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Pedro Mateo vigilando al jubilata... que no lo ve claro (imagen de Pedro Nicolás) |
A veces no hace falta buscar un tema para escribir, te lo
encuentras a la vuelta de la esquina. A la vuelta de la esquina era antes;
ahora es a movimiento de ratón como te encuentras con algunas parcelas de la
realidad que impactan tu retina. Venía cansado y traté de relajarme echando un
vistazo a la prensa, nada relevante, el intento de asesinato del primer
ministro eslovaco, la persistencia de Estados Unidos enviando armas y bombas a
Israel para que éstos sigan asesinando día tras otro a más palestinos mientras
Europa mira a las musarañas. Pelillos a la mar. Lo siguiente fue una escena en
el metro, un video clip del que hablaré más adelante.
Mientras tanto observo que estoy algo desanimado pese a mi mañana
de rocódromo en compañía de mi muy admirado Pedro Mateo, profe sin igual en
esto de motivarte para que siga pudiéndose lo que apenas hace unos meses no se
podía y parecía totalmente descabellado; pese al inesperado encuentro con un
puñado de amigos adictos también a este monumento roquero que es el Spuknit; allí estaban Mar Durán, Sito, Alberto Flechoso, Carlos Soria y Pedro Mateo a esa insospechada hora de las siete de la mañana.
Algo desanimado quizás porque noté en cierto momento que no me llegaba la
camisa al cuerpo (¡ay, esos decires de nuestra maravillosa lengua que sabe
encontrar la expresión exacta para cada momento y circunstancia!), porque algo
así sucedía: “estar lleno de zozobra y temor por algún riesgo o amenaza”.
Riesgo ninguno porque allá abajo estaba el amigo Pedro vigilando mis
movimientos con la cuerda en las manos. Era más bien la amenaza de que más allá
del
Mi cuerpo y yo estamos en conflicto, conflicto existencial
si se quiere. Yo soy el que manda pero él, que dice que está ya un poco añoso
para ciertos trotes, a veces dice que nanáis. Quizás ese ánimo que ha
aterrizado sobre mí esta mañana provenga de esa disonancia entre mi cuerpo y un
servidor. Vamos, como cuando te peleas con tu pareja del alma y enfurruñados
ambos no nos hablamos durante medio día.
El post no iba de nada de esto, que sucede como comentaba
esta mañana Pedro Mateo, que a alguien le encargan un proyecto y cuando a la
semana viene a reclamárselo, le contesta que es que se fue por los cerros de
Úbeda, que empezó a buscar unos datos en Internet y que unas cosas le llevaron
a otras, que la curiosidad empezó a perseguir por aquí y por allá asuntos
diferentes y que durante la semana el proyecto quedó aparcado, pero que en
compensación había aprendido un montón de cosas nuevas. Pues lo mismo, que
Francisco Umbral empezaba a escribir un artículo y nada más empezarlo se
acordaba de que tenía que comprar el pan y dejaba aquello y marchaba a la
panadería. Naturalmente camino de la panadería le sucedían infinidad de cosas.
Yo empecé esto y me fui al rocódromo. Ahora, ya de vuelta, voy a ver si
recuerdo de qué coño pretendía yo escribir.
Bueno, pues para los curiosos que quieran saber por donde
andaban mis pensamientos al empezar estas líneas, pedirles que hagan con el
ratón clic en el siguiente enlace (aquí). Si dejas la lectura en este momento y
te vas al enlace seguro que alguna chispita va a saltar en ese musculito que
todos tenemos en el pecho. La escena transcurre en un vagón del metro de algún
país del mundo…
Primero, que a estas alturas cuando me encuentro con un anciano
o anciana de esos que parecen tener más años que Matusalén, me sucede algo
parecido a cuando me cruzo con una de esas mujeres cuya presencia, su sonrisa,
su estar tienen la capacidad de irrigar sobre mí un chorro de serotonina.
Ternura en estado puro. Y es que la serotonina es una sustancia milagrosa,
milagrosa que no todo el mundo tiene. Sin más la chica que está al lado de la
anciana carece de ella; ante el accidente de la anciana lo que hace es saltar
escapando de allí como si hubiera descubierto una víbora subiéndole por la
pierna. Pero en contraposición, ¿qué siente el joven de enfrente ante el
accidente de la anciana? ¿Ternura, afecto por la anciana?, ¿ha despertado al
buen samaritano que tantos llevan dentro? Observadle, por favor. Se quita la camiseta,
limpia el vestido de la anciana, la reconforta, le pasa el brazo por los
hombros; ambos terminan abrazándose. ¡¡Me encanta!! ¿Y la joven? ¿Qué hace
mientras tanto? Nada, allí anda metida en su teléfono, consultando el FB, el
guasap, el Twitter.
¿Quién no es capaz de ver en esta escena una parte
considerable de la historia de la humanidad? Poco antes de llegar a este clip
había visto en el muro de Antonio Montes algo que llamó mi atención. La imagen
representaba unas pinzas de la ropa y el texto que le acompañaba decía: “¿Cuánto
de lo ya pasado lo cogimos con pinzas? ¿Cuánto de lo actual seguimos el mismo
ejemplo para no comprometernos?”. Dejé el siguiente comentario: “Ni siquiera
con pinzas. No comprometerse es el rastro de grisura que deja el patio a merced
de la mediocridad y la ambición. No ser ni carne ni pescado...”.
Creo que por hoy ya está bien.
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