viernes, 15 de marzo de 2024

¡Hola!, ¿eres Carlos Soria, no?

 


El Chorrillo, 15 de marzo de 2024

El caminar ayer y la noche anterior abriendo a veces huella hasta más arriba de la rodilla me ha dejado el cuerpo tan cansado que hoy trabajo y ayuda me costó alzarme de la cama. Esta mañana nada de ejercicios de mantenimiento, me dije; pero conociéndome y sabiendo que a poco que me descuide ya me busco cualquier disculpa para evitar un esfuerzo, todavía le metí al cuerpo una hora y media más de ejercicios. Y no sólo eso que después del desayuno me puse a arar a mano unos parterres. ¿Resultado? Que quedé el resto del día imposibilitado de hacer otra cosa que yacer despanzurrado en un sillón mirando las musarañas. Ahora es cuando empiezo a estar mejor, ahora tras la cena frente al fuego de la chimenea. He encendido, me he sentado, he puesto a un lado la media docena de libros que estoy leyendo con la intención de…, pero no, parece que no cuaja. Y como ya he dedicado media tarde a mirar las musarañas, pues que me parece demasiado seguir in albis, así que no me queda otra opción que echar mano al teléfono e intentar averiguar qué puede salir de ese tener un móvil en las manos al final de una jornada más de vida. Lo que pueda salir en un día más de seguir viviendo puede, según uno se lo monte, según la pereza te deje o se lo discutas, según haga sol o llueva, puede ser tantas cosas y tan diversas, tan apetecibles, que resulta admirable a un jubilado como un servidor estar viviendo tal circunstancia de hacer en cada momento lo que le salga del pito.

Bueno, para empezar no está nada mal. Veamos por donde tiran a continuación las yemas de mis dedos, que ya es curioso de por sí que yo pueda expresar mis pensamientos con las yemas de mis dedos presionando aquí y allá sobre un trozo de vidrio, que si Homero lo viera, no lo creyera, y menos los escribidores de la Tabla Rosetta que escribían a golpe de buril y martillo.

Así, lo más cercano que tengo a mano esta noche es una anécdota de algo que me sucedió ayer mientras bajaba de las Torres de Pedriza. Descendía pensando en un pajarillo que descubrimos sobre un tronco más abajo del refugio Giner de los Ríos hace cincuenta años, allí, acurrucado estrenando sus primeros días de vida en el rincón de su nido y que nos miraba con tanto recelo… recuerdo que el fin de semana siguiente lo primero que hicimos antes de subir hasta el Tolmo, donde pasaríamos la noche, fue ir a saludar a nuestro pajarillo, pero la criatura ya había volado. Bueno, pues con aquel pajarillo de más de medio siglo atrás venía yo pensando cuando de repente un señor mayor me para y me dice

—¡Hola!, ¿tu eres Carlos Soria, no?

Y como yo soltara una sonrisa que desmentía su supuesto, intentó disculparse…

—Es que con ese pelo largo y ese caminar tan brioso, me hizo pensar en él.

Lejos de mí aspirar a ser Carlos ni cualquier otro con lo a gusto que me siento siendo yo mismo, pero fue el caso que me hizo gracia que me confundiera con el mítico Carlos, ese héroe de nuestro tiempo, mucho más que aquel de Lérmontov, por lo que se refiere a como hace de sus setenta y ochenta años una obra de arte e inteligencia.

Hablamos durante un rato. El señor, un vecino precisamente de Moralzarzal, llevaba jubilado desde hace diez años y debía de tener grabado en la frente a su vecino Carlos, al que admiraba y del que sacaba fuerzas para hacer una vida saludable. Todos los días vengo aquí a caminar; ni pastillas para la tensión, ni colesterol, nada, decía; la mejor medicina para un jubilado son las largas caminatas por el monte. Y la verdad es que era un septuagenario con aspecto muy saludable.

Cuando le dejé atrás, me fui pensando que el mérito que le va a caber a Carlos para siempre, referido a los otros, no a él mismo, no va a ser el que haya conseguido subir tales o cuales ochomiles, tales o cuales montañas de poca o mucha dificultad, que el mérito es esa aportación que hace a tanta gente mayor anónima que percibe para ella misma en él unas posibilidades de vida que jamás habrían soñado. Me decía este hombre que me encontré que cuando se jubiló nunca hubiera soñado poder llevar una vida como la que llevaba. Me decía algo que yo he expresado aquí alguna vez, que la jubilación estaba siendo el mejor periodo de su vida.

Lo que puedas hacer cada día cuando no tienes ninguna obligación por delante… A veces me imagino a un dios más acá del Big Bang más aburrido que una ostra mirándose el ombligo por toda la eternidad, y la idea me horroriza. ¿O es que habremos de imaginar a Dios con algún tipo de diversión divina que nosotros ignoramos o somos incapaces de imaginar? Y cuando esto imagino y me veo jubilado con todo ese panorama de posibilidades delante de mí, lo que pienso es que somos superiores a cualquier dios vivo o por vivir. Decía Oscar Wilde que “La vida no es compleja. Nosotros somos los complejos. La vida es sencilla y lo sencillo es lo correcto”. Encontré el otro día en Breve tratado sobre la estupidez humana, un aserto que contradecía aquel dicho de que “el saber no ocupa lugar”. El autor aseguraba por contraste, con razón, que la ignorancia sí ocupa lugar, la cabeza de los tontos y los ignorantes no está vacía, sino repleta de prejuicios, tonterías, creencias sin fundamento, conceptos sin digerir y eslóganes sin analizar. Que yo me incline a este tipo de consideraciones en este punto, se comprenderá, primero debido a la influencia cercana de lo que leo y, segundo, porque haciendo de la sencillez nuestra enseña de vida, uno puede llegar a conclusiones tan sabias como las del jubilado con el que me encontré el otro día en la Pedriza.

 

 

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario