viernes, 24 de mayo de 2024

Los otros

 


El Chorrillo, 24 de mayo de 2024

Cuando era veinteañero recuerdo que me encantaban las mujeres embarazadas, veía en ellas una belleza muy especial mezcla de perfección y ternura. Cada vez que salía a la calle siempre me encontraba a la vuelta de cualquier esquina con alguna. Últimamente me sucede algo parecido con “los otros”, esa clase de otros con los que congenias y cuya presencia o relación es un sedante para el alma. Esta mañana sin más me desperté y, haraganeando en la cama me dio por pensar que mucho del placer que revolotea alrededor de la cabeza de uno proviene de la interrelación con los otros. Los otros, algunos otros, tienen la capacidad con su presencia, su conversación, su amistad, su proximidad o aceptación, de suscitar el bienestar en nosotros. También se da lo contrario, pero eso es otro cantar. 

Ocurre además que no sólo les tenga próximos sino que me encuentro inesperadamente por ahí con entradas y artículos que hablan de lo mismo, de los otros y de la necesidad de su aceptación y reconocimiento. Esto, por ejemplo de Humberto Maturana que rescaté de algún muro que olvidé: “La mayor parte de los dolores de nuestra existencia son culturales. Pregúntese dónde le duele la vida y verá que no es en su cuerpo y verá que la vida le duele en los espacios en donde está usted siendo negado, en sus espacios de desamor, duele no contar con el respeto de sus compañeros de trabajo o de sus vecinos, de su familia y amigos. Verá que en el fondo lo que nos mueve a los humanos es esa necesidad ancestral de ser reconocidos, que significa que nos valoren, que consideren nuestra aportación al grupo y que nos lo demuestren en su trato con nosotros”. Eso es lo que está detrás de ese los otros, que yo contemplo de parecida manera a como contemplaba a las embarazadas cuando era jovencito.

Existen, claro, diferentes “los otros”. De hecho me temo que incurrimos en exceso al hablar de “los otros” cuando nos referimos a aquellas personas que bailan de distinto modo a como lo hacemos nosotros, y para los que utilizamos el termino “gente”; es que la gente, es que la masa, es que mira a quien votan, es que, sí es que van todos como borregos, es que mira cómo han dejado la calle después del botellón, etcétera. No son los otros de los que quiero hablar. Si a estos los queremos tener lejos y diferenciarnos netamente de ellos, a los otros por el contrario los queremos tener cerca y buscamos su amistad. Hablamos de lo mal que está el mundo y dedicamos escaso tiempo a su contrario, a las bondades del mundo y de las personas entre las que vivimos. Tanto es así que la matraca de lo mal que funciona todo y de esa gente que hace esto o lo otro, mal, por supuesto, que empuerca la política o simplemente usa el campo o la montaña de basurero, a estas alturas ha empezado a hartarme de modo tal que tengo que pedir a algún amigo que porfa, que no me manden noticias ni caretos de ese cariz, que prefiero llenar mis ojos y mi inteligencia con las bondades de la buena gente. Por cierto, ahora que sale eso de buena gente por aquí… Esta tarde pillé una larguísima entrevista a Carlos en Jot Down de la que rescaté dos ideas que enseguida pasaron a mi libreta de apuntes. Una, la defensa que hacía Carlos de la buena gente, y dos, la necesidad de vivir, si tienes suerte, una pasión descomunal por algo. Hay que ser buena gente, decía. Esa buena gente que encontramos en todos los ambientes y frentes pero que apenas ocupan espacio en los medios, que frecuentemente son usurpados por lo más miserable que da la tierra.

Estas cosas también suceden en los medios en que se habla de montaña. Días atrás en el contexto de un viaje exploratorio por la Patagonia remota, se hablaba de la autonomía y de esa aventura que no usa de porteadores ni medios que no sean las propias espaldas, a propósito de la carga que llevaban sus componentes, José Mijares y dos amigos más, me encontré con que los comentarios que podrían nutrir ese espíritu de aventura y hacérnoslo revivir en cierto momento, enseguida se fueron por los Cerros de Úbeda para hacer una extensa crítica de esa otra “aventura” de la ascensión al Everest y similares, eso que yo llamo la misma matraca de siempre. ¿Hasta cuándo vamos a seguir hablando del basurero/cementerio del Collado Sur y sus alrededores, de esa masificación que abandona totalmente la aventura para convertirla en una feria, probablemente en una feria de las vanidades? Añadía allí mi propio comentario diciendo que yo cargo durante dos meses y medio en Alpes todos los años con un promedio de 14 kilos. Eso que llaman hacer montaña con autonomía. Pocos, con muy pocos me tropiezo que lleven a la espalda semejante carga. ¿Y?, pues nada. Los otros, lo que hacen los otros… bueno, una referencia más, pero que cada uno se monte el belén como le plazca (sin molestar a otros o al ambiente). Sucede que cuando se habla de montaña o aventura me llega a hartar siempre la referencia a aquellos otros que no hacen lo que nosotros hacemos. Admiro la autonomía con la que vas por el mundo, le decía a José Mijares, y siento que mis espaldas ya no den para esos trotes a los que sometes a tu cuerpo. ¿Los otros? Allá ellos y su modo de entender “la aventura”.  

 Y sigo con “los otros”. Mucha tela, le decía ayer al amigo Julio, cuando comentaba algo sobre el particular, el modo como vamos seleccionando en el mundo virtual los amigos, acaso la posibilidad de comulgar todos con el mismo pan y el mismo vino, acaso la calma chicha por delante, eso o “discrepar, disentir, incluso discutir, dentro de unos límites de cordialidad, creo, ahora sí, que es el aderezo perfecto a esta perra vida sin viento, que nos deja en calma chicha hasta perecer de hastío”. Mucha tela, contestaba yo, para el estrecho corsé en el que andamos metidos –esto de las redes–. Tengo que confesarte que en los últimos años, y no sin esfuerzo, he hecho un puñado de amigos, algo de lo que me admiro dada mi condición de alma un tanto solitaria. Pero la cosa funciona, a veces la calma chicha en que pueden pasar los años, por mucho monte que pongamos bajo nuestros pies, necesita evidentemente de “los otros”. Los otros entre comillas porque no son todos y principalmente porque esta mañana me desperté con un cierto gusto en el cuerpo que provenía de la certeza de que una gran parte del bienestar que afloraba en mi cuerpo tenía su porqué en la relación y aceptación de algunos otros. Dices, continuaba yo, que la vida no suele ser tan selectiva, que te va poniendo en el camino gentes de todo tipo, condición y pensamiento y con eso hay que bregar, sin embargo la capacidad que tienen las redes para conectar –sin que tengas que esperar a tropezarte casualmente en una esquina con alguien que te interese–  es enorme. Sólo tienes que abrir los ojos y mirar; a veces bastan unas pocas palabras, un comentario para saber si alguien te puede interesar. Y pruebas, y llamas a algunas puertas, y algunas se abren y en ocasiones tras ellas encuentras algún tesoro. Yo estoy completamente seguro de que relacionarte con gente interesante es una de las cosas más satisfactorias que puedes encontrar en tu camino. Después está lo otro, lo que cada uno cree o piensa. No cabe duda de que si todos pensáramos lo mismo sobre lo que sea la vida o la realidad, las relaciones serían un tanto más, digamos, aburridas. La ciencia moderna empezó a progresar a buen ritmo cuando se introdujo aquello la dialéctica hegeliana de la tesis, la antítesis y la consiguiente síntesis. Valga decir que el encuentro de los contrarios siempre es enriquecedor, esa síntesis deseada, cuando no median fanatismos o ideas excesivamente enquistadas. La vida es demasiado corta para perder el tiempo en zarandangas, de ahí la necesidad de ir al grano en las amistades, en el hacer montaña, en la justicia social o en lo que sea.

Me lié tanto que hasta Hegel salió a colación. Risa me da. Es el caso que ya es medianoche y como no es invierno ni me acompaña el fuego de la chimenea, ahora toca madrugar. Creo que debo terminar aunque la morcilla no quede debidamente atada por el extremo. Umbral habría bordado el final; a mí no me queda tiempo. Lo dicho, que me desperté con el cuerpo contento y de ello, con toda seguridad, son responsables “los otros”, vosotros, la gente que hace que la vida te sea amable. Buenas noches.


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