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Toti y más abajo, Pepita, una octogenario en acción |
El Chorrillo, 21 de mayo de 2024
El otro
día Pedro Mateo escribía que era Platón quien decía que “el cuerpo era la
cárcel del alma. En todo este tiempo hemos aprendido a hacer grande el
alma, en llenarla de vida. Ahora el próximo
desafío que tenemos es entender cómo alargar el cuerpo para que nos aguante en
buen estado, la máxima vida posible. Falta cuerpo para tanta vida”. Tiene este
hombre, sin apenas conocerle, el enorme atractivo de una sinceridad limpia y
clara que le hace enormemente atractivo. Dicen que Balzac acostumbraba a pasear
por las calles de París para observar detenidamente a los paseantes. Su
perspicacia y conocimiento del hombre le ha llevado a escribir memorables
novelas donde el mejor atractivo consiste el retrato que hace de sus
personajes. Yo no he nacido para hacer retratos, sin embargo sí tengo un sexto
sentido que cuando conozco a una persona por primera vez me advierte de que
seguro me va agradar. Sucede en ocasiones. Martínez de Pisón o Sebas, ambos autores
de El sentimiento de la montaña, cuando hablan de Juanjo San Sebastián
dicen que todo aquel que le llega a conocer mínimamente enseguida quisiera ser
su amigo. Algo así sucede con Pedro. Su entusiasmo, su disponibilidad y esa
sencilla filosofía de la vida que respira, le hace candidato para eso, para
querer ser su amigo de inmediato.
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Antonio Riaño, otro octogenario dando ejemplo. Más abajo Pancho y Rafa Domenech |
En
realidad yo no quería hablar de Pedro, Pedro en este caso es el contexto de esa
idea que encabeza estas líneas: Falta
cuerpo para tanta vida, una proposición que brota en este periodo de la
edad madura con la pujanza de una primavera que se quiere abrir paso a golpes
de certezas, que no eran certezas sino sólo deseos solapados, sugeridores, pero
que poco a poco empiezan a convertir en realidad lo que antes era una utopía. Y
es que piano piano uno mirando a su
alrededor empieza a comprender que hasta ese cuerpo rebelde que tiende a la
comodidad y a decirse a sí mismo que ya son demasiados años para esto o lo
otro, al empuje de tanta alma, como dice Pedro, empieza a despertar a un nuevo
estado de realidad que te dice, en efecto, que lo que tienes que hacer es
despabilarte del todo y no quitarle ojo al amigo Carlos ni a tantos que desde
mucho tiempo atrás se han dedicado a “ensanchar” su cuerpo para dar cabida al
alma que le empuja a seguir soñando, y que necesita unas condiciones físicas
por tanto, un traje a la medida, un cuerpo, acorde con…
Hace
tiempo que colecciono (benditas colecciones), tiras de periódicos, vídeos,
estampas, de gente mayor que obedeciendo a este modo de empezar a ver la
realidad y el futuro, pareciera que pudieran seguir escalando, corriendo o
haciendo verdaderamente el loco, hasta muy pasados los noventa e incluso a los
cien. Son muchos los que descubrieron que después de la jubilación existe una
hermosa vida por delante.
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Toti y Ángel, "El Niños" en el Cancho de los Muertos |
A estas
ideas me llevaban parte de la conversación que mantenía con Pedro días atrás en
la cafetería del Spuknit, un espacio que, visto desde el miradero de donde
charlábamos frente a una cerveza, semeja
una gran catedral modernista, una catedral sin dioses ni curas, en donde lo que
se oficia es el rito ancestral de ejercitar la mente y el cuerpo a la búsqueda
de los propios límites, pero sobre todo donde se puede degustar el placer de
comprobar que paso a paso cada día puedes llegar más alto. Porque si es cierto
que cada día hemos aprendido a hacer más grande el alma, la estrechez del
cuerpo, sus limitaciones, necesitan un empuje constante para poner a la par
nuestros sueños y nuestra forma física.
Tengo que
decir antes de seguir adelante que mientras hablaba con Pedro, mirando de vez
en cuando el espectáculo que se daba en esa catedral multicolor del rocódromo,
recordé vivamente a Quasimodo, uno de los protagonistas de Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo. Quasimodo, el campanero jorobado
de la catedral de Notre Dame en París al que recuerdo trepando por arbotantes,
górgolas y contrafuertes; sentado en el rosetón, trepando hasta el campanario.
Personaje mítico y solitario cuya vida transcurría precisamente en ese inmenso
paraje catedralicio. Para Quasimodo la catedral era su hogar, tanto, me temo
como lo es para tantos el Spuknit. Tengo un amigo que vive a orillas del mar
que un día me comentaba que si se decidiera a venir a vivir a Madrid, que sin
dura buscaría una casa en Las Rozas, eso, junto a
Laureano Esteras retando a la edad en Pedriza |
Nosotros,
más o menos en el coro de la catedral, un particular coro donde se puede
charlar frente a una cerveza, hablábamos en algún momento de las decisiones
tempranas de la vida, cuando empiezas a descubrir que lo que te ofrece el
mundo, el mercado laboral, la sociedad en general de cara al futuro, es un
asunto bien pobre; un sueldo, sí, pero con ello la sujeción a tareas y
preocupaciones que apenas te dejan espacio para lo que realmente deseas. Es
caro en tiempo físico y mental el precio que se paga para tener los gastos
corrientes cubiertos. No sé cómo llegamos a aquello de que había que poner el
cuerpo a la altura del alma, pero es claro que la historia de las personas necesita
un tiempo considerable para alimentar el alma, algo que es difícil hacer cuando
debes dedicar un excesivo tiempo a las cosas del mundo y la subsistencia. Thoreau
mantenía que el hombre no debería trabajar más de cuatro horas al día, esas que
necesitaría para satisfacer las necesidades corrientes. Así que loas a los
tiempos de la jubilación, un tiempo en que sí puedes dedicarte con plenitud a
ti mismo y a los que te rodean, a los sueños, a los proyectos que te visitan. Y
es en ese punto, cuando el alma encuentra expedito el camino a la vida, cuando
puedes hacer lo que quieres sin impedimento cuando precisamente el cuerpo
comienza a renquear y a hacerse renuente al impulso que pueda sobrevenirle al
alma deseosa acaso de nuevos retos.
En
realidad somos dos mundos, dos mundos que con muchas probabilidades van
desacompasados, el cuerpo, que tiene su ritmo de envejecimiento, y el alma, o
como se le quiera llamar, que es mucho más maleable, más renuente al
envejecimiento –hemos aprendido a hacer grande el alma, a llenarla de vida,
escribía Pedro en su comentario–. Ahora el siguiente desafío, afirmaba, es
ensanchar las posibilidades del cuerpo manteniéndole en actividad y preparado
para dar satisfacción a los sueños que todavía puedan visitarnos.
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