lunes, 18 de marzo de 2024

En el Camino de Santiago: mi encuentro con Marichu II

 



El Chorrillo, 18 de marzo de 2024

Por aquellos días andaba yo leyendo El beso de la sirena, de Andrea Camilleri, una bella fábula en la que se unen mito, historia, ciencia y verdad; la novela más hermosa y delicada de Camilleri. El caso es que allá aparecía una moza llamada Marichu, y dado que aquel nombre le venía bien a mi reciente amiga, con ese nombre la bauticé.

Se comprenderá que después de leído su breve email en el que me decía la fuera a esperar a la estación de autobuses a eso de las once de la mañana, al peregrino se le agitara de manera desacostumbrada el órgano muscular ubicado en la cavidad torácica. Se comprenderá. Voy con el relato de aquella jornada santiaguil.  

La chica de mi cuento, que es poeta como un servidor y que le gusta igualmente el sabor de la fruta madura, hubiera deseado ser Isadora en vez de Marichu; no hay cosa más fácil que cumplir, así que el caminante, subyugado por este repentino embrujo de lo femenino que le asaltó la noche anterior y que logró mágicamente hacerse realidad gracias a alguna meiga que debía sobrevolar los andurriales del bungalow que habitaba, recurre al agua bautismal, la derrama sobre la rubia cabellera de su nueva amiga y la rebautiza como Isadora. Y como no hay cosa mejor que tomarse las cosas de la vida con sentido del humor, consintamos igualmente en hacer verosímil este cuento de final de invierno en donde la invocación que reiterativamente hizo el caminante a los lares y penates del camino para que dejaran llover del cielo el fémino céfiro que todo lo nutre y sustenta sobre la vida del planeta, se vio cumplida con creces por la presencia de esta diosa de los caminos que responde al nombre de Marichu rebautizada como Isadora; Isadora la de los pies ligeros, la bailarina genial de los años veinte del pasado siglo, de la que ella adoptó su nombre de reina indiscutible del baile.

Ah, amantes de los caminos, amantes de las mujeres, amantes todos del regazo maternal, amantes del origen del mundo de donde todo mana o donde todo anhelo se sumerge; amantes, seamos agradecidos y demos gracias a los dioses por tanta ventura, por tanto encuentro, por el sabor del melocotón, por la extrema y cálida suavidad en que transcurrieron las horas hasta el alba. Ni Odiseo el de la larga ausencia, ni Aquiles el de los pies ligeros pudieron encontrar en sus ajetreados viajes mejor descanso que el que encontró el caminante al cabo de una larga jornada de lluvia y nieve entre los brazos de Isadora.

Si turulato quedó Genancio, el protagonista de la novela de Camilleri cuando Marichu, la mujer sirena, apareció ante sus ojos, no menos dejó de sucederle al peregrino cuando se vio entre los acogedores brazos de la bella Isadora.

En fin, que el sol entraba a raudales por los grandes vitrales de la habitación del hostal cuando la aparecida Isadora y el caminante decidieron levantarse y darse a la tarea de buscar algún chiringuito donde desayunarse y reponer fuerzas. El caminante, como se ve, no madrugó, ni siquiera se despertó atosigado por la hora del alba que lo perseguía desde hacía dos meses; el caminante durmió como un bendito, a pata suelta, el caminante soñó con los pajaritos, soñó que una princesa lo había embrujado y que flotaba dulcemente en una algodonosa nube de caramelo donde la vida era sencilla y hombres y mujeres en vez de tirarse los tejos y arrancarse los cabellos folgaban y disfrutaban de los sencillos placeres de la vida.

Isadora y el caminante, sin disponer a mano de la nube correspondiente que los eclipsara, así como tampoco de la verde hierba, del loto fresco, el azafrán ni del jacinto espeso y tierno que los acogiera, no obstante hicieron de la noche un pequeño cuento de ensueño. Transcurrida la cual, y ya cerca del mediodía,  se hicieron a la calle, comieron churros con chocolate en una tasca vecina y posteriormente pasearon por la ría de Villaviciosa donde colgaban nubes gordotas con la barriga cenicienta; el caminante e Isadora se hicieron las fotos de rigor, testimonio de que no todo había sido un sueño. Más tarde Isadora regalaría unos versos de su cosecha al caminante y, finalmente, éste acompañaría a la rubia Isadora a una prosaica estación de autobuses que nada armonizaba con el contexto de este cuento, pero que no había modo de evitar. Pena, porque el caminante hubiera preferido despedir a su princesa desde la borda de una goleta con un pañuelo de seda ondeando en su mano al viento. Adiós, adiós... hasta que el barco y la princesa quedaran separados por la inmensidad azul del mar.


Tras la partida me metí para el cuerpo un exquisito risotto de gambas que me sirvió la bella molinera, una joven y bella camarera, y me puse en camino en dirección a levante. Poca cosa, sólo seis kilómetros, hasta la pequeña aldea de Sobrayu donde de la escuela, como otras veces, han hecho un albergue de peregrinos.

Su recuerdo bailó en el aire mientras el peregrino atravesaba playas y bosques con el fondo siempre presente de Picos de Europa y su nieve.

Y colorí colorado este cuento se ha acabado. 




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