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Uno de los habitantes más asiduos de nuestra parcela baja a desayunar |
El Chorrillo, 22 de mayo de 2024
Ayer me lo tomé con tanto entusiasmo subir corriendo
esas largas escaleras del metro que terminé haciéndome daño en una pierna, así
que hoy descanso total a todo el tren inferior. Descanso relativo. En consecuencia
esta tarde estoy extrañamente inactivo; tengo un par de libros a medias que
abro a ratos sin muchas ganas y el tiempo, el de la tarde, que las mañanas son
tareas de jardinero y chapuzas varias, se me va en contemplar a los carboneros
y gorriones que vienen al comedero, en mirar moverse las ramas de los árboles o
en admirar las rosas que descuellan por encima del alfeizar de la ventana. Y
mientras los pájaros van y vienen a por su sustento, dejo que vengan a mí las
cosas del día.
De las noticias del día no se me pegó apenas nada.
Ahora se me pegan cada vez menos desde que decidí que no iba a leer nada, ni
ver imágenes, de esa gente apestosa de la política que ocupa diariamente los
titulares, de los que van apestando la tierra, digo. Ayer un amigo me había
enviado una noticia relacionada con un tal presidente de un país
latinoamericano que visitó recientemente Madrid y le contesté que lo sentía,
que me había prohibido terminantemente leer cualquier cosa que huela a la
bazofia neofascista y sus aledaños. Así que más tiempo para dedicarme a otras
cosas y menos retortijones de tripas en consecuencia. De lo que siguió, de las
redes, me quedó una entrada de Antonio de su En mi caminar, que decía
así: “...Y si ves el futuro, dile que no venga. Tenemos sin arreglar el
presente”. Sus palabras me sugirieron la idea, por aquello de arreglar el
presente, de ese mundo de los años de la niñez y la adolescencia de cuando la
calle y los bares cumplían el papel de lo que podía ser en la antigua Grecia el
ágora, o simplemente la espera en la cola de la carnicería en el mercado donde
hablar se podía hablar de todo y donde se intercambian las noticias de la
vecindad. Le decía yo que a veces imagino que esto de echar un vistazo matinal
tras la prensa a las redes sociales debería ser algo así como el vecino que
después de quitarse las legañas sale a la calle a tomarse un chocolate con
churros en el bar de la esquina para tener un rato de conversación sobre lo que
se tercie con otros parroquianos, charlar sobre el presente, el futuro, la vida,
las pequeñas cosas de la cotidianidad. Y tras hecho esto darte una vuelta por
el Retiro o, si vives por el norte de Madrid, por los senderos bajo la mirada
plácida de
Es una reflexión que me hago a menudo porque entiendo
que desperdiciamos un abundante caudal de rico material de vivencias y
pensamientos cuando encendemos el teléfono para darnos una vuelta por el mundo
y sólo lo utilizamos para hacer clic sobre el like. Las facilidades que proporcionan las nuevas tecnologías,
siendo asombrosas, parece como si las dejáramos de lado para convertir en gran
parte el material de las redes en una cuestión de me gusta o no me gusta. Otros
asuntos, otras conversaciones con usuarios, amigos más allá aquí o en alguna
parte del mundo. Hoy sin más que abro la aplicación y allí me encuentro a José
Mijares y sus compañeros peleando estos días con profundos cenagales, navegando
entre icebergs, haciendo de la vida una auténtica pasión en un perdido rincón
de
O te encuentras con las acertadas e inteligentes entradas
de Glauco Muratti en torno a la filosofía del alpinismo, o quizás te recreas en
las imágenes de Julio Gosan, que desapareció tiempo ha curiosamente de entre
las páginas que me llegan acaso porque discrepamos sobre Palestina, o haces
amigos y coleccionas verdades como esas que encuentro en el perfil de Pedro
Mateo con el que me congratulaba del placer de echar la vista atrás y poder contemplar
ese halo de certeza que deja la vida cuando en tu camino vas encontrando amigos
y experiencias que están hechos de la clara consistencia que deja el firme paso
por la existencia.
El otro día Pedro me decía que cuando le preguntaban
qué había hecho durante el día a veces no sabía qué contestar, esto, lo otro,
lo de más allá. A Pedro los días parecían llenársele como a esos niños que
caminan por la playa con un cubo de plástico en la mano y donde van metiendo lo
primero que encuentran, una piedra bonita, una estrella, un caballito de mar.
¿Por qué será que cuando pienso en las cosas sencillas de la vida me acuerdo
tanto de el Principito? Sí, es que con las cosas del día a veces se podría
llenar un cubo de esos que llevan los niños en la playa y que tanto sirven para
llenarlo de cosas bonitas como para construir castillos de arena.
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