos reunimos y recordamos interminablemente nuestros años jóvenes y nuestras pasiones más queridas. Como este blog lo suele leer algún que otro aficionado al monte, voy a incluir aquí el recuerdo que hacía Juan de tiempos ha y que acompañaba a algunas fotos que también incluyo más abajo: “Hola Alberto, en las imágenes observa los neveros que había en la primera semana de agosto, otra el refugio de Arenas del Prado los Pelaos, también un puente natural que había en el Cuchillar de las Navajas (se derrumbó dos años después), otra el grupo en el Nogal del Barranco, yo con mi "mantagomez" subiendo la apretura, ahí nos cruzamos con Vicente Malagón con sus hijas (niñas), las lleva encordadas...”
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Originales de Juan Talavera. Gracias, Juan. |
Justo es que midamos el tiempo de acuerdo con la largura de nuestras vidas, que recordemos, que añoremos o que cantemos aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor, que se decía, creo, en La verbena de , pero sin olvidar por ello la realidad de ese tiempo sideral, el tiempo de esos trescientos millones de años que lleva la existencia de nuestro Guadarrama, y con ello nuestra absoluta pequeñez, la absoluta realidad de nuestras pequeñas vidas. Un pensamiento fértil que pone en contexto naturalmente tantas aspiraciones que debidamente ponderadas nos ayudarían a llevar una vida sencilla y probablemente más empática con los otros seres junto a los que nos ha tocado vivir.
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Mayo de 1969. Mis primeros pinitos en el Tolmo |
Y en fin, que dejé el Tolmo atrás, que hacía demasiado calor para seguir allá a pleno sol elucubrando sobre el tiempo, y al modo de los recuerdos de Juan Talavera mi memoria me trajo un puñado de momentos de cuando los primeros años vivaqueábamos bajo el techo del Tolmo, un lugar de encuentro habitual cada noche del sábado donde bajo las estrellas charlábamos, cantábamos, se narraban historias, se contaban chistes o se hacían proyectos para escalar al día siguiente alguno de los riscos de los alrededores, , , el Pájaro, las Buitreras o la más lejana Pared de Santillana.
Para más abundancia de reflexiones, lo mismo mañana, que tenemos unos amigos del monte a comer en casa, Keemiyo, que tiene un concepto muy especial del tiempo, afirma, creo recordar, que el tiempo no existe; lo mismo, digo, puedo ampliar después ese concepto bajo cuyo signo todo el mundo vivimos, incluida mi amantísima esposa que frecuentemente tiene algún litigio con el tiempo.
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