lunes, 11 de marzo de 2024

Historia de una prostituta

 


El Chorrillo, 11 de marzo de 2024

Esta mañana mientras bailaba nada más levantarme al ritmo de un tema que llevaba el título de A fuego lento, alcancé el teléfono para recordar la idea. Algo tiene que salir de él, me dije. Y después lo olvidé. Volví a recordarlo esta noche viendo La Maison (Anissa Bonnefont, 2022), la historia de una escritora que pretende escribir una novela sobre el mundo de las prostitutas y busca trabajo en un burdel para conocer ese mundo sobre el que quiere narrar.

A fuego lento nos van robando la libertad. Leí el otro día que parece que desde el gobierno pretenden prohibir la prostitución. A fuego lento nos quitan la libertad de morir cuando y como queramos, a fuego lento las restricciones, a fuego lento la estupidez se adueña del país. Estoy tan interesado por este fenómeno, la estupidez, que llevo unos días que leo dos libros a la vez sobre el asunto; uno Las leyes fundamentales de la estupidez, de Carlo M. Cipolla, y el otro, Breve tratado sobre la estupidez humana, de Ricardo Moreno. Confieso que me fascina el tema. “El motor de la historia es la estupidez y sus derivadas, la hipocresía, la intolerancia, el fanatismo, la ambición desmedida”.

De diez cabezas, nueve
embisten y una piensa

Machado, naturalmente. Si los cimientos de la felicidad de cualquier ser humano están dentro de él mismo y para ello se necesita cierto hábito de reflexión, ¿qué decir cuando mirando a nuestro alrededor comprobamos el grado de estupidez en que andamos metidos?, y ello sin tener en cuenta asuntos tan serios como el de Israel o Ucrania, o cuando vemos al tal Biden haciendo declaraciones sobre Palestina mientras se come un helado.

Leo que al estúpido no le preocupa la libertad, en primer lugar porque no sabe qué hacer con ella y se convierte para él en un estorbo, y en segundo lugar porque hace patente su inferioridad frente a quienes sí saben emplearla beneficiosamente. La pretendida igualdad que quiere tratarnos a todos por el mismo rasero, o bajo determinadas disculpas elaborar leyes o normativas de índole general, mete en el mismo saco a gentes muy distintas, mezcla a los estúpidos y a los malvados con la generalidad de la población.

Quien me recomendó la película que hemos visto esta noche, La Maison, me advertía de que a algunos amigos no les había gustado; a él, sí. Como solemos coincidir bastante en nuestros gustos, aprovechamos que era mi día de la semana dedicado al cine para verla. Un cinéfilo, entre los que se encuentra mi chica, podría poner muchos peros al film, una actuación que acaso no es impecable, algún que otro encabalgamiento de secuencias que produce cierto ruido en los engranajes, cosas así; sin embargo la película se ve bien, me gustó, y, sobre todo ayuda a comprender, en este caso el mundo de la prostitución (ya; es que tararí, es que tarará, esos que siempre sacan a cuento lo que es excepcional para poner puntos a las haches de lo general). Es otra de mis debilidades, intentar comprender la realidad que me rodea. Cosa que los estúpidos no suelen hacer porque ya lo saben todo desde el mismo momento de su nacimiento. El asunto: comprender, tiene, ya que estamos hablando de cine, una buena película en que expresarse. Su título El lector, una versión de la excelente novela de Bernhard Schlink.

Cuando uno ve una película o lee un libro es inevitable que por la mente pasen retazos de otras historias. En el caso de hoy fue un entrañable relato de Maupassant en el que las prostitutas de un burdel parisino se toman un día de asueto para asistir todas ellas a una fiesta en el campo. Un relato risueño, cándido, que me recordaba el ambiente festivo que mantienen en algún momento las prostitutas en la película de hoy.

Lo que me preguntaba esta noche viendo el film era si seríamos capaces alguna vez como sociedad de desterrar medianamente la estupidez de nuestra convivencia. Ricardo Moreno aplica el principio de Hanlon al mundo de hoy y concluye que hace más daño la estupidez que la maldad. Al malvado se le puede convencer con argumentos, al estúpido no. La estupidez se desarrolla alimentándose de su propia sustancia. La tendencia tan poco imaginativa de querer meter a todo el mundo en el mismo cajón, ese igualitarismo tan en boga, que satisface a una mayoría, esa que pone en verso Machado, que viene lastrada por cierto tufo de mojigatería y escasísimo respeto por la libertad del prójimo, meapilas y sus derivados, terminará, Dios mediante –sí, ese Dios que parece proporcionar todavía hipócritamente votos a la derecha y a los del Moco Verde–; terminará por hacer de la estupidez su bandera y su santo y seña.

¿Habré de decir más claramente que prohibir la prostitución, como tantas otras cosas, atenta contra las libertades fundamentales de las personas (prohibir, que no regular)?

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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